
De regreso al pueblo, el camino estaba seco y resbaloso, pero para la Hna. Park y el resto de las hermanas fue divertido y seguro cuando se tomaron firmemente de las manos. Confiar unas en otras es una hermosa práctica de la teología de la liberación entre las mujeres de San Juan de Lurigancho, en Lima, Perú. (Foto: cortesía de Sophia Park)
Las tardes en Lima, Perú, pueden parecer irreales por la luz que emanan las incontables estrellas que cuelgan más allá del cerro. Pude ver esas estrellas mientras me acercaba a la comunidad donde me alojaría. Había algo en la belleza de ese lugar que me atraía profundamente, un deseo intenso de ir y descubrir qué era.
En Lima, pequeñas casas se construyen unas junto a otras sobre el cerro, sin aislamiento. Aquel día hacía mucho calor, y subí la colina para encontrarme con unas valientes mujeres guerreras que, junto con otras, alimentaban al pueblo en Lurigancho. Un grupo de religiosas, laicas asociadas a la congregación de las Hermanas de los Sagrados Nombres de Jesús y María (SNJM) y otras amigas también habían subido. La colina era empinada y me costaba respirar, pero las personas nos recibieron a mí y a mi grupo de hermanas, desconocidas para ellas, con amabilidad y calidez.
El sitio de mi primera visita fue la sede San Juan de Lurigancho. Un cartel frente a la cocina decía: "Club Formándose para la Vida para Acompañar Mujeres". Estos centros estaban distribuidos en varios puntos de Lurigancho. Religiosas y laicas asociadas ayudan a formar a otras mujeres como líderes.
A mis ojos, la cocina se transformó en una mesa eucarística alrededor de la cual las mujeres parten y comparten el pan. Allí, la mujer encargada del centro estaba en plena preparación del almuerzo. Algunos niños comían mientras hacían sus tareas escolares, y otros pasaban a comprar la comida ya preparada.
"Al entrar en los albergues sostenidos por tantas comunidades religiosas, percibí la riqueza y abundancia del Evangelio presente en esas mujeres consagradas y sus compañeras laicas": Hna. Sophia Park sobre su visita a barriadas pobres en Perú
Un niño en particular, José, de siete años, me dijo que era muy bueno en matemáticas. Yo le respondí: "¡Sí, noté que eres brillante!". Y ambos prometimos estudiar con esmero, aunque fue más una promesa que me hice a mí misma que a él. La mujer líder explicó que va cada mañana al mercado a comprar las verduras más frescas y económicas y, si es posible, algo de carne. El costo de la comida es de tres soles, menos de un dólar. Tanto el ambiente como la comida me recordaron a Isaías 55, versículo 1b: "Los que no tienen dinero, vengan, compren y coman; vengan, compren vino y leche, sin dinero y sin costo alguno".
En ese tiempo, muchas personas lloraban la muerte de Gustavo Gutiérrez, fundador de la teología de la liberación. Yo también fui bautizada en esta teología. Por eso, Lima y su gente, que ha luchado contra la pobreza y la violencia, son sagradas para mí.
Encontré la teología de la liberación del siglo XXI en medio de redes de mujeres que, con sudor y lágrimas, crean comunidad, preparan almuerzos para el vecindario y atienden a quienes más lo necesitan. Allí percibí el misterio de Dios desplegándose en una teología de la liberación encarnada y escrita con las manos y los corazones de las mujeres. Las mujeres que cocinan para los vecinos son teólogas de la liberación que están escribiendo una nueva teología. Allí se sentía una profunda comunión, y estas mujeres parecían no tener miedo mientras caminasen juntas.
Más tarde, al bajar hacia la ciudad, la pendiente era seca y resbaladiza. Decidimos entonces tomarnos de las manos. Me sentí segura entre risas fuertes mientras nos sosteníamos unas a otras con firmeza. No podía contener el deseo de honrar a estas mujeres teólogas de la calle.

En Lurigancho, Lima, hay casas construidas a lo largo de la pendiente. Por la noche, sus luces brillan en la oscuridad. Muchas mujeres líderes viven allí y trabajan incansablemente al servicio de la comunidad. (Foto: cortesía de Sophia Park)
Una de las cosas más notables de Lima fue el sentido de colaboración entre mujeres. A través de la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Perú (CRP), varias congregaciones religiosas trabajan en conjunto, y una de sus comisiones lucha contra la trata de personas. Hay 39 congregaciones involucradas, y tuve el privilegio de visitar a dos jóvenes venezolanas, víctimas de trata, que ahora vivían en albergues seguros y limpios proporcionados por las Hermanas Hijas de la Caridad. Muchas hermanas de diversas comunidades trabajan unidas para apoyar a estas mujeres y ayudarlas a regresar a su país en condiciones seguras. En esta ciudad marcada por la pobreza, la gente está dispuesta a ayudarse mutuamente y mantener un espíritu alegre.
Al día siguiente, conocí a Merly Linares, una asociada comprometida de SNJM, quien acompaña a mujeres que sufren violencia doméstica a través de un programa pastoral que las acompaña con ternura. El Gobierno peruano financia esta iniciativa, aunque no se sabe si ese apoyo continuará debido a la situación económica del país. Incluso con recursos escasos, sentí que los valores del Evangelio desbordaban entre la gente. No hay jerarquías, sino una auténtica hermandad llena de energía y solidaridad.
Respecto al asunto global de la migración, el Gobierno peruano acoge abiertamente a personas de Venezuela, y no es difícil encontrar albergues que ofrezcan camas y comida. Como mujer consagrada proveniente de Estados Unidos —un país que hoy cierra sus puertas a los migrantes pobres del sur global— sentí vergüenza. Al entrar en los albergues sostenidos por tantas comunidades religiosas, percibí la riqueza y abundancia del Evangelio presente en esas mujeres consagradas y sus compañeras laicas.
En el lugar donde me hospedaba en Lurigancho, la hermana Yenni Chipana, SNJM, trabaja con niños heridos en barrios pobres, habiendo fundado un centro de atención psicológica en un antiguo edificio parroquial. Aunque las condiciones son precarias, hay un espíritu acogedor y un amor sincero por la gente.
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Al regresar a casa, vi nuevamente la luz del cerro. Pero ya no me parecía irreal. Bajo esa luz, las mujeres estaban escribiendo una teología nueva y viva.
En un espíritu de hermandad global, sentí un profundo deseo de aprender más de estas mujeres sobre la espiritualidad y teología de la liberación. ¿Cómo mantienen su energía y alegría sin rendirse en medio de las dificultades, amando a Jesús en la misión? ¿Cómo colaboramos de forma orgánica y natural?
Una noche antes de partir de Lima, asistí a una celebración en memoria de Juan Dumount Chauffour, quien amó profundamente a Perú. Allí me encontré con misioneros de diferentes países, participantes del movimiento de Jesús para convocar a las personas (Mateo 4, 19).
Tras ser testigo de su amor y compromiso con la misión, sentí profundamente que todos venimos de Galilea y que, algún día, todos volveremos allá. En el camino de regreso a casa, saliendo de Perú, me encontré cantando el canto de Bob Hurd, Pan de Vida:
Pan de vida, cuerpo del Señor
Cup of blessing, blood of Christ the Lord
At this table, the last shall be first
Poder es servir, porque Dios es amor