
La capilla del monasterio Weston Priory en Weston, Vermont, Estados Unidos, ofrece un espacio de oración en medio de la naturaleza. (Foto: Wikimedia Commons/ John Phelan)
"Weston Priory fue fundado en 1953 por el abad Leo Rudloff, de la Abadía de la Dormición de Jerusalén. Inspirada en una tradición monástica que se remonta a los primeros siglos de la Iglesia, y modelada por la Regla de San Benito, nuestra vida en común se centra en la oración, el trabajo manual y la hospitalidad" .
"La elección del hermano John, que fue prior de 1964 a 1997, inició una transición hacia una experiencia de liderazgo monástico como servicio no jerárquico a la unidad (más que como solicitud paternal por los hijos). Esto fue acompañado por la profundización del sentido de responsabilidad mutua de todos los hermanos en todas las decisiones para crear una vida común. Así, la visión monástica original de una comunidad evangélica de iguales, abrazada por el hermano Leo al fundar el priorato, se desarrolló y amplió en el servicio de liderazgo del hermano John" .
Basten estos dos párrafos para situar a esta comunidad tan conocida en EE. UU. y en muchos países por una música muy diferente a la que estamos acostumbrados a escuchar en las abadías benedictinas.
A mediados de los años 90, Magda Bennásar y yo (Carmen Notario) vivíamos en Boston Massachusetts, donde yo estudiaba el Master of Divinity, y trabajábamos pastoralmente en inglés y en español. No era una situación fácil, porque la arquidiócesis de Boston era muy grande y compleja, y como en tantos otros lugares era difícil hacerse un hueco.
La primera vez que viajamos a Weston nos sorprendimos al saber que los hermanos estaban de retiro y no estaban disponibles en esos días; ¡ni siquiera ellos celebraban la eucaristía! Volvimos a la semana siguiente, y claro que disfrutamos de la música, del entorno, pero sobre todo conocimos a una comunidad de hermanos de verdad. En seguida captamos que allí había mucha autenticidad, mucho trabajo por expresar de una forma muy sencilla los valores esenciales del Evangelio.
La Hna. Carmen Notario valora la sabiduría, sencillez y ternura del Hno. John Hammond (†), quien fue “clave en la vida de la comunidad de Weston Priory, y en muchísimas comunidades que ni en sus mejores sueños se hubiera podido imaginar”.
Desde ese momento, Weston Priory se convirtió para nosotras en el lugar donde ir a 'cargar las pilas'. Ahí podíamos encontrarnos con Dios, con la comunidad de hermanos y con la comunidad extensiva de laicos que habían decidido irse a vivir a las inmediaciones del monasterio para dejarse empapar por esa presencia de Dios en todo. También nos encontrábamos con quienes se acercaban sabiendo, o sin saber a ciencia cierta, qué buscaban.
Un día llevamos a Weston a un grupo de jóvenes adultos hispanos de distintas nacionalidades para que pudieran experimentar lo que es una comunidad cristiana. El hermano Daniel, mexicano, contestó muchas de sus preguntas, aunque todos los hermanos hablan español, mejor o peor, en parte por su implicación en asuntos de justicia social en México y en otros países de América Latina. El domingo por la tarde nuestros amigos volvieron a casa, y nosotras nos quedamos para estar en retiro un par de días más. Y en ese momento llegó la noticia del asesinato de monseñor Girardi, uno de los autores de Guatemala, nunca más, sobre el genocidio en Guatemala. Recuerdo aquella eucaristía, celebrada con gran dolor, auténtico funeral, no solo por la pérdida de una gran persona sino por el rechazo y la negación de una realidad sangrienta de más de 30 años de duración.
A Weston Priory llevamos a familiares nuestros: mi hermana y mi cuñado que no se quisieron perder ni una de las oraciones a las 5 de la mañana porque esa manera de orar les llegaba al corazón.
A pesar de que los hermanos no hacen acompañamiento espiritual, en varias ocasiones pudimos hablar con ellos cuando la crisis con nuestra comunidad se nos hacía insoportable. Para mí, ver cómo se amaban los hermanos, cómo se respetaban, el cariño que manaba de sus ojos, me hacía llorar y lamentar que nosotras no pudiéramos experimentar lo mismo con la nuestra.
Empezando allí unos días de retiro en los que tenía que decidir si continuar en la comunidad o no, me caí yendo a vísperas y me hice un esguince en un tobillo y una fisura en el otro. Me había quedado sin suelo debajo de mis pies; eso era lo que sentía en mi interior. Los hermanos me ofrecieron todo lo que estaba en sus manos. Recuerdo al hermano Richard, recién nombrado nuevo prior de la comunidad, acercándose al fondo de la capilla donde estaba sentada para traerme la comunión; me sentía tan vulnerable al estar impedida físicamente por no poder caminar, pero eso no era nada comparado con la sensación de que Dios venía a mi verdadera vulnerabilidad para darme el alimento que necesitaba en ese momento.
En el año 2000 acompañamos a un grupo de universitarias a la experiencia Guadalupe en Cuernavaca, México, auspiciada por los hermanos. En la casa de las hermanas benedictinas vivimos unos días inolvidables de inmersión en la cultura, la historia, la vida del pueblo mexicano, en especial con los más pobres. Para estas chicas fue una experiencia inolvidable, para nosotras también porque una cosa es que te lo cuenten y otra muy distinta palparlo con tus propias manos.
Podría contar mucho más, pero todo esto ha surgido porque hace dos meses y medio, aproximadamente, murió el hermano John R. Hammond. Con más de 100 años, él ha sido clave en la vida de la comunidad de Weston Priory, y en muchísimas comunidades que ni en sus mejores sueños se hubiera podido imaginar.
Cuando el hermano John hablaba en una homilía compartida —lo cual es característico en sus celebraciones— se captaba una gran profundidad en medio de una sencillez y ternura indescriptibles. La voz de la sabiduría, de la experiencia, del amor hecho persona se paseaba entre nosotros. ¡Qué maravilla saber en este tiempo de Pentecostés, cuando los dones del Espíritu se hacen presentes en nuestras vidas, que esa voz permanece viva y entre nosotros para siempre, y que su mensaje, como el de Jesús y como el de tantos de sus seguidores, renace una y otra vez en las comunidades que siguen al Maestro!
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Queridos hermanos, os estáis haciendo mayores, como todos. No ha aumentado mucho la comunidad, no sois un gran número y eso me hace pensar que seguís también en esto las huellas de Cristo. Vuestra huella en nuestra vida no está basada en el éxito ni en grandes conquistas, sino más bien en las bienaventuranzas, prueba, por tanto, de vuestra autenticidad.
Seguro que no todo es perfecto, menos mal, seríais inalcanzables… más bien como dice uno de vuestros cantos basados en Rut y Noemí:
"Wherever you go I shall go, wherever you live so shall I live; your people will be my people and your God will be my God too…. and our love will be the gift of our lives".
["Adondequiera que vayas, yo iré; dondequiera que vivas, allí viviré; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios... y nuestro amor será el regalo de nuestras vidas".]
Gracias hermanos. Nunca podremos expresar en palabras nuestra gratitud.
Y solo un guiño, al final de estas palabras, que expresa nuestro sentir—de Magda y mío— si deciden abrir la comunidad a mujeres o tener cerca alguna comunidad abierta, no se olviden de contactar con nosotras. ¡Haríamos discernimiento!
¡Shalom!