Luz de vida en un nuevo amanecer

La Madre de la Misericordia, escultura de Asunción Gomila, FMVD, en Loeches, España. (Foto: cortesía Blanca Alicia Sánchez Olvera)

La Madre de la Misericordia, escultura de Asunción Gomila, FMVD, en Loeches, España. (Foto: cortesía Blanca Alicia Sánchez Olvera)

por Blanca Alicia Sánchez Olvera

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La situación actual de secuestros en México es una herida abierta desde hace mucho tiempo. Miles de niños, mujeres, adolescentes y jóvenes han sido secuestrados en varios estados de este país. El narcotráfico y la trata de personas son algunas de las causas de las desapariciones forzadas, y aunque los medios oficiales de comunicación no informan sobre la situación, el Gobierno federal no ha podido ocultar una realidad tan dolorosa, en especial porque en las redes sociales se siguen reportando casos. 

Como el protocolo para iniciar la búsqueda por parte de las instancias gubernamentales es bastante lento y en muchos casos tardío, ha surgido un grupo de búsqueda llamado Madres Buscadoras, conformado por mujeres que en las periferias, montes, ríos y lagunas, van en  busca de sus hijos, hermanos o amigos. 

Muchas veces, estas mujeres no cuentan con la ayuda económica, el equipo especializado o la protección por parte del Gobierno, debido a la falta de recursos o porque son demasiados los casos reportados. Igualmente, miles de personas desaparecidas no tienen una ficha de búsqueda oficial. En otros casos, la falta de respuesta se debe a que el Gobierno ha pactado con estos cárteles de delincuencia.

Cada día, las Madres Buscadoras salen  de sus hogares con la esperanza de encontrar a sus seres queridos. La ilusión de localizarlos las anima cada mañana y les renueva las fuerzas para emprender el arduo trabajo de búsqueda. 

“Esta misionera cada día escucha las historias de pérdidas (…) de las Madres Buscadoras [en México]. (…) Es un Adviento de luz en medio de la oscuridad, un eco del anhelo de Dios de encontrarnos”: Hna. Blanca A. Sánchez O.

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¿Han experimentado alguna vez la pérdida de algo muy amado? ¿No es verdad que en medio del dolor se mantiene una pequeña llama frágil que se resiste a apagarse por completo y que lucha por mantenerse encendida a pesar del viento y de la lluvia? Este pequeño fuego es el amor que busca al ser amado, que no se resigna a perderlo para siempre. En esta llama de amor habita la semilla del amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones (Cf Rom 5, 5). Este dolor, lleno de esperanza y de amor, es el reflejo del corazón de Dios que no se cansa de buscarnos, de llamarnos y de enviar a personas a encontrarnos. 

Cuántas veces he escuchado a los jóvenes preguntarse:
—¿Y dónde está Dios frente a tantas desapariciones forzadas en nuestro país? ¿Y qué hace Él? 

Nuestro Dios ha caminado por esta tierra. Jesús de Nazaret ha recorrido los pueblos y las aldeas para buscarnos y rescatarnos, y no ha dejado de enviar a sus mensajeros de paz para continuar con su misión de rescate. ¡Estas Madres Buscadoras son las mensajeras que Dios sigue enviando! Son la prolongación de su voz que nos llama en cada instante y en cada momento:
—¿Dónde estás? Por favor, no desistas, te estoy buscando.

“¿Y tú, qué Adviento quieres ser para los que te rodean, los que están lejos, bajo bombas, heridas y violencia?”: Hna. Blanca Alicia Sánchez Olvera

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En cada uno de nosotros viven las semillas de Dios, de esperanza, de ilusión y de cercanía. El Señor está en cada persona que busca la paz, que lucha por los derechos humanos y que se entrega al servicio de los necesitados, buscando caminos de diálogo, de perdón  y de justicia. En ellos está Dios tocando, rasgando muros y abriendo brechas nuevas, como dice el profeta Isaías: “Abrid camino a Yahveh, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado: vuélvase lo escabroso llano, y las brechas planicie” (Is 40, 3-4). 

Cada vez que una de estas mujeres persiste en la búsqueda por los montes escabrosos, Dios se manifiesta y se acerca a las víctimas esperando encontrarlas. En este tiempo de Adviento, de preparación de nuestros corazones para la venida del Señor en la Navidad, ahí escuchamos la voz de Dios que nos invita a que nuestra preparación no sea individualista o solo un paréntesis en nuestras vidas. 

Prepararnos para el Adviento es ser Adviento para los demás. ¿Qué podría significar esto? Adviento viene del latín adventus que significa 'venida', y no hay deseo más grande en Dios que nos comprometamos con su venida en cada ciudad, país y continente. Cuántas guerras, sufrimientos y personas que claman desde lo más hondo: ¡Ven Señor Jesús, no tardes, ven que te necesitamos! 

Hoy quiero dar gracias por tantas personas que con sus vidas iluminan mi misión en este Adviento, como lo hace una misionera de la Fraternidad Misionera Verbum Dei a la que pertenezco. Ella acompaña a algunas de estas  mujeres buscadoras mediante procesos de duelo, terapias, oración y participación en grupos de soporte. 

Esta misionera cada día escucha las historias de pérdidas y de encuentros de las madres y se esfuerza en tender un corazón misericordioso y compasivo para ellas. Aunque son pocas las personas que logran ser encontradas, para esta misionera y su grupo de mujeres cada persona rescatada representa un rayo de alegría, esperanza y justicia que despunta en el alba. Es un Adviento de luz en medio de la oscuridad, un eco del anhelo de Dios de encontrarnos. 

Cuando Jesús de Nazaret vino al mundo, lo hizo en medio de un censo, en un humilde establo, porque no había lugar para Él. Sin embargo, Jesús llegó con su amor y su ternura sin límites, siendo luz de vida en un nuevo amanecer para todos. En este año, el Adviento tiene rostro, tiene voz y tiene corazón: el de tantas personas de buena voluntad que continúan allanando senderos de solidaridad para los demás.  

Cuando salgo a las calles, puedo ver los letreros que sostienen estas madres, donde se puede leer: “Hasta encontrarte”. Doy gracias por que el Adviento es concreto, y no solo consiste en preparar nuestros corazones, sino en encontrar aquellos que están perdidos. Me lleno de esperanza y experimento una llamada a ser Adviento, a que Dios pueda contar conmigo para prepararle su venida en estas realidades que me rodean y no en las ideales que yo quisiera. 

¿Y tú, qué Adviento quieres ser para los que te rodean, los que están lejos, bajo bombas, heridas y violencia? Todos estamos llamados a vivir en modo Adviento, a preparar corazones para que la semilla de paz, de justicia y de amor brote en todos. Que en este Adviento, sin importar las circunstancias,  tu lema sea: Luz de vida en un nuevo amanecer. Después de todo, lo más valioso en este mundo será cuánto hemos amado. Como  dice Pedro Casaldáliga: “Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”. Todos los que han desaparecido tienen un lugar especial en el corazón de Dios y en nuestros corazones.