"Todo el oratorio era una explicación de la inquietud del corazón del ser humano. Por eso, la historia se volvía símbolo: vínculo con la biografía de quienes contemplaban. Porque monjes o no, solteros o casados, aún jóvenes o ya añosos, cada persona lleva en su ADN la imagen de su hacedor y, con ella, el deseo irrenunciable de vivir en su presencia, de verle y de entrar en relación con Él", escribe la Hna. Begoña Costillo sobre los encuentros especiales entre las hermanas contemplativas y los visitantes al Monasterio de la Conversión, en España.