Cristo expulsando a los cambistas del templo, óleo de Cecco del Caravaggio, entre 1615 y 620. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.
«Como se acercaba la Pascua judía, Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el recinto del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero sentados. Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó a todos del templo, ovejas y bueyes; esparció las monedas de los que cambiaban dinero y volcó las mesas; a los que vendían palomas les dijo: "Saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado". Los discípulos se acordaron de aquel texto: "El celo por tu casa me devora". Los judíos le dijeron: "¿Qué señal nos presentas para actuar de ese modo?". Jesús les contestó: "Derriben este santuario y en tres días lo reconstruiré". Los judíos dijeron: "Cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al santuario de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron que había dicho eso y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús» (Juan 2, 13-22).
La expulsión de los vendedores del templo es un signo profético que Jesús realizó en su vida histórica y con el que expresó su postura ante las instituciones judías de su tiempo, mostrando que el culto no puede tener otros intereses sino el de manifestar la presencia de Dios.
Más aún, con la referencia a la destrucción del templo y su reconstrucción en tres días, Jesús está adelantado que el verdadero templo es Él mismo y, en nuestra vida cristiana, esto se traduce en el reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios y, por lo tanto, verdadera mediación de Dios entre nosotros.
"Es importante mostrar que el centro del culto no es el templo, sino la vida; no es el rito, sino el amor; no es la solemnidad, sino la fraternidad/sororidad": teóloga Consuelo Vélez
Como puede verse, este texto es pospascual, porque ya se pone en boca de Jesús la alusión a los tres días y el evangelista, además, aclara, que cuando Él resucitó, los discípulos recordaron lo que les había dicho.
Esta reflexión resulta pertinente para la fiesta que hoy se conmemora: la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. Esta fue la primera basílica construida una vez que el emperador Constantino decretó el cristianismo como religión del Imperio y se considera la catedral del papa en Roma.
Por una parte, estas conmemoraciones de basílicas permiten mantener la historia de los orígenes cristianos; además de ser, muchas veces, obras de arte que nos invitan a valorarlas como tal. Pero, por otra, nos interpelan frente a la experiencia actual que tenemos de los templos, la centralidad que se da al culto, tantas veces separado de la vida, y el lujo que suponen tan alejado de la sencillez que debería acompañar el anuncio del Evangelio.
Por lo tanto, aprovechemos esta conmemoración para dejarnos interpelar. Busquemos renovar el culto que celebramos, de manera que pueda ser un testimonio atrayente para las gentes de hoy.
Es importante mostrar que el centro del culto no es el templo, sino la vida; no es el rito, sino el amor; no es la solemnidad, sino la fraternidad/sororidad. Además, como bien lo expresó Jesús en el signo profético que realizó con los vendedores del templo, Dios no quiere la manipulación de lo sagrado y mucho menos su uso para beneficio económico. Dios quiere templos vivos que sean mediadores entre Él y la humanidad, y no hay mayor templo que cada ser humano, donde Dios habita y desde donde nos sale al encuentro: el lugar privilegiado para servirle y amarle.
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