Las panelistas de La Vida respondieron este mes a la pregunta: ¿Cómo encarna su comunidad el espíritu de generosidad durante la Navidad? El pan compartido, gesto sencillo de fraternidad, resume la experiencia de estas religiosas, que desde sus comunidades y contextos cotidianos llevan esperanza a los más vulnerables. (Foto: Pixabay)
Durante la Navidad, la generosidad se manifiesta de muchas formas, desde simples actos de bondad hasta celebraciones comunitarias. Hermanas de distintas partes del mundo reflexionan sobre cómo estas expresiones de generosidad llevan luz y esperanza a sus ministerios.
Este mes les pedimos que respondieran a la pregunta: ¿Cómo encarna su comunidad el espíritu de generosidad durante la Navidad? ¿Pueden compartir un momento en que eso haya traído bendiciones inesperadas a su vida o ministerio?
Cinco mujeres consagradas latinoamericanas comparten para La Vida cómo la generosidad navideña se hace concreta en sus ministerios, a través de la acogida de los más vulnerables, el cuidado, la escucha y el encuentro que renuevan la esperanza.
La Vida, testimonios de la vida consagrada
Adriana Pérez nació en Villaguay, Entre Ríos, Argentina. Tiene cinco hermanos y entró a la Congregación de Hermanas Mercedarias del Niño Jesús a los 19 años, adoptando la espiritualidad de la caridad redentora. Hizo su profesión religiosa en 2008. Es profesora en Ciencias Sagradas y licenciada en Educación Religiosa. Actualmente anima la comunidad de Firmat, Santa Fe, y enseña en el nivel secundario del Colegio Virgen de la Merced. Continúa su formación en ambientes cuidados y prevención de abusos.
En nuestra comunidad, el espíritu de generosidad en Navidad tiene un matiz muy particular, ya que no solo somos mercedarias, sino Mercedarias del Niño Jesús. Ese nombre nos recuerda que todo comienza en la cercanía, la pequeñez y la ternura de Dios hecho niño. "Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Cuando contemplamos este misterio, comprendemos que la Navidad no es solo una época del año, sino un estilo de vida.
Recuerdo especialmente la Navidad de 2008, cuando estaba en mi primer año de juniorado y vivía en un hogar de niñas en situación de vulnerabilidad. Era un tiempo de mucho aprendizaje, de mirada abierta y de corazón disponible. Celebramos la Navidad en la parroquia que está al lado de la comunidad. No fue nada extraordinario, nada fuera de lo común: una misa sencilla, gente del barrio, niñas inquietas y rostros conocidos.
Lo que más me marcó fue la homilía del sacerdote. Habló desde lo cotidiano, destacando que lo cercano y sencillo es verdaderamente evangélico. Dijo algo así como que la Navidad acontece cuando alguien encuentra un lugar donde puede sentirse acogido, esperado y amado, un lugar donde Jesús puede nacer hoy. Esa frase me atravesó, porque pensé en las niñas con las que vivía: cada una con su historia, sus heridas, sus búsquedas… pero también con su capacidad inmensa de regalar sonrisas, confianza y cariño.
"Ser mujer y consagrada es una invitación a cuidar esos nacimientos escondidos de Dios en los márgenes y en lo cotidiano", escribe la Hna. Adriana Pérez en su reflexión sobre la genrosidad vivida por su comunidad religiosa. (Foto: Pixabay)
El papa Francisco nos recuerda: "Jesús nace donde hay alguien que le abre la puerta con ternura". Y creo que esa es la esencia de la generosidad. En aquel hogar, la vida compartida era el gesto más navideño: preparar la merienda juntas, acompañar a alguna en silencio cuando estaba triste, festejar los progresos, celebrar los cumpleaños, escuchar sus sueños y, sobre todo, ofrecer presencia.
Ser mujer y consagrada es una invitación a cuidar esos nacimientos escondidos de Dios en los márgenes y en lo cotidiano. A veces, la generosidad no consiste en dar cosas, sino en dar tiempo, escucha, paciencia y alegría. Esa Navidad de 2008 me enseñó que cuando vivimos desde la ternura y la cercanía, el Niño vuelve a nacer en los corazones. La bendición inesperada está en descubrir que el verdadero regalo somos unos para otros.
"Ser mujer y consagrada es una invitación a cuidar esos nacimientos escondidos de Dios en los márgenes y en lo cotidiano": Hna. Adriana Pérez
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Daniela Cannavina es una religiosa de las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto (HCMR). De nacionalidad argentina, es profesora en Ciencias Religiosas por el Instituto Lumen Christi (Córdoba, Argentina) y doctora en Teología por la Pontificia Universidad Bolivariana (Medellín, Colombia). Acaba de terminar su servicio como secretaria general de la Confederación Latinoamericana de Religiosos y Religiosas (CLAR).
El año ya resuena distinto al iniciar diciembre. Las semanas de Adviento van marcando el ritmo de la espera del corazón para acoger al 'Dios que viene'. La comunidad comienza a imaginar la larga mesa que acogerá a las hermanas que llegarán de lejos para compartir el abrazo fraterno en el 'Dios hecho carne'.
Pero, como bien se reza, si nos cansamos de esperar, ni las velas serán velas ni las estrellas serán buenas guías, ni la alegría será alegría ni la ternura será abrazo, ni la noche será Nochebuena.
La espera incomoda cuando no se valora el tiempo y se le resta importancia a la calidez de las horas. La espera defrauda cuando el motivo por el que dedicamos nuestras horas nunca llega. Sí, la espera inquieta y cansa, pero también enseña, despierta, transforma e ilumina los motivos.
Esperar no es simplemente contar el tiempo o aguardar un hecho, sino habitar el instante con atención y sensibilidad, dejando que cada momento resuene de una manera particular, con latidos que despierten la interioridad dormida. La espera es un acto consciente que mantiene el corazón alerta y abierto. Siempre es un acto de amor anticipado que se gesta y prepara en el tiempo. En la espera, cada gesto, cada palabra y cada mano tendida en la comunidad se viven con intención, cultivando la delicadeza y el cuidado, y anticipando con cada paso la llegada de lo que se desea profundamente.
El cuidado cotidiano de las hermanas enfermas y ancianas es una forma concreta de encarnar la Navidad, explica la Hna. Daniela Cannavina, de las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto, quien agradece al personal: las mujeres que acompañan con su servicio esta fragilidad. (Foto: Unsplash)
Así nos vamos preparando y aprendiendo a leer entre líneas los detalles de un Dios que, ya encarnado, sigue haciendo historia entre nosotras. Su paso mantiene la esperanza latente y nos recuerda su presencia 'nacida' en medio de la realidad doliente de las personas que nos rodean y de quienes trabajan a nuestro lado. Es allí, en esos corazones, donde debemos encender la luz de la esperanza, para que la espera de tantos no se haga eterna y no se apaguen las pequeñas luces que un día encendieron.
Carmen, Antonella, Jessica, Andrea, María, Marta y Camila, dibujan el rostro del personal que cuida la fragilidad de nuestras hermanas enfermas y ancianas. Junto con ellas, tejemos en el día a día la Navidad. Porque, como nos recuerda el canto de Castells, "si cada día es Navidad, si cada día nace Dios, nace la paz al corazón que sabe abrirse a los demás". ¡Y esto es lo que queremos vivir!
Que la estrella de Belén se multiplique en nuestro cielo y nos indique cómo y hacia dónde caminar para ser cada día más humanas y más hermanas. Que el Espíritu, alma de la Iglesia y origen de toda Navidad y de todo nuevo nacimiento, nos acompañe para que la alegría navideña, que se mantiene a lo largo del tiempo, de 'espera en espera', nos abrace a todas, sin excepción.
"Un Dios (...) ya encarnado sigue haciendo historia entre nosotras. Su paso (...) nos recuerda su presencia 'nacida' en medio de la realidad doliente de las personas que nos rodean y de quienes trabajan a nuestro lado”: Hna. Daniela Cannavina
Liliana Beatriz Parlanti, de las Misioneras de Nuestra Señora de los Apóstoles en Argentina, tras su consagración en 1999 fue enviada a Benín, África Occidental, donde trabajó en evangelización rural y promoción de la mujer. Entre 2011 y 2015, estuvo en Argelia, África del Norte, una misión enfocada en diálogo de vida y acompañamiento a jóvenes universitarios subsaharianos. Actualmente trabaja en animación misionera y acompañamiento a migrantes en Buenos Aires, Argentina.
Dentro del legado de nuestro fundador, el padre Agustín Planque (SMA), el espíritu de simplicidad y cercanía, especialmente con los más pobres y desposeídos, tiene una fuerza que configura nuestra misión y nuestro estilo de vida cotidiano. Él expresaba: "No quiero nada más que la simplicidad en una extensión de miras verdaderamente apostólicas". Esto implica para nosotras adoptar una actitud de rectitud, cercanía y disponibilidad.
En octubre de 2023 volvimos a Buenos Aires para la reapertura de la comunidad, que había sido cerrada por falta de personal. Esperábamos el relevo de África.
Éramos dos hermanas. Vivir la cercanía en una urbe cosmopolita, donde muchos son anónimos, es arduo. Pronto constatamos que la gran ciudad deja a muchos hermanos y hermanas al borde del camino.
En la Iglesia de Buenos Aires, las parroquias habilitan espacios de encuentro con quienes están en situación de vulnerabilidad: la 'noche de la caridad'. Allí, las familias con más necesidades, las personas en situación de calle, los sin hogar, y quienes están solos encuentran, junto a un plato de comida, hermanos dispuestos a escuchar y acoger, en un gesto fraterno a la manera de Jesús.
Navidad se acercaba, y en comunidad decidimos que nuestro gesto de generosidad alcanzaría mayor significación en torno a las personas de la 'noche de la caridad', que se replicaría en la Nochebuena. Después de la misa de Nochebuena, fuimos invitados a compartir la cena, con el aporte de quienes pudieran. Una larga mesa se dispuso en el atrio de la iglesia.
En la Iglesia de Buenos Aires, las parroquias abren espacios de encuentro como la 'noche de la caridad', donde personas en situación de vulnerabilidad —familias con necesidades, personas sin hogar y quienes viven en soledad— encuentran escucha, acogida y fraternidad, relata la Hna. Liliana Parlanti. (Foto: Unsplash)
Allí estaba Fernando, un hombre en situación de calle que, mientras charlábamos, se preocupaba de que nadie ocupara el lugar donde dormía —en el cajero automático de un banco cercano—. Y las tres amigas, mujeres de cierta edad que a la vez que buscaban la compañía de la comunidad planeaban un viaje de vacaciones organizado por un centro de personas mayores: una ocasión para dejar la soledad y darle aire fresco a su vida cotidiana. ¡Con cuánta ilusión y detalle hablaban de los preparativos! Y también estaba Juan, un médico venezolano que había migrado solo y que se sumó al encuentro en busca de una celebración en familia. Durante la charla, hablaba de su hija adolescente, con quien esperaba reunirse algún día, y ofrecía sus servicios profesionales a la comunidad.
En cada uno de ellos, y también en nosotras, esa noche nacía Jesús y con Él revivía la esperanza de un mundo que privilegie el encuentro y la generosidad expresada en las manos tendidas, en los abrazos fraternales y en los gestos acogedores intercambiados entre quienes, junto al pesebre a medianoche, elevamos una plegaria y brindamos para que la cultura del encuentro se haga realidad en la vida de cada uno y en la comunidad.
"En la Iglesia de Buenos Aires, las parroquias habilitan espacios con quienes están en situación de vulnerabilidad: la 'noche de la caridad'. Allí (...) encuentran, junto a un plato de comida, hermanos dispuestos a acoger": Hna. Liliana Parlanti
María Maura Aranguren, originaria de Venezuela, es miembro de la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación. Tiene una licenciatura en Educación con mención en Ciencias Religiosas. Actualmente vive en la comunidad del Colegio Nuestra Señora del Valle, en Porlamar, Venezuela, donde coordina la pastoral escolar. Ha sido docente de Educación Religiosa y maestra de primaria, y también ha trabajado en pastoral vocacional, acompañañando a grupos de adolescentes y jóvenes. Actualmente coordina el coro Siempre con María en la parroquia San Nicolás de Bari. Disfruta la lectura, el silencio, la contemplación, la naturaleza y los animales.
A los venezolanos se nos caracteriza por ser hombres y mujeres generosos, dispuestos a ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. "Den sin esperar nada a cambio" (Lc 6, 35). De niña, recuerdo que en mi casa siempre había un plato de comida para quien, necesitado de alimento, llamara a la puerta; este gesto siempre iba acompañado de una profunda hospitalidad y respeto.
Actualmente, debido a la situación del país, esta generosidad se hace más patente, ya que no damos de lo que nos sobra, sino que muchas veces damos aquello que realmente necesitamos. Conozco personas y familias que comparten lo que tienen y a ellas este amor compartido se les multiplica en más generosidad, porque es cierto que "Dios no se deja ganar en generosidad" (Mc 10, 30). Al contrario, Él es más generoso y nos devuelve el ciento por uno multiplicado.
En mi congregación y, muy especialmente, en mi comunidad, he vivido esta generosidad muy de cerca durante todo el año, y con un sentimiento especial en las fiestas de Navidad. Soy testigo de cómo el Señor, a quien esperamos en la representación de un niño que se encarna en nuestra humanidad, nos impulsa a compartir con los demás lo poco o mucho que tengamos. En nuestro caso, las hermanas de mi comunidad, todo el personal, las familias y los estudiantes que conforman nuestra Familia Consolación, nos organizamos para hacer llegar nuestra ayuda solidaria a nuestros hermanos del estado de Mérida, que se vieron afectados por las inundaciones ocurridas en febrero de 2025 y que dejaron miles de personas damnificadas.
Los miembros de la Familia Consolación organizan ayuda solidaria para las personas afectadas por las inundaciones de febrero de 2025 en el estado de Mérida, Venezuela, como parte de sus actividad por la Navidad, comparte la Hna. María Maura Aranguren. (Foto: Unsplash)
En mi comunidad religiosa, la generosidad nos ha llevado a renunciar a nuestras comodidades e incluso a algunas necesidades para poder compartir con los que menos tienen; especialmente con las mujeres de escasos recursos que trabajan en nuestra obra educativa, que muchas veces se sienten desamparadas. No solo les hemos proporcionado lo material, sino también las hemos dignificado y ayudado a valerse por sí mismas y a salir adelante con sus hijos. Además, mi comunidad les ha proporcionado lo más importante: la certeza de que Dios las ama y les ha garantizado un trabajo digno y estable.
Ha sido muy alentador contemplar la generosidad de Dios en gestos tan sencillos, lo que me ha hecho más sensible, menos consumista y más generosa. Me ha llevado a cambiar mi perspectiva y a centrar mis esfuerzos en compartir y en saber recibir; porque la alegría no se queda solo en quien recibe, sino en quien da sin esperar nada a cambio. Además, ver la generosidad entre las hermanas de la comunidad, estar atenta cuando alguna se enferma, cuando me comparte una dificultad para que rece por ella, me ayuda a creer que sí es posible empatizar con el otro que es mi hermano y mi hermana, porque es criatura amada de Dios.
Pienso que cuando somos capaces de anteponer la necesidad del otro a la nuestra, la alegría y la entrega florecen en nuestros corazones y podemos cantar: "Bendito sea Dios, que nos usa como sus instrumentos para manifestar su bondad".
"En mi comunidad, la generosidad nos ha llevado a renunciar a nuestras comodidades y a algunas necesidades para poder compartir con (...) las mujeres de escasos recursos que trabajan en nuestra obra educativa": Hna. María Maura Aranguren
Paola Verónica Zapata nació en Río Tercero, Córdoba, Argentina y se consagró como religiosa de las Carmelitas Misioneras Teresianas en 2010. Ha prestado servicios en Bolivia, Uruguay, Paraguay y Argentina. Su vida se sostiene en la formación permanente, la vida fraterna y orante, y la entrega apasionada. En pastoral, se destaca por su compromiso con los jóvenes y participación en equipos como la CONFRU–NN.GG CONOSUR–REJO ARG. En su condición de psicopedagoga, interviene en proyectos educativos formales y no formales.
La Navidad tiene olor a hogar, aroma a encuentro, ilusión de niño y anhelo de amor: eso es la Navidad, o al menos eso es lo que debería ser. La Navidad convoca e integra la diversidad, dando lugar al diálogo que nos lleva a buscar la palabra necesaria para que lo que está fragmentado o dividido pueda unirse. Contemplar al niño recién nacido en esta celebración es una experiencia única para retomar aquello que habíamos dejado atrás.
La Navidad hace que quien está más lejos emprenda un viaje, y no solo me refiero a la distancia física, sino también a quienes están lejos de corazón.
Cuando estas reflexiones se adueñan del interior de la persona, la vida despierta, impulsándola a convocar y motivándola a congregar. Este fue este el motivo por el cual comenzamos a preparar el hogar, el pesebre, ese lugarcito para estar, pero 'preparar el hogar' también implica dedicar tiempo para ver cómo está todo en casa, porque para recibir a quien viene hay algo fundamental: hacer sitio, es decir, sacar todo aquello que estorba, molesta incomoda u ocupa el espacio de quien quiere entrar, estar y celebrar.
De alguna manera, cuando nos decidimos a convocar, cada una tuvo (tiene) la oportunidad de hacer ese ejercicio: ¿Qué necesito sacar para que el que viene pueda entrar? Hacerlo o no es una decisión personal.
Cuando decimos que Jesús venga, invitarlo a nuestra casa-hogar ha de reflejarse en nuestra capacidad de acoger al que más cerca está de nosotras; si no es así, algo en nuestra espiritualidad estaría funcionando mal.
Y así, una lista de nombres empezó a vislumbrarse; para concretarla, hubo indicadores que sirvieron de guías. El primero, invitar a los jóvenes; pero, ¿qué jóvenes?: aquellos que, persiguiendo un sueño, están hoy lejos de su país. El segundo indicador fue recuperar el aroma a hogar, para lo cual se propuso presentar un plato del país de origen, lo que hizo que el corazón se conectara con lo propio, con las raíces y con la esencia de cada uno. A partir de esa originalidad, se salió al encuentro de los demás, disfrutando e integrando en la amalgama de culturas lo 'poquito' que cada uno aporta.
Los jóvenes migrantes, que persiguen un sueño lejos de su país, nos recuerdan que invitar a Jesús a nuestra casa implica acoger a quienes más lo necesitan, afirma la Hna. Paola Zapata. (Foto: cortesía Paola Zapata)
Una vez realizadas las invitaciones y presentada la propuesta, solo quedaba preparar el lugar. En ese momento, todos se sintieron parte y comenzaron a aportar. El parque de la casa se vistió de Navidad, de ese calor de hogar, de ese aroma familiar.
Luego, el misterio de Dios se entrelazó y se reveló con cada historia que surgió en la inmensa mesa. Ese 'feliz de ti, por haber creído' o 'el inmenso amor del Padre, en un pesebre está' se hacía visible en la comunión de vida, en la Palabra que se revelaba en cada trayectoria, porque allí había un poquito de cada lugar: Argentina, Brasil, Ecuador y Polonia; y se palpaba algo mayor: el dinamismo y la riqueza de la Iglesia, porque en esa mesa —y en el corazón dispuesto a recibir y contemplar— estuvieron presentes laicos, hermanas y sacerdotes empapados por un carisma que reúne la riqueza del Carmelo y la autenticidad aportada por el Bto. Francisco Palau, fundador de las Hermanas Carmelitas Misioneras Teresianas.
Esta historia de Navidad tuvo lugar en la comunidad San José de la provincia Virgen de Guadalupe de las Hermanas CMT, pero esta vivencia puede tener lugar en cualquier rinconcito de la tierra donde haya un corazón dispuesto a acoger a quien se encuentre lejos de su hogar, un corazón que se abra y se fortalezca al ser testigos de las búsquedas y vocaciones que muestran el sentido de la sinodalidad. Un corazón atento a ese Dios que desea pasar por cada lugar…
"Cuando decimos que Jesús venga, invitarlo a nuestra casa-hogar ha de reflejarse en nuestra capacidad de acoger al que más cerca está de nosotras; si no es así, algo en nuestra espiritualidad estaría funcionando mal": Hna. Paola Zapata
