En la costa de Kenia, la codicia y la superstición condenan a ancianos —sobre todo viudas— a ser expulsados, agredidos o asesinados tras falsas acusaciones de brujería de sus familiares para arrebatarles sus tierras. Hermanas católicas les acogen en refugios, donde les ofrecen alimento, apoyo legal y un lugar seguro para reconstruir sus vidas.