
Algunos ancianos del centro de rescate Kaya Godoma, acusados de brujería por miembros de su comunidad e incluso por sus familiares, han sido expulsados violentamente de sus hogares. En la imagen, personas que residen en el centro Kaya Godoma, en la ciudad costera de Kilifi, en Kenia. (Foto: GSR/Doreen Ajiambo)
Nota de la editora: Esta historia forma parte de Salir de las sombras: luz contra la violencia de género, la serie de Global Sisters Report y Global Sisters Report en español que se enfoca en cómo las hermanas católicas responden a este fenómeno mundial o se ven afectadas por él.

En las pintorescas aldeas de la región costera de Kenia —donde la brisa del océano Índico susurra entre los cocoteros y los caminos cubiertos de arena serpentean por las granjas— se está desencadenando una crisis siniestra.
El número de personas mayores —sobre todo las viudas— víctimas de una brutal ola de violencia alimentada por la superstición y la codicia va en aumento. Acusadas de brujería, muchas son atacadas, desplazadas o incluso asesinadas por familiares u otras personas que pretenden apoderarse de sus tierras o eliminarlas de las cadenas de herencia. Lo que en apariencia podría parecer una creencia cultural es, en muchos casos, una forma de violencia de género dirigida contra mujeres vulnerables bajo el pretexto de la tradición.
Estas acusaciones de brujería han alimentado una ola de violencia que ha dejado miles de desplazados y más de 160 muertos, aunque líderes y defensores afirman que el número de muertes no declaradas supera con creces esa cifra.
Las personas mayores se ven a menudo despojadas de su dignidad y seguridad en sus últimos años, y han sido obligadas a huir de sus hogares y a buscar amparo en más de una docena de refugios improvisados gestionados por grupos religiosos y organizaciones humanitarias.

Ancianos desplazados por acusaciones de brujería reciben atención y refugio en el centro de rescate Kaya Godoma en Kilifi, Kenia, donde las hermanas católicas les brindan apoyo integral. (Foto: GSR/Doreen Ajiambo)
"Ya no se trata solo de creencias culturales", afirma la Hna. Rosalía Kimuyu, de las Hermanitas de los Pobres, cuya congregación gestiona un centro de acogida en la región. "Se trata de poder, propiedad y un desprecio total por la dignidad humana", acota.
Las Hermanitas de los Pobres gestionan Nyumba ya Wazee [Hogar de los Ancianos, en swahili], un refugio creado en 1969. Hoy alberga a más de 50 ancianos, la mayoría víctimas de ataques violentos o amenazas relacionadas con acusaciones de brujería y disputas por la tierra.
"Tenemos aquí a un anciano cuyos familiares intentaron matarlo para heredar sus tierras", explica Kimuyu y agrega: "Huyó a una iglesia cercana, que nos lo remitió. También tenemos mujeres que fueron atacadas por sus hijos tras ser acusadas de causar enfermedad o muerte mediante brujería".
Tierra, mentiras y codicia
La región de Kilifi, donde viven más de 1,4 millones de personas, ha sufrido durante mucho tiempo acusaciones de brujería. Pero activistas y líderes comunitarios afirman que estas acusaciones se utilizan cada vez más para encubrir el acaparamiento de tierras y los conflictos por herencias, sobre todo a medida que el turismo y el desarrollo inmobiliario aumentan el valor de la tierra.
"Muchas víctimas son atacadas, no porque hayan cometido algún delito, sino porque alguien quiere su propiedad", afirma Julius Wanyama, responsable de programas de Haki Yetu, un grupo de derechos humanos que defiende a las comunidades marginadas de la región costera de Kenia. "Es codicia disfrazada de tradición", indica.
"Nunca pensamos que nuestra vejez sería así. Somos refugiados en nuestra propia tierra": Karisa Ndenge, 79 años
Los problemas de la tierra en las zonas costeras de Kenia son complejos y están profundamente arraigados en la historia. Durante el dominio colonial, los colonos británicos se apoderaron de vastas extensiones de tierra. Los Gobiernos posteriores a la independencia no rectificaron estas injusticias históricas, lo que provocó décadas de disputas y falta de tierras. En la actualidad, según Haki Yetu, la falta de claridad en la propiedad de la tierra y la debilidad del Gobierno permiten a los oportunistas —a menudo familiares— aprovecharse de los parientes ancianos que poseen títulos de propiedad.
"Nunca pensamos que nuestra vejez sería así", afirma Karisa Ndenge, viudo de 79 años que vive en Nyumba ya Wazee. "Somos refugiados en nuestra propia tierra", añade.

Karisa Ndenge, de 79 años, muestra las cicatrices de un ataque sufrido hace unos años, en el que, según afirma, miembros de su familia y de su comunidad le atacaron con machetes. Ndenge consiguió escapar y buscó refugio en uno de los centros de la región de Kilifi. (Foto: GSR/Doreen Ajiambo)
Pueblos sin residentes mayores
La reciente visita de Global Sisters Report (GSR) a varios pueblos de Kilifi —entre ellos Ganze, Kaloleni y Malindi— reveló un patrón: pocos residentes mayores de 50 años permanecen en sus hogares.
En Ganze, por ejemplo, solo dos de los diez hogares visitados por GSR tenían residentes mayores; el resto habían huido o habían sido asesinados, a menudo tras ser acusados de brujería por familiares o vecinos, según las entrevistas de GSR. Muchas de estas acusaciones suelen surgir tras enfermedades inexplicables, muertes o incluso desempleo.
"La mayoría de estos ancianos practican la brujería, que ha matado a mucha gente, empobrecido a otros y traído enfermedades", afirmó un hombre de 35 años de Ganze que pidió no ser identificado y quien además dijo que su tío le había embrujado para impedirle conseguir un trabajo, a pesar de tener un título en ciencias actuariales por la Universidad de Nairobi.
"Son gente muy mala. No creo que deban vivir. Atacamos a mi tío. Escapó. Pero si no lo hubiera hecho, le habríamos matado", manifestó.
Cuando le preguntaron a este hombre si su tío tenía antecedentes de brujería, lo negó con la cabeza. "Nadie tiene pruebas. Pero lo sabemos", apuntó.
Global Sisters Report visitó la mayoría de los más de 12 refugios de la región de Kilifi, que en su mayoría existen para albergar a personas acusadas de brujería, ya que los hogares para ancianos son escasos en Kenia y en casi todos los países africanos. En estas visitas, GSR fue testigo directo de que este fenómeno ha desplazado a miles de adultos.

Ancianas desalojadas de sus hogares por acusaciones de brujería buscan refugio en un centro de Kilifi, ciudad costera de Kenia, el 24 de abril de 2025. (Foto: GSR/Doreen Ajiambo)
La creencia en la brujería está muy arraigada en estas comunidades, y a veces trasciende la religión. En docenas de hogares visitados por GSR eran visibles 'símbolos de protección' contra la brujería: plumas de gallina clavadas sobre las puertas, paredes untadas con sangre de sacrificios y calabazas rituales colocadas cerca de las camas. Incluso entre las familias cristianas, este temor determina la forma en que la gente se relaciona con los ancianos, sobre todo con los que viven solos o son sospechosos de ser extraños.
Los líderes eclesiásticos afirman que el resultado es una cultura de la sospecha, en la que cada desgracia —desde la infertilidad hasta los fracasos empresariales— se achaca a un anciano.
"Todas las muertes o accidentes se atribuyen a la brujería", afirma William Charo, catequista de una iglesia de Kilifi. "Siempre es culpa de alguien: normalmente una abuela, una madrastra o una tía viuda", explica.
Los ancianos, especialmente las viudas, se consideran objetivos fáciles. "Los que tienen tierras son los que corren más peligro. Pasan años consiguiendo un título de propiedad, y luego sus propios hijos quieren quedárselo... por cualquier medio", afirma Charo.
Cifras escandalosas, pocas detenciones
Wanyama dijo que su investigación de 2023 mostró que entre 2020 y mayo de 2022, hasta 138 ancianos fueron asesinados en Kilifi por acusaciones de brujería; añadió que la cifra ha aumentado desde entonces a más de 160 casos.
"Es probable que estas cifras no se acerquen a la realidad", afirma Wanyama. "Muchos casos no se denuncian porque las familias no quieren que intervenga la policía. Los agresores suelen ser parientes cercanos", puntualiza.
Las mujeres se llevan la peor parte de la violencia. Wanyama señaló que las viudas, que a menudo heredan bienes de sus maridos fallecidos, son un objetivo mayoritario.
"Cuando un hombre muere, la esposa debería heredar legalmente la tierra", dice y añade: "Pero los codiciosos suegros la acusan de brujería para poder quedársela".
Las autoridades locales reconocen la creciente crisis. "El Gobierno quiere defender los derechos de todas las personas", afirma Consolata Machuko, funcionaria del Ministerio de Trabajo y Protección Social de Kenia. "Pero aún nos queda mucho trabajo por hacer", precisa.
Machuko dijo que al menos una persona mayor es asesinada cada semana sólo en Kilifi, normalmente tras ser culpada de desgracias como enfermedades, infertilidad o desempleo.

Consolata Machuko, funcionaria local del Ministerio de Trabajo y Protección Social, habla con los residentes de un centro de rescate de la región de Kilifi. (Foto: GSR/Doreen Ajiambo)
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Los supervivientes cuentan sus historias
En el Centro de Rescate Kaya Godoma, uno de los varios refugios de la región, Kavumbi Mamanga, de 71 años, vive atemorizada. Huyó de su casa hace un año después de que, según dice, fuera brutalmente agredida por sus hijos.
GSR se puso en contacto con los hijos de Mamanga para que hicieran comentarios, pero declinaron responder.
"Mi hijo trajo a un grupo de aldeanos", dijo en voz baja y agregó: "Me abofeteó y me llamó bruja. Dijeron que maté a su padre y a dos parientes con magia".
Su marido había muerto tras una larga enfermedad; los demás familiares fallecieron durante el parto. A pesar de ello, golpearon a Mamanga, su cabeza sangraba y la obligaron a beber pociones de hierbas como parte de una 'prueba' tradicional de inocencia.
"A la mañana siguiente, se reunieron en la plaza. Me dieron hierbas y me dijeron que, si era culpable, moriría", relató. "Sobreviví. Dijeron que era inocente. Pero las amenazas no cesaron", indicó.
La policía ayudó a rescatarla y la llevó a Kaya Godoma. Mamanga dijo que su parcela de tres acres, que le había dejado su difunto marido, había sido ocupada por sus hijos.
"No soy una bruja. Hasta los ancianos lo dijeron. Solo querían mi tierra", dijo, rompiendo a llorar.

Las Hermanitas de los Pobres dirigen Nyumba Ya Wazee, que significa Hogar de Ancianos, en swahili. Fundado en 1969, el albergue sirve de refugio a ancianos vulnerables, donde se les acoge con cariño y se les trata como en familia. (Foto: GSR /Doreen Ajiambo)
En Nyumba ya Wazee, otro residente, Jacob Thabu, herborista de 75 años, compartió una historia similar. Hace cinco años dos aldeanos murieron en un accidente de carretera cuando se dirigían a un funeral. Esa noche, una turba vino a por él.
"Dijeron que provoqué el accidente para enriquecerme", dijo. "Me cortaron con machetes. Quemaron mi casa. Casi me muero", explicó.
Aunque Thabu sobrevivió, lo perdió todo: "Mi casa, mi trabajo, mi comunidad", indicó.
"Dijeron que provoqué el accidente para enriquecerme. Me cortaron con machetes. Quemaron mi casa. Casi muero": Jacob Thabu, 75 años
Una generación desconectada de sus raíces
Religiosas y cuidadores locales advierten de que los asesinatos de ancianos están desmantelando lentamente el tejido social de las comunidades. En muchas sociedades tradicionales, los ancianos actúan como pacificadores, historiadores y guías espirituales.
"Cuando eliminas a los ancianos, eliminas la sabiduría", expresó Kimuyu. "Creas una generación desconectada de sus raíces", añadió.
Las hermanas católicas y los grupos humanitarios que dirigen centros de rescate han intervenido para proporcionar no solo alimentos y refugio, sino también asesoramiento y apoyo jurídico; muchos también llevan a cabo campañas de educación pública destinadas a combatir las supersticiones y fomentar el respeto por los ancianos.
"Cuando eliminas a los ancianos, eliminas la sabiduría. Creas una generación desconectada de sus raíces": Hna. Rosalia Kimuyu, Hermanitas de los Pobres
"Estamos enseñando a la gente que las desgracias no las causan la vejez ni la magia", afirma Kimuyu y agrega: "Estamos ayudando a los jóvenes a ver que sus problemas no se resolverán matando a sus abuelos".
Su congregación también ha puesto en marcha programas de divulgación comunitaria en los que los jóvenes visitan los refugios para interactuar con los ancianos y escuchar sus historias. Según Kimuyu, estos encuentros están cambiando poco a poco los corazones.
"Hemos visto a algunos jóvenes venir a disculparse, diciendo que no lo sabían. Estamos plantando semillas de compasión", manifestó.
"Estamos ayudando a los jóvenes a ver que sus problemas no se resolverán matando a sus abuelos": Hna. Rosalia Kimuyu
Llamado a una intervención internacional
A pesar de los esfuerzos de la sociedad civil, los activistas afirman que el Gobierno debe hacer más, y rápido.
"La violencia va en aumento", afirmó Emmanuel Katana, presidente del Centro de Rescate Kaya Godoma. "Necesitamos leyes más fuertes, una justicia más rápida y educación para acabar con estas creencias dañinas", indicó.
Katana y otros activistas presionan para que se endurezcan las penas contra quienes cometan actos violentos contra los ancianos, se apliquen las leyes de sucesión y se cree un grupo de trabajo a nivel nacional para investigar los homicidios relacionados con la brujería.
También piden apoyo internacional —tanto económico como diplomático— para ayudar a los refugios, presionar al Gobierno keniano y sensibilizar a la opinión pública mundial sobre la crisis.
"No se trata sólo de un problema cultural, sino de una crisis del Gobierno. Si no protegemos a nuestros mayores, perdemos la base de lo que somos": Hna. Rosalia Kimuyu
Kimuyu afirma que las hermanas hacen lo que pueden, pero están desbordadas. "Estamos atendiendo a personas que deberían estar rodeadas de nietos, no de guardias", afirmó.
La religiosa cree que el problema forma parte de un fallo más amplio de liderazgo. "No se trata solo de un problema cultural, sino de una crisis del Gobierno. Si no protegemos a nuestros mayores, perdemos la base de lo que somos", apuntó.
Por ahora, los supervivientes como Ndenge intentan vivir día a día, sin saber si la paz volverá algún día a sus comunidades.
"Nuestro futuro es incierto", afirma. "Oímos que los ataques van en aumento. No sabemos cuándo, o si volveremos a casa", manifestó.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 9 de junio de 2025.