(Foto: Unsplash/Ben Berwers)
Nota de la editora: Esta historia forma parte de Salir de las sombras: luz contra la violencia de género, la serie de Global Sisters Report y Global Sisters Report en español que se enfoca en cómo las hermanas católicas responden a este fenómeno mundial o se ven afectadas por él.
En un inquietante vídeo que circuló recientemente, una hermana católica mayor abofetea repetidamente a una integrante más joven de su congregación en Kenia. Las imágenes no solo capturan la violencia física, sino algo aún más preocupante y que exige un examen del sistema: el abuso de poder dentro de las estructuras religiosas jerárquicas.
Las Hermanas Franciscanas de San José reconocieron inmediatamente el incidente como "profundamente lamentable", y la Asociación de Hermandades de Kenia declaró que "la protección ya no es opcional dentro de la vida religiosa. Es un imperativo del Evangelio y una responsabilidad moral". Estas respuestas, aunque loables, ponen de relieve una cuestión fundamental: ¿por qué siguen produciéndose este tipo de incidentes a pesar del compromiso declarado de las comunidades religiosas con la seguridad y la dignidad de sus miembros?
La agresión de Kenia no puede descartarse como si fuera un incidente aislado. Este verano, investigadores internacionales se reunieron en la Universidad de Ratisbona para celebrar una conferencia pionera titulada Detrás del velo: análisis de los patrones ocultos de abuso espiritual y sexual entre las religiosas católicas. Los estudios presentados desde Europa, África, América Latina, Asia y América del Norte revelaron patrones de abuso sorprendentemente similares dentro de comunidades religiosas en contextos culturales muy diferentes.
La investigación expone cómo las estructuras de autoridad religiosa crean lo que los estudiosos denominan "vulnerancia", un concepto introducido por la teóloga alemana Hildegund Keul y ampliado por la profesora alemana Ute Leimgruber para describir la disposición estructural a utilizar la violencia en relación con las vulnerabilidades. A diferencia de la vulnerabilidad individual, la vulnerancia describe cómo los factores institucionales dentro de las comunidades religiosas —estructuras de poder jerárquicas, culturas de secretismo y la instrumentalización de conceptos como el voto de obediencia y la 'voluntad de Dios'— crean condiciones sistemáticas en las que el abuso no solo es posible, sino que está estructuralmente habilitado.
"La Iglesia sigue enmarcando sistemáticamente estos incidentes como aberraciones, en lugar de como resultados previsibles de un poder concentrado que opera sin la supervisión adecuada": Lucy Huh, investigadora laica de Universidad de Baylor, EE. UU.
Un consorcio internacional de investigación está preparando la primera encuesta global exhaustiva sobre las religiosas católicas, que durará tres años, para investigar la seguridad y la calidad de la vida religiosa de las hermanas en todo el mundo. La propia necesidad de una investigación tan amplia revela una brecha preocupante: simplemente no existen datos básicos sobre el bienestar de las religiosas, lo que deja a las instituciones sin los mecanismos de rendición de cuentas que las organizaciones seculares mantienen habitualmente.
El vídeo de Kenia ilustra cómo el abuso se deriva de los desequilibrios de poder institucionales y no de defectos de carácter individuales. Las acciones de la hermana mayor no fueron un comportamiento aberrante, sino el resultado previsible de una autoridad sin control dentro de las estructuras jerárquicas. Sus palabras —"Sabes que esta niña es muy estúpida"— revelan cómo la edad y la antigüedad dentro de las comunidades religiosas pueden crear dinámicas que deshumanizan, humillan e infantilizan a los miembros más jóvenes.
Las instituciones religiosas suelen intentar enmarcar estos incidentes como fallos personales, evitando examinar las condiciones estructurales que los permiten. Este enfoque no aborda los factores sistemáticos que permiten el abuso: cómo la autoridad espiritual crea formas únicas de control psicológico, cómo las condiciones de vida en comunidad y la naturaleza cerrada de las órdenes religiosas pueden aislar a las personas del apoyo externo, y cómo los conceptos religiosos se convierten en herramientas de manipulación.
Para comprender por qué persisten estos incidentes es necesario examinar las condiciones estructurales que los hacen posibles. Las comunidades religiosas suelen funcionar como lo que el sociólogo Erving Goffman denominó "instituciones totales": entornos con un control total sobre la vida cotidiana de sus miembros, aislados del mundo exterior, con jerarquías de poder rígidas y una reforma sistemática de la identidad a través de programas de formación.
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Los tres votos de la vida religiosa —pobreza, castidad y obediencia—, concebidos como disciplinas espirituales, pueden crear dependencias entrelazadas que dificultan la resistencia. La pobreza elimina la independencia económica, dejando a los miembros dependientes financieramente de la misma institución que podría perjudicarlos. La castidad crea aislamiento social al limitar las relaciones significativas tanto dentro como fuera de la comunidad. La obediencia socava sistemáticamente el razonamiento moral individual, enmarcando el juicio personal como inmadurez espiritual y presentando las órdenes de los superiores como voluntad divina.
La respuesta de la Asociación de Hermandades de Kenia a la agresión demuestra tanto las posibilidades como las limitaciones de los enfoques actuales. Si bien su condena inmediata y su llamamiento a la adopción de protocolos de protección representan pasos importantes, las respuestas reactivas a incidentes individuales no pueden abordar las condiciones sistemáticas que permiten los abusos.
Una reforma significativa requiere medidas proactivas: una formación integral en materia de protección que aborde las dinámicas de poder y no solo la conducta individual; mecanismos de supervisión externos que garanticen la rendición de cuentas independientemente de las jerarquías internas; y una recopilación sistemática de datos que permita realizar un seguimiento de la cultura institucional y el bienestar de los miembros a lo largo del tiempo.
Lo más importante es reconocer que la protección no consiste solo en proteger a quienes se consideran especialmente vulnerables, sino en crear culturas institucionales que impidan el abuso de poder en todas sus formas.
Las comunidades religiosas no pueden reivindicar autoridad moral si no protegen a sus propios miembros de cualquier daño. Los patrones de abuso documentados en todos los continentes revelan que no se trata de un problema de malos actores individuales, sino de sistemas institucionales que permiten y ocultan el abuso.
El incidente de Kenia ofrece un momento de reflexión. Las instituciones religiosas pueden seguir respondiendo de forma reactiva a casos individuales mientras mantienen las condiciones estructurales que permiten el abuso, o pueden adoptar las reformas sistemáticas que, según sus propias investigaciones, son desesperadamente necesarias.
Como observó acertadamente la Asociación de Hermandades de Kenia, la protección es, en efecto, un imperativo del Evangelio. Sin embargo, sigue existiendo una preocupante desconexión entre esta claridad moral y la práctica institucional: un patrón de responder con soluciones individuales a problemas estructurales. La Iglesia sigue enmarcando sistemáticamente estos incidentes como aberraciones, en lugar de como resultados previsibles de un poder concentrado que opera sin la supervisión adecuada.
Las instituciones religiosas y la Iglesia católica en general pueden seguir respondiendo de forma reactiva a casos individuales, manteniendo las condiciones estructurales que permiten el abuso, o pueden adoptar las reformas sistemáticas que, según las pruebas cada vez más numerosas, son desesperadamente necesarias.
Detrás de cada incidente se esconde un sufrimiento humano real: mujeres cuya fe se utiliza como arma en su contra, cuya devoción se explota y cuyas voces son silenciadas por los mismos sistemas en los que han confiado toda su vida. La elección determinará no solo si las comunidades religiosas pueden alinear sus prácticas con los valores evangélicos que dicen defender, sino también si pueden dejar de perpetuar activamente el sufrimiento de aquellos a quienes están llamadas a proteger.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 18 de sepiembre de 2025.
