Las panelistas de La Vida de octubre respondieron a esta pregunta: ¿Cuál ha sido el mayor regalo de su vocación? En la imagen: Liliana Graciela Andrada con un grupo de Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas al finalizar los ejercicios espirituales en la Residencia Santísima Trinidad de Agua de Oro. Córdoba, Argentina en el invierno del 2025. (Foto: cortesía Liliana Andrada
Decir 'sí' a la vida religiosa es emprender un camino lleno de encuentros: con Dios, con la comunidad y con el mundo que nos rodea. En nuestra andadura experimentamos sorpresas, enfrentamos desafíos y recibimos bendiciones que nos van formando y guiando en nuestro servicio al Pueblo de Dios.
Este mes, les preguntamos a nuestras panelistas de La Vida: ¿Cuál ha sido el mayor regalo de su vocación?
La Vida, testimonios de la vida consagrada
Liliana Graciela Andrada es religiosa de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas. Su vocación comenzó a los nueve años, cuando se preparaba para la primera comunión utilizando los libros religiosos de su abuelo, un predicador adventista. Es profesora para la enseñanza primaria y de Religión y Moral graduada en la Universidad Metropolitana de Santiago de Chile. Se recibió como maestra en San Juan y trabajó en escuelas rurales antes de ingresar a la congregación. Ha desempeñado roles en colegios, incluido el de directora, y ha pasado tres años en una residencia misionera en Salta. Actualmente trabaja en un colegio que pronto cumplirá 100 años, donde disfruta de interactuar con los más pequeños, cantando, rezando y compartiendo la Palabra.
Tenía nueve años, me estaba preparando para la primera comunión, no sabía lo que era la vocación a la vida religiosa y nunca había visto a una religiosa en persona, solo por televisión. El 'buen Dios' me tocó el corazón durante la catequesis, y llena de entusiasmo entendí que el nombre del Señor debía escribirse con letras grandes y de colores. Así lo escribía en mis trabajos, lo que hizo que la catequista me felicitara y me pusiera la mejor calificación. Desde ese día sentía que llevaba un gran tesoro en mi corazón de niña.
Cuando cumplí doce años, recordé aquella primera llamada y comencé a profundizar en la lectura de la Palabra. En mi casa estaban los libros de mi difunto abuelo José, que era predicador adventista; entre ellos, había una hermosa Biblia, que denotaba el estudio que él había hecho de ella, ya que estaba muy subrayada y cuidada. Sentía como si él me indicara cómo leerla, y no me separé de ella hasta llegar al libro de los Salmos.
Habían pasado varios años y, a los dieciséis, comencé a buscar el acompañamiento de sacerdotes y a visitar algunas comunidades de hermanas, como las dominicas, las franciscanas y las carmelitas. El deseo de consagrarme a Dios crecía cada vez más en mí. Todo parecía fácil; los jóvenes tenemos sueños y, a veces, no somos conscientes de los obstáculos y dificultades. Mi primer tropiezo fue la negativa de mis padres. No entendían mi decisión; esperaban otro futuro para mí. Tenía todo, me dieron todo, pero esa felicidad no era compartida. Fue muy difícil y sentía mucha angustia. Solo podía compartirlo con el sacerdote que me acompañaba, fray Rafael Colomer, un franciscano español fallecido hace poco.
Liliana Andrada, vestida de adivina, anima un taller de catequesis en la misión Cipolletti, Rio Negro, Argentina. (Foto: cortesía Liliana Andrada)
Una tarde llegué a la parroquia buscando al sacerdote. La secretaria, que al parecer ya se daba cuenta del motivo de mi visita, me preguntó si tenía inquietudes religiosas. En la conversación le manifesté que mi gran temor era enfrentarme a mis padres. No entendían mi decisión; ella me miró y con firmeza me dijo: "Mira, querida, Jesús dijo: 'El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es digno de mí'". Sus palabras se me grabaron a fuego. Al regresar a casa busqué el texto, y encontré también el que dice: "Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna" (Mt 19, 29).
Después de cuarenta años de vida consagrada siguen resonando en mí esas palabras, que son las promesas de mi Señor Jesús. Es el mayor y mejor de los regalos de mi vocación: [haber recibido] el ciento por uno en padres, madres, hermanos, casas, y la [promesa de] vida eterna. Con mi padre san Francisco puedo decir con gratitud: "El Señor me dio hermanos".
"El mayor y mejor de los regalos de mi vocación [es haber recibido de Jesús] el ciento por uno en padres, madres, hermanos, casas, y la [promesa de la ] vida eterna": Hna. Liliana Andrada
María Baffundo pertenece a las Hijas de María Auxiliadora (FMA), salesiana, de Uruguay. Es periodista y diseñadora gráfica. Ha realizado su misión con adolescentes en diferentes centros educativos de Uruguay, como animadora de curso, catequista y docente; también ha colaborado en la Pastoral Juvenil Salesiana y en grupos de gestión. En su instituto, a nivel mundial y provincial, trabajó en el ámbito de la comunicación desde los inicios de su vida religiosa. Desde 2018 a inicios de 2024 fue responsable de la comunicación de la Confru (Conferencia de Religiosos del Uruguay). Es miembro de ACSSA, Asociación de Estudiosos de la Historia Salesiana. Actualmente reside en Roma, donde estudia la espiritualidad salesiana.
Nuestras vidas, desde la infancia, están llenas de historias de amor y desamor, de encuentros y desencuentros. Con esa carga caminamos, portando una mochila repleta de rostros, de experiencias y aprendizajes que han formado parte de nuestra vida, la han ayudado a crecer y, en muchas ocasiones, la han frenado. Una mochila con mandatos que marcan el camino entre tumbos, certezas, luces y sombras, sobre todo leyes y normas, que ahogan los 'quereres' y estrechan la mirada hacia el futuro.
Con esta mochila intentaba vislumbrar si la llamada de Cristo iba dirigida a mí —así tal cual me encontraba, me sentía y me conocía—, si de verdad alguien creía que valía la pena apostar por mí. En este proceso continuaba mi vida.
Al llegar el momento de pronunciar mis votos perpetuos, tuve la oportunidad de releer mi vida a la luz de la historia de salvación, y esto supuso el inicio de mi mayor regalo.
Había leído la historia de salvación muchas veces durante mi formación y en mi vida religiosa; conocía sus hechos principales y la importancia que tenía en la experiencia de fe del pueblo de la alianza. Además, la había compartido con niños y adolescentes en la catequesis.
Al ir descubriendo en el camino del pueblo elegido la manifestación de Dios como compañero de camino, como guía y también como meta de esa travesía, fui reconociéndolo en mi propia vida.
(Foto: Unsplah/ Delfino Barboza)
Este fue un gran don recibido y que se transformó en certeza: Dios nunca se ha quedado fuera de mi historia, sino que me ha amado en mi pequeñez y en mi fragilidad y me ha llamado para seguir a su Hijo. Un Dios que me ha sacado de mis esclavitudes para ser hija, y al que me encanta llamar ¡Padre, Abba!
Llevo en mi corazón ese sello de filiación, motivo de gran alegría. El Salmo 125 —conocido como el Salmo del cambio de suerte— expresa bien ese gozo: la libertad, la alegría, los vastos horizontes… Todo eso forma parte de la alianza que Dios me ha permitido vivir en su gran misericordia.
Y una segunda parte de este regalo es el poder vivir esta experiencia con otros. Es un aprendizaje continuo: nos necesitamos para existir, para caminar, para crecer, para amar y también para disentir. El don de la fraternidad no puede quedar fuera de la experiencia: soy hija y, en consecuencia, soy hermana.
¡Les auguro a cada una la bendición tierna del Abba!
"Dios nunca se ha quedado fuera de mi historia, sino que me ha amado en mi pequeñez y en mi fragilidad y me ha llamado para seguir a su Hijo. Un Dios que me ha sacado de mis esclavitudes para ser hija": Hna. María Baffundo
Advertisement
Susana Pasqualini es animadora general de su congregación, las Hermanas Misioneras Redentoristas, y ha sido formadora en varias ocasiones. Actualmente vive en una comunidad misionera en la provincia de Catamarca, Argentina, una de las más pobres del país. Su misión se centra en el trabajo pastoral en barrios periféricos y en la formación de laicos misioneros.
Soy mujer de llanura. Para mí siempre ha sido importante el horizonte. Y creo que el principal regalo que me ha dado la vida religiosa es la posibilidad constante de ampliarlo.
Camino como peregrina, en busca de sentidos, construyendo puentes para comunicar y comunicarme. Soy misionera.
Ser misionera y ser consagrada son para mí dos caras de la misma moneda. Y la moneda aún gira en el aire: mi vida está en el aire. Sea cual sea el resultado, sé que todo terminará bien. Porque la esperanza no defrauda.
Todos los rostros de todos los caminos forman parte del regalo. Y la perspectiva diferente de cada una de esas personas.
Huella rumbo a Antofagasta de la Sierra, Catamarca, Argentina. (Foto: Rodoluca/Wikimedia Commons)
Todas las huellas quedan atrás, en un horizonte que se aleja a medida que avanzo, pero no para angustiarme o hacerme víctima de espejismos. El horizonte se aleja porque crece, incluye, abraza, engloba cada vez realidades nuevas y distintas que me agrandan el corazón, me dilatan la mirada y me ayudan a descubrir un mundo más ancho y más atractivo en su diversidad.
Me acompañan sentimientos de precariedad e intemperie, como los que despierta la llanura. Creo que eso también forma parte de lo emocionante de esta aventura.
El Señor va conmigo. Vamos juntos. Él también es peregrino. Y es mi horizonte.
"Soy mujer de llanura. Para mí siempre ha sido importante el horizonte. Y creo que el principal regalo que me ha dado la vida religiosa es la posibilidad constante de ampliarlo": Hna. Susana Pasqualini
Yolanda Olivera, religiosa peruana de la congregación Franciscana Misionera de la Madre del Divino Pastor, es licenciada en Psicología Clínica con especialización en Cuidado y Protección de Niños, Adolescentes y Adultos Vulnerables, Ciencias Humanas, Evaluación Psicológica y Acompañamiento Espiritual. Ha trabajado en la educación formal y no formal. Acompañó a los laicos de su congregación en Perú. Fue misionera en Boa Vista, Brasil, apoyando la emergencia humanitaria. Actualmente vive en Moreno, Argentina, donde colabora en un centro comunitario que ofrece actividades socioeducativas. Disfruta acompañando procesos personales y promoviendo espacios seguros. A través de su labor pastoral busca construir relaciones justas y asegurar la participación de la mujer en la toma de decisiones.
El mayor regalo de mi vocación ha sido experimentar la misericordia y fidelidad de Jesús en mi propia vulnerabilidad; al igual que reconocer su proximidad, especialmente cuando me he sentido desanimada e insegura, porque aparentemente el camino se tornaba difícil y me exigía mantener la calma para discernir y reconocer cómo Dios me volvía a decir: "Mira cómo te tengo grabada en la palma de mis manos" (Is 49, 16). Reconocer la cercanía de Jesús me ha llevado a vivir con esperanza y agradeciendo su presencia, manifestada en gestos, palabras y mensajes, a través de las personas con quienes comparto mi vida y mi vocación.
Soy consciente de que mi vocación no es un mérito o logro personal, sino pura gracia que se va transformando y sosteniendo al modo de Jesús buen pastor. Por ello, cada día le digo al Señor: "Tú eres mi pastor, nada me puede faltar; aunque pase por quebradas oscuras, no temo ningún mal" (Sal 23, 1.4), porque tú me sostienes y guías.
Agradezco a Dios porque me enseña a mirar la vida desde la novedad, a ser una mujer itinerante, ligera de equipaje; con un corazón abierto, capaz de construir y tejer la vida ahí donde él me envía. Su presencia me ha llevado a tejer redes de humanidad en los diferentes lugares donde he podido compartir mi vocación.
Del mismo modo, me ha llevado a vivir en sentido de itinerancia y a disfrutar de la interculturalidad, construyendo lazos de amistad que traspasan fronteras y límites humanos. Me ha enseñado a ensanchar el corazón y a tener una mirada poliédrica; a vivir desde la hospitalidad y a dejar que Dios transforme mi interioridad —así como mis resistencias personales, comunitarias e institucionales— en gotas de agua fresca.
De derecha a izquierda: Hna. Yolanda Olivera, Hna. Clementine Kuaquenda, Hna. Sofía Quintans, Hna. Rosario Sánchez, Hna. Adelaida Palla, de la congregación Franciscana Misionera de la Madre del Divino Pastor, y Hna. María de las Gracias, de la congregación Hermanas de San José, durante una visita a la frontera entre Venezuela y Brasil en diciembre de 2023. (Foto: cortesía Yolanda Olivera)
Todos los días agradezco a Dios porque, a través de su Evangelio, me enseña a ser una mujer sensible, compasiva y samaritana con los colectivos emergentes de nuestro tiempo: las mujeres, los niños, la comunidad LGTBQAI+, los indígenas… Ellos me enseñaron y me enseñan a vivir mi consagración siendo una mujer de manos abiertas, pies dispuestos y oídos atentos; gestando y tejiendo una escucha empática y dejando que Jesús transforme las oscuridades en fuentes de luz.
Finalmente, releer mi vocación me hace vivir con gratitud —por eso le digo a Jesús: "¡Gracias, Señor, porque tú eres bueno, tu misericordia es eterna!" (Sal 106, 1)— y con un sentido de envío: "Aquí estoy, envíame" (Is 6, 8). Dejo que el discernimiento sea el eje que me impulse a acoger las sorpresas de la vida desde la sintonía con su Palabra, aprendiendo también a crear comunión allí donde las resistencias se hacen más presentes.
¡Jesús, gracias por tu presencia, manifestada en tantas personas que han sido y son testigos de mi proceso vocacional. Gracias por tu fidelidad, que me enseña a vivir con apertura a tu Espíritu!
En este momento me vienen a la mente nombres concretos de personas que me han acompañado y que siguen enseñándome a ser FMMDP. La canción de Rosarito Casas, Mujeres en camino sinodal, expresa el mayor regalo de mi vocación.
"El mayor regalo de mi vocación ha sido experimentar la misericordia y fidelidad de Jesús en mi propia vulnerabilidad; al igual que reconocer su proximidad cuando me he sentido desanimada e insegura": Hna. Yolanda Olivera
