
Consuelo García del Cid, de 66 años, superviviente y defensora de la causa, reacciona antes de una ceremonia celebrada en Madrid el 9 de junio de 2025 por la Confederación Española de Entidades Religiosas (Confer) para pedir perdón a las supervivientes de los institutos de rehabilitación moral católicos en España, donde miles de mujeres y niñas sufrieron abusos durante la dictadura de Francisco Franco. (Foto: OSV News/Reuters/Juan Medina)
Nota de la editora: Esta historia forma parte de Salir de las sombras: luz contra la violencia de género, la serie de Global Sisters Report y Global Sisters Report en español que se enfoca en cómo las hermanas católicas responden a este fenómeno mundial o se ven afectadas por él.

Fue imposible no llorar al encontrarme con el testimonio de una de las sobrevivientes del Patronato de Protección a la Mujer en España. La frase que una de ellas pronunció durante su entrevista con El País me atravesó como un dardo: "El perdón es el olvido".
El Patronato de Protección a la Mujer fue una institución restablecida por el régimen del dictador Francisco Franco en 1941 y gestionada por la Iglesia católica. Su objetivo era 'salvar' a mujeres consideradas moralmente desviadas: jóvenes rebeldes, madres solteras, huérfanas, víctimas de abusos o simplemente mujeres que no encajaban en el molde de lo que entonces se entendía por decencia —o lo que el franquismo y la Iglesia determinaron como tal—.
Muchas de ellas fueron internadas en centros dirigidos por congregaciones religiosas, donde vivieron años de encierro, silencio, humillación, trabajos forzados y violencias que dejaron cicatrices profundas. El patronato funcionó hasta bien entrada la democracia, es decir, hasta 10 años después que había terminado el régimen franquista, y aún hoy cuesta hablar de lo que allí ocurrió.
Advertisement
El 9 de junio de 2025, en la Fundación Pablo VI de Madrid, la Conferencia Española de Religiosos (Confer) organizó un acto público de reconocimiento y petición de perdón a las mujeres que, siendo niñas o jóvenes, sufrieron humillaciones, maltratos y violencias en las instituciones del Patronato de Protección a la Mujer. El acto había sido preparado con meses de anticipación. Se suponía que se leerían testimonios, se pediría perdón, y se entregaría una rosa en memoria de las víctimas.
Pero no se logró. Las mujeres respondieron con un 'NO', escrito en carteles con letras grandes y visibles, que mostraba la rabia de muchos años
Ese día asistieron muchas de las supervivientes, quienes rechazaron las disculpas al grito: "Verdad, justicia y reparación". " Ni olvido ni perdón".
Esos gritos se me colaron por las grietas de mis propias heridas. Yo no estuve allí. No soy española. No pertenezco a ninguna de las congregaciones que gestionaron esos centros. Ni siquiera comparto el mismo contexto histórico. Pero soy mujer consagrada. Y eso me basta para sentir que, de algún modo, esa responsabilidad institucional también es mía porque la Iglesia no es solo historia, también es cuerpo. Y yo soy parte de ese cuerpo. Elegí ser parte de una institución que, aunque me ha dado tanto, también me ha herido.
Por eso entiendo la negativa. Porque cuando se ha sido herida por dentro —en lo que se creía sagrado, inviolable— el perdón se convierte en un terreno frágil. El perdón se espera y hasta se idealiza. Pero casi nunca se acompaña. Se da por sentado que quien ha sufrido debería tener la capacidad —y la obligación cristiana— de perdonar. Como si eso fuera tan sencillo. Como si el perdón fuera solamente una decisión del raciocinio y no una lucha que nace desde las entrañas.
Aquellos que nunca han sufrido jamás entenderán que a veces el perdón duele más que la ofensa original, especialmente cuando se pide sin haber sanado lo que se hirió.

Consuelo García del Cid, de 66 años, superviviente y defensora de la causa, abraza a una asistente antes de una ceremonia celebrada en Madrid el 9 de junio de 2025 por la Confederación Española de Entidades Religiosas para pedir perdón a las supervivientes del Patronato de Protección a la Mujer, una red de instituciones franquistas gestionadas por congregaciones religiosas de la Iglesia, donde miles de mujeres sufrieron encierro, humillaciones y abusos. (Foto: OSV News/Reuters/Juan Medina))
La Confer ha dado un paso importante que no borra el pasado, sino que busca mirarlo de frente. Vi su gesto como un paso difícil, sincero y humilde. Fue un acto de responsabilidad institucional, algo poco común y muy necesario. Aunque este primer gesto no resuelva nada de inmediato, puede ser el inicio de algo nuevo. Creo también que al pedir perdón trataban de abrir un proceso, no de cerrarlo.
Y, sin embargo, entiendo que no todas pudieron recibir ese perdón. No todas las heridas son iguales. Algunas supervivientes necesitan primero otra clase de respuestas: el reconocimiento legal, la apertura de archivos, la escucha profunda. Es necesario que las supervivientes puedan contar su historia las veces que sea necesario, no solo de lo que pasó en el centro, sino también de cómo fue su vida al salir, porque les deben posibilidades.
Me quedo orando con la frase de aquella mujer: "El perdón es el olvido." Y desde mi propia fragilidad me atrevo a decir que no. El perdón no es olvido. Hay cosas que no se deben olvidar nunca.
A veces se dice que perdonar es liberar al otro de su culpa. Pero en muchos casos, el perdón es más bien una forma de liberarse a sí misma, de no dejar que el daño recibido se convierta en raíz de amargura que sigue creciendo dentro. Perdonar no significa olvidar, ni justificar, ni reconciliarse. Significa no seguir prolongando, por cuenta propia, el sufrimiento que otros les infligieron. Porque si no se sana, el daño sigue gobernando las emociones, las decisiones… incluso las relaciones con otros.
"El perdón no se alcanza con palabras bonitas. Se alcanza con justicia... Con archivos abiertos. Con escuchas largas. Con reparación individual a cada mujer": Hna. Helga Leija sobre Patronato de Protección a la Mujer en España
El perdón no implica restaurar una relación con quien causó daño. No todo vínculo debe rehacerse. No toda persona herida puede volver a confiar. Y eso no debilita el perdón.
Eso no significa que todas estén listas para perdonar, ni que deban hacerlo. El perdón, si llega, debe ser una decisión completamente libre. No borrará la memoria, pero sí puede impedir que el dolor siga escribiendo su historia.
Pero el perdón no se alcanza con palabras bonitas. Se alcanza con justicia, con paciencia, con humildad. Con rodillas dobladas. Con archivos abiertos. Con escuchas largas. Con reparación individual a cada mujer.
Una de las mujeres dijo sobre los centros: "Ahí no estaba Dios". Yo no tengo respuestas. Solo la certeza de que el Espíritu sopla también entre las ruinas. Que no hay cuerpo herido donde Dios no quiera habitar.
Yo espero que lo que pasó nunca se olvide para que la memoria de tan dolorosos actos ayude a forjar una vida religiosa más humana, más libre, más parecida al Evangelio que queremos vivir.
Que el perdón llegue cuando tenga que llegar. Si es que llega. Mientras tanto, que nunca vuelva a faltar la verdad. Que nunca falte la escucha. Que nunca nadie vuelva a dudar de la presencia de Dios en donde nosotras estemos.
Nota 1: Puede leer este artículo en inglés siguiendo este enlace.
Nota 2: Puede ver el video del acto de petición de perdón de la Confer a las supervivientes del Patronato de Protección a la Mujer en este enlace.