La Iglesia en Venezuela —laicos, sacerdotes, religiosos y hermanas— entrega comidas preparadas, las llamadas ollas solidarias, a quienes enfrentan hambre y escasez. (Foto: cortesía Maura Aranguren)
"¿Quién de ustedes, si su hijo pide pan, le da una piedra? ¿O si pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan! " Mt 7, 9-11.
En Venezuela desde hace aproximadamente 12 años, una combinación de factores económicos, políticos y sociales ha agravado la situación del país, obligando a la población a vivir en una profunda inestabilidad económica.
La caída de los precios del petróleo, la corrupción y la falta de trasparencia en la gestión pública, el control de precios, la devaluación del bolívar frente al dólar y el control oficial del tipo de cambio, y la nacionalización de la empresa privada han contribuido a una espiral descendente que afectó a todos los ámbitos de la vida del país: educación, salud, economía, vivienda, alimentación, seguridad ciudadana y empleo.
Esta crisis provocó que cerca de 8 millones de venezolanos iniciaran el éxodo más grande en la historia del país. Profesionales y no profesionales se vieron obligados a salir fuera de Venezuela en busca de mejores oportunidades para ellos y sus familias. Esta migración forzada es visible hoy en muchas de nuestras ciudades, pueblos y barrios que se han 'vaciado' y convertido en 'pueblos fantasmas' debido al desplazamiento de la gente hacia el exterior del país.
"Todas las congregaciones en Venezuela (...) trabajan por la justicia social y la reconciliación a través del acompañamiento espiritual, círculos de escucha, trabajo con las familias, ayuda solidaria y proyectos sociales": Hna. Maura Aranguren
Religiosas, como la Hna. Maura Aranguren, apoyan a niños y familias en comunidades venezolanas, combinando educación, acompañamiento y atención solidaria. (Foto: cortesía Maura Aranguren)
En 2016, la crisis alimentaria se convirtió en una emergencia humanitaria que hizo evidente la gravedad de la situación con altos niveles de hambre y escasez. No había dinero para comprar ni productos básicos disponibles. Las largas colas en los abastecimientos eran comunes, y muchas veces no se alcanzaba a comprar lo que se necesitaba. En las calles, niños y adultos hurgaban en la basura en busca de comida. Frente a esta realidad, la Iglesia venezolana respondió siguiendo la invitación del papa Francisco para el Año de la Misericordia (2015-2016) con la iniciativa de las 'ollas solidarias', donde se preparaba comida para los más pobres. Laicos, religiosos y sacerdotes apoyaron esta labor.
Las ollas solidarias se implementaron en todas las parroquias del país y muchas funcionaban dos días a la semana. Algunos colegios dirigidos por consagrados, como el Nuestra Señora de la Consolación de las Palmas, en Caracas, junto con padres, estudiantes, exalumnos y laicos se sumaron a esta noble tarea. Preparaban alimentos que se entregaban en hospitales, especialmente a niños y mujeres recién paridas. Lo que comenzó como algo pequeño, pronto se convirtió en un signo de esperanza para quienes pasaban hambre.
Cada vez que nos disponíamos a vivir la caridad, sentíamos que respondíamos al mandato de Jesús: "Denles ustedes de comer" (Marcos 6, 37). Damos gracias a Dios por permitirnos llegar a muchas familias a través de este pequeño gesto de misericordia. Hoy, aunque con menos fuerza que entre 2016 y 2019, las ollas solidarias continúan, porque en pleno 2025 aún persiste el hambre en Venezuela, debido a los bajos sueldos y a la elevada inflación.
"Hemos aprendido a trabajar por la unidad y reconciliación de los venezolanos (...), a construir fraternidad y a ser fieles a los pobres. Hemos adoptado una vida de sencillez y austeridad en nuestras comunidades": Hna. Maura Aranguren
La olla solidaria, símbolo de esperanza y caridad, continúa ofreciendo alimentos a los más necesitados en Venezuela, pese a la persistente crisis económica. (Foto: cortesía Maura Aranguren)
La vida consagrada en este contexto, aunque reducida en número y en edad, sigue dando respuestas ante los desafíos del país. En esta tierra, llamada tierra de gracia, los consagrados son un referente de esperanza para los más necesitados. Cada instituto religioso se ha convertido en una institución creíble para el pueblo venezolano porque, a pesar de las vicisitudes, responden con valentía, compromiso y fe a la crisis social y económica desde los carismas que el Espíritu Santo les ha otorgado. Son una luz de esperanza que invita a confiar en la providencia divina y a no dudar de que Dios camina con su pueblo: "Andaré entre ustedes y yo seré su Dios" (Levítico 26, 12).
Todas las congregaciones presentes en Venezuela han asumido un compromiso alto no solo con la evangelización, sino también con la educación, la salud y la defensa de la vida en todas sus formas. Trabajan por la justicia social y la reconciliación a través del acompañamiento espiritual, círculos de escucha, trabajo con las familias, ayuda solidaria y proyectos sociales. Un ejemplo es la comunidad de la congregación a la que pertenezco, que ha implementado proyectos como los de la red Talitha Kum (Niña levántate), que atiende a niñas necesitadas ofreciéndoles un espacio para fortalecer su aprendizaje y recibir alimentación antes de asistir a la escuela.
A pesar de que la vida consagrada en Venezuela es frágil en número, edad y posición social, hay un inmenso deseo de seguir apoyando a nuestro pueblo en medio de esta compleja realidad.
La vida consagrada en Venezuela tiene una historia marcada por la búsqueda de la voluntad de Dios, el discernimiento, la permanencia en el país y el entusiasmo por sembrar el Reino de Dios entre los más pobres, promoviendo la construcción de la paz y la opción preferencial por niños, jóvenes y ancianos.
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"Hoy, aunque con menos fuerza que entre 2016 y 2019, las ollas solidarias continúan, porque en pleno 2025 aún persiste el hambre en Venezuela, debido a los bajos sueldos y a la elevada inflación": Hna. Maura Aranguren
Iniciativas en educación, como la AVEC (Asociación Venezolana de Educación Católica) y las escuelas de Fe y Alegría; en salud, como AVESSOC (Asociación Venezolana de Salud de Orientación Cristiana), y otras instancias de formación y reflexión teológica son testimonios vivos de una fe que no se rinde ante la adversidad, sino que se sostiene en el amor de Dios y en el llamado al servicio.
Como dijo el papa León XIII: "Que la caridad de Dios sea el lenguaje de todos los corazones, porque esta es la hora del amor y ya es tiempo de construir la unidad que el mundo necesita".
Como miembros de la vida consagrada hemos aprendido a valorar a las personas y a trabajar por la unidad y reconciliación de los venezolanos, evitando todo lo que pueda separarnos. Hemos aprendido, igualmente, a valorar lo que tenemos en medio de nuestras carencias, a esforzarnos por ser fieles al carisma recibido, a construir fraternidad y a ser fieles a los pobres. También hemos adoptado una vida de sencillez y austeridad en nuestras comunidades, dejando que la alegría brille pese a la adversidad a la que estamos expuestos debido a la situación del país.
Doy gracias a Dios por llamarme a ser parte de esta vida consagrada, que es un signo de amor, fe y esperanza para nuestro pueblo venezolano. Siguiendo el ejemplo de María, espero que sigamos respondiendo con fe: "Hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1, 38).
