Una estatua de santa Catalina de Siena se ve en el claustro del convento de los frailes dominicos junto a la Basílica de Santa María Sopra Minerva en Roma, el 18 de abril de 2024. El 3 de agosto de 2025, la Hna. Annie Killian profesó los votos perpetuos como Dominica de la Paz. Las hermanas compartieron con ella el carisma de los santos Domingo y Catalina. (Foto: CNS/Pablo Esparza)
El 3 de agosto de 2025 profesé los votos perpetuos como hermana de las Dominicas de la Paz. Seis años antes, había llamado a la puerta de la capilla de nuestra casa madre para pedir a las hermanas que compartieran su herencia conmigo (Lucas 12, 13). Por lo que había visto en la casa de acogida de la congregación en New Haven, Connecticut, [Estados Unidos], las hermanas eran "ricas en lo que le importa a Dios" (Lucas 12, 21).
Pude reconocer esas riquezas porque primero aprendí lo que le importa a Dios de mi propia familia: de la profunda compasión de mi madre, la generosidad inquebrantable de mi padre y el cariño de mis hermanos. Al llegar a la edad adulta, la amistad me enseñó a valorar la honestidad, a respetar las diferencias y a expresar gratitud. Esas son cosas que le importan a Dios, y me importaban a mí mientras discernía, en palabras de Mary Oliver, qué "hacer con [mi] única vida salvaje y preciosa".
Las hermanas estaban ansiosas por compartir conmigo el carisma que habían heredado de los santos Domingo y Catalina de Siena: un legado de oración y predicación, comunidad y estudio. Santo Domingo nos enseñó cómo hablar con Dios como un amigo y cómo dialogar con personas que tienen perspectivas diferentes. Catalina de Siena nos llamó a "gritar con mil lenguas", ya que "el mundo está podrido por el silencio".
Me atrajo esa herencia: el carisma dominico de contemplar la verdad y predicar la paz de Cristo. He decidido dedicar toda mi vida a Dios en comunidad, porque he conocido el poder liberador de los votos y estoy convencida de que nuestro testimonio comunitario es necesario en esta época de creciente violencia global.
Los votos de pobreza, castidad y obediencia se han convertido en la lente a través de la cual veo el mundo. Me ayudan a despertar de las ilusiones de autosuficiencia y superioridad. Sería fácil para alguien como yo —una persona blanca en los Estados Unidos, miembro de la clase profesional— convertirme en una imagen del rico necio del Evangelio de Lucas (12, 16-21), dando prioridad a mi propia comodidad y a mi derecho al consumo ilimitado. Vivimos en una nación que admira a los ricos y poderosos, a aquellos que refuerzan su riqueza construyendo muros más grandes, bombas más grandes, centros de detención más grandes, mientras se conceden a sí mismos mayores exenciones fiscales.
Los votos me ayudan a vivir un tipo de vida diferente. La pobreza me recuerda que todo lo que tenemos es un regalo: la tierra, el aire, el agua, las personas que me sostienen. El hombre rico de la parábola vio la abundante cosecha de su tierra y la reclamó como suya. Estoy aprendiendo que nada me pertenece realmente. La tierra y nuestros semejantes satisfacen generosamente nuestras necesidades, y debemos utilizar esos dones de forma responsable, recordando el principio de la doctrina social católica de que "los bienes de la creación están destinados a todos", y son los pobres quienes tienen un derecho especial sobre ellos.
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La obediencia se ha convertido para mí en una práctica de escucha profunda: de la voz de Dios, de la comunidad y de las necesidades de nuestros vecinos. A menudo me fijo en cómo el hombre rico de la parábola solo habla consigo mismo. En su codicia y narcisismo, se ha aislado de la comunidad. Imagino que si le hubiera preguntado a Jesús qué hacer con todo ese grano, la respuesta habría sido: "¿Alimentarás a mis ovejas?".
Cuando escucho, empiezo a oír la voz de Dios que dice: "¿Alimentarás a los niños que se mueren de hambre en Gaza y Sudán? ¿Alimentarás a las familias de este país que no pueden permitirse comprar alimentos?". El papa Francisco nos llamó a escuchar el clamor de la Tierra y el clamor de las personas que se han empobrecido. Escuchar da forma a mi práctica de la obediencia, y tiene lugar dentro de la comunidad.
El celibato también se ha convertido en una forma de amar que me saca de mí misma y me lleva a relacionarme con los demás. Me recuerda que debo compartir los dones que tengo para dar vida. "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia", dice Jesús (Juan 10, 10). Estoy llamada a compartir mis dones, no a acumularlos, y cuando comparto la vida con mis hermanas, amigos y vecinos, veo la abundancia del amor de Dios.
"Elijo el compromiso de los votos porque soy cada vez más consciente de mi propia necesidad y deseo de transformación. Vivir los votos es la forma más auténtica de escuchar, amar y servir": Hna. Annie Killian
Catalina de Siena me ayuda a comprender este misterio del amor. En su Diálogo, descubre la bondad de Dios dentro de sí misma, uniéndola al Espíritu y a los demás. Dios dice: "El amor a mí y el amor al prójimo son una misma cosa". Pienso en eso a menudo. Mi amor por Dios solo se hace real en la forma en que amo a las personas que tengo delante, ya sea a través de la amistad, la enseñanza o pequeños gestos de atención.
Catalina también me recuerda que hemos sido creados para depender unos de otros. Dios le dice: "Quería haceros dependientes unos de otros para que cada uno de vosotros fuera mi ministro, dispensando las gracias y los dones que habéis recibido de mí". Veo esa verdad todos los días en la vida comunitaria. Mis hermanas me desafían y me animan, me guste o no. Me revelan mis puntos ciegos y me enseñan a amar mejor. A través de ellas, encuentro a Cristo de mil maneras ordinarias.
Elijo el compromiso de los votos porque soy cada vez más consciente de mi propia necesidad y deseo de transformación. Vivir los votos es la forma más auténtica de escuchar, amar y servir. Y aunque soy imperfecta, mis hermanas y amigos me aman tal como soy. Su don de amor me libera para apreciar a mi prójimo, tanto a los que están cerca de mí y me son queridos, como a los que aún no he conocido.
Dios le confiesa a Catalina que lo único que quiere es amor. Cada vez más, descubro que eso es lo único que yo también quiero.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 12 de noviembre de 2025.
