A la luz de tres ancianas mujeres en la Biblia, la vida religiosa sigue siendo fecunda

La Hna. Rosa Cruz, MGSpS, le da la paz a Leslie Bocanegra, joven invitada a celebrar la Misa del Dia Mundial de la Vida Consagrada en la Catedral de San Pablo, Birmingham, AL.

La Hna. Rosa Cruz, MGSpS, le da la paz a Leslie Bocanegra, joven invitada a celebrar la Misa del Día Mundial de la Vida Consagrada en la Catedral de San Pablo, Birmingham, AL. (Foto: cortesía de María Elena Méndez Ochoa, MGSpS)

por María Elena Méndez Ochoa

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Al tomar  una clase sobre la psicogerontología, en Saint Mary’s University de Minnesota, me surgió la inquietud de adentrarme a la realidad de las comunidades religiosas en las que el número de vocaciones decrece y la ancianidad aumenta, especialmente en los Estados Unidos. 

De repente y casi sin darnos cuenta, nos encontramos en lo que Ted Dunn llama una “encrucijada de gracia”. Esta encrucijada nos cuestiona: ¿Qué pasa con la sostenibilidad de tu misión y el cuidado del alma de tu comunidad? Nos guste o no, las comunidades se ven obligadas a cambiar durante este tiempo de transición, pero ¿podría haber también una invitación más profunda a la transformación y nueva vida?

Esto nos coloca en una situación de emergencia ante decisiones de vida o muerte. 

La Hna. Marta Lucía Tobon, de las ​​​​​​​Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo (MGSpS), dirige una dinámica a un grupo de hermanas frente a la imagen proyectada.

La Hna. Marta Lucía Tobon, de las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo (MGSpS), dirige una dinámica a un grupo de hermanas frente a la imagen proyectada. (Foto: cortesía de Hna. María Elena Méndez Ochoa, MGSpS)
 

Al dirigir la mirada a la realidad de la vida religiosa el Centro de Investigación Aplicada en el Apostolado (CARA) de la Universidad de Georgetown ha llegado a las siguientes conclusiones: “Ocho de cada diez institutos religiosos que respondieron (82 %) no tenían a nadie profesando votos perpetuos en la vida religiosa en 2022 y la edad media de los religiosos —[los] que respondieron sobre la ‘clase de profesión de 2022’— es de 33 años. La mitad de los religiosos que respondieron tienen 34 años o menos. El más joven tiene 25 años y el mayor 75”.

A veces en la vida religiosa sentimos desánimo, miedos e inseguridades ante el futuro y, a la vez, certezas y valentía sabiendo que al final del túnel hay luz. Sabemos que después de una noche oscura amanecerá y que un sol brillante disipará una mañana nublada; y también sabemos que la vejez es inevitable, pero ¿cómo nos estamos preparando? ¿Qué cambios estamos haciendo para seguir siendo fecundas? 

Propongo para nuestra reflexión a tres mujeres ancianas que, desde la Biblia, dan confianza a la vida religiosa. Dos de ellas se abrieron al milagro de la vida al convertirse en madres con vientres “secos” en una edad avanzada. La otra, vivió toda su vida a la espera del Mesías. Hablo de Sara, Isabel y la profetisa Ana. Estas ancianas con “vientres” infértiles son hoy, siglos más tarde, signos de esperanza para la vida religiosa.

En primer lugar, hablemos de Saray o Sara, como mejor la conocemos, quien aparece en el Antiguo Testamento. En Génesis 11, 30 encontramos que Sara “era estéril y no tenía hijos”. Más tarde ella y Abram reciben una promesa de Yahvé con la condición de que abandonen su país para ir a la tierra que él les iba a mostrar. (Génesis 12, 1-2)

Solo si eran capaces de dejar [algo o alguien] y partir hacia lo desconocido, podrían ver cumplida la promesa que Dios les había hecho, a pesar de su edad avanzada. Emigrar, seguramente, implicaba romper modelos y estructuras propias para abrirse a algo nuevo. Solo en ese movimiento se daría la bendición: Abram tenía 75 años cuando salió de Harán.  (Gn 12, 2, 4

En el capítulo 18, 1-15 del Génesis, Yahvé visita a Abraham y a Sara en forma de tres ángeles que les anunciaron que Sara tendría un hijo cuando los volviesen a visitar al año siguiente. Sara quedó embarazada y Abraham tuvo un hijo en su vejez, al que llamaron Isaac. (Génesis 21, 2-3)

Luego está  Isabel, la madre de Juan el Bautista. Como en el caso de Sara, Isabel —de edad avanzada y estéril— quedó embarazada. (Lc 1, 24-25

Una vez que nace el niño y es madre, Isabel y toda la comunidad celebran la bendición de Dios. 

Finalmente encontramos a Ana, también “avanzada en años” y sin hijos. Nunca “se apartaba del Templo, sirviendo día y noche al Señor”. (Lucas 2, 36-38)

María Eugenia Moreno, MGSpS, celebra su jubileo de 50 años de vida religiosa en Birmingham, AL.

María Eugenia Moreno, MGSpS, celebra su jubileo de 50 años de vida religiosa en Birmingham, AL. (Foto: cortesía de Hna. María Elena Méndez Ochoa, MGSpS)

Ana se encontraba en el templo cuando José y María llevaron allí a Jesús, y a Ana le fue concedida la gracia del encuentro. A partir de ese contacto, Ana alababa a Dios y “comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén” (Lucas 2, 38); fue así como se convirtió en profetisa en su comunidad. 

Al ver cómo obra la fe, la esperanza y la fecundidad en mujeres ancianas, con vientres estériles, como Sara, Isabel y Ana, creemos que Dios aún puede fecundar el interior de nuestras comunidades. 

La vida religiosa, como la de estas mujeres, busca dar vida al llamado y al carisma que Dios le ha regalado, para que podamos seguir respondiendo a la crisis mundial de una manera profética, incluso en su fragilidad. 

El papa Francisco nos ha recordado: “En la Biblia, la longevidad es una bendición... La vida es un regalo, y cuando es larga es un privilegio...”. Al hablar de la vejez, la Pontificia Academia para la Vida ha afirmado posteriormente el pensamiento del papa Francisco: “Ser anciano es un don de Dios... que hay que salvaguardar con cuidado...”. La pandemia [Covid-19] ha reforzado nuestra conciencia de que la “riqueza de los años” es un tesoro que hay que valorar y proteger.

Anselm Grün, en su libro El Arte de envejecer, nos dice que “cada uno debe hallar por sí mismo el camino que lo conduzca a envejecer bien y a la obra de arte que es el haber envejecido”, pues más tarde que temprano, la vamos a vivir de forma personal o ya la estamos viviendo en nuestras comunidades. 

Si envejecer es un arte, es también la oportunidad de  recuperar, como señala un comentario de la Revista Vida Religiosa,  los “verbos de transformación que empiezan a adquirir una vitalidad insospechada: aprender, escuchar, iniciar, innovar, inaugurar… Es como si el Espíritu viniese insistiendo que a este tiempo no le sirve  solo el recuerdo, [sino que] necesita el gesto, la virtualidad, el compromiso inédito, la novedad. Y ahí es donde curiosamente la vida consagrada de esta era está bien preparada para la profecía”.

Las hermanas Edith Lugo y Teresa Aguinaga, MGSpS, disfrutan de la fiesta de la Hna. María Eugenia Moreno, quien celebra su jubileo.

Las hermanas Edith Lugo y Teresa Aguinaga, MGSpS, disfrutan de la fiesta de la Hna. María Eugenia Moreno, quien celebra su jubileo. (Foto: cortesía de María Elena Méndez Ochoa, MGSpS)

Esta etapa de madurez es la oportunidad de ahondar e integrar lo más valioso de la  profundidad del “ser” como persona humana y descubrir la belleza de lo que Dios ha hecho de nosotras como personas.

En esta etapa se acabó el activismo, las prisas y las grandes preocupaciones. Es la ocasión para la intimidad —las relaciones con las hermanas, las amistades, con Dios y con uno(a) mismo(a)— que nos aleja del aislamiento, la tristeza, la depresión y/o la exclusión. La ancianidad es como el otoño de nuestra vida, porque es un tiempo para recoger los frutos de la cosecha que hemos sembrado en la vida. 

Grün sugiere que “así como el sol retrae sus rayos para iluminarse a sí mismo, la persona de edad avanzada debe volverse hacia adentro, replegarse en su propio ser y descubrir la riqueza de su interior. Es un tiempo de gratitud, perdón y reconciliación con uno mismo, los demás, el mundo y de dirigir así los ojos hacia la ‘plenitud’”. 

La ancianidad es un tiempo de bendición que puede aprovecharse para plasmar huellas de esperanza a las generaciones futuras, para contar historias  y escribir experiencias que nutran la vida de otras personas. Es verdad que hay pocas vocaciones ingresando a la vida religiosa, pero eso no quiere decir que haya muerto; simplemente, se está transformando. 

Ted Dunn nos asegura en Encrucijada de Gracia: “La buena noticia es que la vida religiosa no muere. Se está transformando, tal como lo ha hecho a través de muchos cambios cíclicos desde la época de Jesús. Está a la vanguardia de una conciencia en evolución en apoyo de nuestra evolución planetaria… La buena noticia es que eres parte de este Gran Cambio… La vida religiosa resurgirá, pero nos esperan opciones difíciles y no hay soluciones rápidas ni respuestas automáticas… El único consuelo, quizás, es que Dios está contigo y no te abandonará. Esta es la alianza de Dios”. (Deuteronomio 31, 6

Es el tiempo de alejarnos del protagonismo y permitir  que en la vejez, Dios siga fecundando nuestros “vientres”, como lo hizo con Sara, Isabel y la profetisa Ana.

Nota del editor: Puede acceder desde este enlace a la versión en inglés de esta columna.