
(Foto: Pixabay)
El tiempo se ha pasado muy rápido… "y nos vamos poniendo viejos", como cantó Mercedes Sosa.
En mi interior siguen, casi con la misma tersura, las ideas por un mundo mejor, junto con el entusiasmo de anunciar la belleza del Evangelio, que he intentado también vivir, además de soñarlo y proclamarlo.
Desde hace algunos años me he vuelto menos lapidante, más comprensiva a medida que el encuentro con mi propio pecado y mis fragilidades ha ido resquebrajando lentamente mis exigencias. Sigo teniendo y alimentando grandes ilusiones, eso me alegra mucho. También me lleva a preguntarme cuánto lugar le doy a las más jóvenes, para que puedan decir, decirse, y hacer sus propios experimentos vitales.
En muchos momentos siento, sin embargo, que mi tiempo ya pasó, al menos el tiempo del combate. Otras veces no, otras veces me descubro con mucha alegría de estar luchando aún por el Reino. Es cierto que las personas más jóvenes suelen ver en mí a una "mujer con experiencia", buscándome para consejos o para darles seguridad con mi presencia. Eso me hace pensar que sí, estoy en otra etapa de la vida.
"Comulgar con los desposeídos es parte de la profecía y de la razón de ser de la vida religiosa": Hna. Susana Pasqualini
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Además, mi cuerpo me dice muchas cosas. Me habla de todo lo donado, en sus achaques y cicatrices. Me cuenta también de ciertos descuidos, que se notan en mis arrugas y en mis canas. Es raro sentir el alma de quince años y el cuerpo de noventa.
El encuentro con mis límites me pide andar más lento, y aprecio profundamente esa lentitud que me permite disfrutar el rato de sol, admirar una planta, no hacerme tanta mala sangre [preocuparme] si no llega nadie a la reunión del barrio.
La muerte asoma cerca. El tiempo se va achicando. Aunque la vida consagrada tiene su intemperie, se agradece y se llora al mismo tiempo. Se agradece porque la ligereza de equipaje nos dispone a los brazos del 'amado Señor del Cielo y de la Tierra'.
Pero también se sufre, porque sin un lugar donde reclinar la cabeza, sin nada propio, algo dentro reclama un hogar calentito, abrazos y pucheros desde el centro del alma. Y no hay ni habrá nietos.
Hoy en día muchas mujeres añoran nietos que sus hijos nunca les darán, y desde allí comulgo con ellas, así como con tantos otros. Comulgar con los desposeídos es parte de la profecía y de la razón de ser de la vida religiosa.
El tiempo se ha ido muy rápido, aunque aún no del todo. Hay muchos vacíos que claman por la plenitud del Cielo. La vida se vuelve más anhelante, esperando todo en Él.