Trazamos poliedros de transformación y esperanza

"La contemplación de la creación se reveló [durante el retiro espiritual en Lima] como una experiencia que hablaba de la belleza, el orden, la pequeñez y grandeza de Dios": Hna. Marlene Quispe (Foto: cortesía Hna. Inés Menocal)

"La contemplación de la creación se reveló [durante el retiro espiritual en Lima] como una experiencia que hablaba de la belleza, el orden, la pequeñez y grandeza de Dios": Hna. Marlene Quispe (Foto: cortesía Hna. Inés Menocal)

por Marlene Quispe Tenorio

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Me resulta impactante rememorar a las primeras mujeres testigos de la resurrección, aquellas que se levantaron temprano para embalsamar a un muerto y se encontraron con el 'viviente'. Este encuentro marcó una transformación profunda en sus vidas: la tristeza cedió su lugar a la alegría y el miedo se convirtió en valentía. Al encontrarse con Jesucristo, recuperaron la vida y el sentido, escucharon nuevamente sus nombres y fueron enviadas a proclamar la 'buena nueva'.

El encuentro con Jesús no solo las transformaba en portadoras de luz y esperanza en un mundo hostil, sino que también las capacitaba para ser testigos de la alegría, venciendo al mal con el bien. 

A lo largo de la historia, muchas mujeres han sido portadoras de la antorcha de la esperanza, curando, sanando y proclamando la 'buena nueva' con generosidad, creatividad, ingenio y pasión. Cada uno de estos carismas ha enfrentado los males que asedian a la sociedad, emergiendo como misiones de agua subterránea que siempre dan vida al mundo.

A pesar de que Dios sigue llamando y fascinando de manera irresistible, mantener la chispa que da sentido a lo cotidiano no es fácil. En la vorágine de la vida diaria es común olvidar nuestra identidad como hijas amadas. En ocasiones nos sentimos huérfanas o caemos en la trampa de adoptar el papel de 'mujer maravilla', intentando resolver los problemas por nosotras mismas. En este proceso perdemos la orientación y rompemos los lazos fraternos, transformando al otro en un enemigo, un rival con el que competimos.

“Todos los llamados necesitamos cuidarnos y dejarnos cuidar para poder continuar cuidando. Necesitamos escuchar continuamente la invitación de Jesús: ‘Ven conmigo a un lugar tranquilo a descansar’”: Hna. Marlene Quispe

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Los llamados y testigos, mientras peregrinamos en esta vida, somos como trigo y cizaña. No tenemos la certeza de que terminaremos siendo trigo al final de nuestras vidas. La vida es extensa y puede verse cómo el trigo se convierte en cizaña y viceversa. San Agustín, en su sermón 80, nos invita a entender que la conversión es el camino para volver a ser trigo. La misericordia de Dios y su deseo de ofrecernos oportunidades para volver siempre a Él son nuestra esperanza y consuelo. 

Permanecer fieles a la llamada filial y fraterna representa un desafío que requiere profunda gratitud, asombro, reverencia y humildad hacia esa fuerza que enriquece la existencia con su constante y generosa presencia. La humildad, sobre todo, nos lleva a cuidarnos y a permitirnos ser cuidadas siguiendo el ejemplo de Jesús, quien ofrecía un servicio humilde despojándose y lavando los pies, y construía relaciones fraternas estables basadas en la confianza, el perdón, la compasión y la libertad.

Jesús cuidaba dando tiempo, escuchando, corrigiendo, celebrando la vida, capacitando para la misión y enseñando con palabras y obras. Jesús cuidaba porque amaba a los suyos tal como eran, reconociendo la diversidad y complementariedad de cada uno, asumiendo incluso la traición y ofreciendo el perdón para restaurar la relación.

“Permanecer fieles a la llamada filial y fraterna representa un desafío que requiere profunda gratitud, asombro, reverencia y humildad hacia esa fuerza que enriquece la existencia”: Hna. Marlene Quispe

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Todos los llamados necesitamos cuidarnos y dejarnos cuidar para poder continuar cuidando. Necesitamos escuchar continuamente la invitación de Jesús: "Ven conmigo a un lugar tranquilo a descansar". Necesitamos espacios para estar con Jesús, para escucharle mientras nos explica las Escrituras; ir al desierto para que Él hable a nuestros corazones y recordar que somos suyas, que la misión es compartida y es un don y una tarea. Solo desde la experiencia de la gracia renovaremos la gratitud y la gratuidad en nuestra entrega.

Hace algunos meses, la comunidad nos invitó a participar en una gran iniciativa: un mes sabático dirigido a mujeres consagradas para vivir un tiempo de desierto y descanso en el Señor y encontrarnos con las raíces de la vocación. Esta propuesta, organizada por la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Perú (CRP-CONFER Perú) con el apoyo de la Fundación Conrad N. Hilton, brindó todas las facilidades para que participáramos, demostrando generosidad y el deseo de cuidarnos para seguir desempeñando nuestros servicios con renovado vigor.

Dos hermanas nos inscribimos y nos preparamos para el viaje, llenas de incertidumbre sobre con quiénes nos encontraríamos y cómo sería la experiencia. Sabíamos que sería un tiempo para descansar de nuestras responsabilidades habituales y compromisos comunitarios, dedicándonos a la reflexión, el descanso espiritual, el retiro, el estudio o actividades que contribuyeran a nuestro crecimiento personal y espiritual. Este mes sabático se presentaba como una oportunidad única para revitalizar la vocación, profundizar en nuestra filiación, adquirir nuevas perspectivas y habilidades, y regresar a casa con un renovado sentido.

  • 43 mujeres de la vida consagrada, de distintas nacionalidades, edades y culturas asistieron a un mes sabático en la casa de espiritualidad Laura Vicuña, en Chaclacayo,  Lima, Perú. (Foto: cortesía Hna. Inés Menocal)

    43 mujeres de la vida consagrada, de distintas nacionalidades, edades y culturas asistieron a un mes sabático en la casa de espiritualidad Laura Vicuña, en Chaclacayo,  Lima, Perú. (Foto: cortesía Hna. Inés Menocal)

  • "Las noches, con las luces de las casas en los cerros, se convertían en un tapiz de estrellas, destacando la diversidad y complejidad de la vida urbana. Contemplar la creación nos recordaba que éramos obras de las manos de Dios": Hna. Marlene Quispe

    "Las noches, con las luces de las casas en los cerros, se convertían en un tapiz de estrellas, destacando la diversidad y complejidad de la vida urbana. Contemplar la creación nos recordaba que éramos obras de las manos de Dios": Hna. Marlene Quispe. (Foto: cortesía Hna. Inés Menocal)
     

  • "Las montañas áridas ofrecían una vista extraordinaria, un conmovedor contraste con la vida urbana de Lima. Las mañanas presentaban cielos claros y azules, mientras que las tardes pintaban el cielo con tonos ocres y dorados": Hna. Marlene Quispe Tenorio

    "Las montañas áridas ofrecían una vista extraordinaria, un conmovedor contraste con la vida urbana de Lima. Las mañanas presentaban cielos claros y azules, mientras que las tardes pintaban el cielo con tonos ocres y dorados": Hna. Marlene Quispe Tenorio. (Foto: cortesía Hna. Inés Menocal)

  • Las hermanas católicas pudieron compartir su retiro espiritual en Lima, gracias a gestión de la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Perú y a la Fundación Conrad N. Hilton. (Foto: cortesía de Inés Menocal)

    Las hermanas católicas pudieron compartir su retiro espiritual en Lima, gracias a gestión de la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Perú y a la Fundación Conrad N. Hilton. (Foto: cortesía de Inés Menocal)

Cuarenta y tres mujeres, con más de diez años de consagración, de diversas nacionalidades, edades y culturas, respondieron a esta invitación: "Vengan conmigo a un lugar tranquilo a descansar" (cf. Mc 6, 30–34). A pesar de no conocernos previamente, aceptamos la aventura con sencillez, apertura, confianza y flexibilidad. Al subir al autobús con destino a la casa de espiritualidad Laura Vicuña, en Chaclacayo, Lima, Perú, nos sumergimos en un viaje de tranquilidad y descanso.

El contraste entre la belleza de los jardines cuidados de la casa y las montañas áridas circundantes nos impactó al llegar. La atmósfera de serenidad y paz que caracterizaba el lugar, junto con la disponibilidad y acogida de las hermanas salesianas, creó un ambiente propicio para la reflexión y el recogimiento. La comunión y sororidad entre las participantes se convirtieron en aspectos centrales de la experiencia. A medida que transcurrían los días, se fortalecían los lazos entre nosotras, basados en el respeto mutuo, la comprensión y el apoyo. La escucha activa se convirtió en una práctica constante, creando un espacio donde cada voz tenía un valor significativo. Compartimos nuestras misiones, logros, dificultades y desafíos, generando un ambiente donde nos convertíamos en testigos de la acción de Dios en la vida de cada hermana.

La contemplación de la creación se reveló como una experiencia que hablaba de la belleza, el orden, la pequeñez y grandeza de Dios. Las montañas áridas ofrecían una vista extraordinaria, un conmovedor contraste con la vida urbana de Lima. Las mañanas presentaban cielos claros y azules, mientras que las tardes pintaban el cielo con tonos ocres y dorados. Las noches, con las luces de las casas en los cerros, se convertían en un tapiz de estrellas, destacando la diversidad y complejidad de la vida urbana. Contemplar la creación nos recordaba que éramos obras de las manos de Dios.

Cada actividad propuesta durante este mes sabático, como un poliedro o 'apeirógono', permitía verla desde distintos ángulos y reconocer la belleza específica que cada una aportaba. Experimentamos la espiritualidad en un nivel profundo, nutriéndonos de la riqueza de la comunidad, la formación continua, la sororidad, la fraternidad, la acogida y la escucha. Este tiempo dejó una huella indeleble en nuestros corazones, proporcionándonos no solo el descanso necesario, sino también un renacer espiritual.

Expresamos nuestra profunda gratitud a la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Perú, a la Fundación Conrad N. Hilton y a todas las comunidades que facilitaron nuestra participación en este mes sabático. Gracias a esta iniciativa, pudimos experimentar la importancia de cuidarnos mutuamente, de escuchar la invitación de Jesús a descansar en un lugar tranquilo y de renovar nuestra vocación filial y fraterna con gratitud, asombro, reverencia y humildad.

El encuentro fue un regalo que transformó nuestras vidas y nos envió de vuelta al servicio con un corazón renovado y una chispa revitalizada. Nos brindó la oportunidad de renovar nuestro compromiso de ser testigos de la resurrección con alegría y esperanza.

Agradecemos sinceramente el apoyo y la generosidad que nos han permitido vivir esta experiencia única. Estamos comprometidas a seguir cuidando nuestra relación filial y fraterna para poder responder con creatividad, entusiasmo y dedicación en nuestra labor cotidiana, dando gratis lo que gratis hemos recibido.