Bienaventurados los 'descrucificadores'

Foto: Unsplash/Akhil Nath

(Foto: Unsplash/Akhil Nath)

¿Quién no ha experimentado la angustia de la incertidumbre? Hasta la madre Teresa de Calcuta dudó y escribió sobre ello: “En mi propia alma siento un dolor terrible. Siento que Dios no me quiere, que Dios no es Dios y que Él verdaderamente no existe”. Este sentimiento la acompañó muchas décadas, tal como dejó escrito en sus cartas. Y tal vez nos acompaña a nosotros. Sin embargo, sabemos que la duda es parte de nuestra vida, la noche oscura de los místicos.

Los apóstoles también experimentaron incertidumbre al abandonar a Jesús cuando fue condenado. Ellos huyeron de Jerusalén llenos de miedo,  y después se reunieron lejos de la ciudad, con las puertas trancadas. Trancar puertas revelaba  el miedo, la ansiedad y un estado defensivo; sin embargo, siguieron juntos hasta que Jesús se hizo presente ante ellos, porque eran una comunidad unida por Él —aun con sus temores, preguntas y debilidades— y porque para Jesús no existen las puertas cerradas. En sus llagas tuvieron que reconocer que ese mismo Jesús que vieron  crucificado y muerto, ahora había resucitado. Debieron reconocer al que vivió y vive en Dios, a quien  les mostraba que después del fracaso se podía recomenzar.     

En este primer día de una nueva creación, Jesús insufló en ellos el Espíritu, la vida de Dios dentro de cada uno, recreando el momento cuando Dios, en el  Génesis, sopló en el hombre recién hecho de barro el espíritu de vida.  

Jesús, quien fue transformado, tiene ahora  el poder de transformarnos también a nosotros. De aquí en adelante, sus amigos serán animados por esa impactante experiencia y por el Espíritu, que representa el poder transformador del amor, la paz y el perdón. 

Como comunidad de vida cristiana, sus miembros pueden ofrecer y recibir estos dones del Espíritu en momentos de dificultad o infidelidad en la vida. Es importante  predicar la Vida con mayúscula, y predicar el amor, la paz y el perdón que está en cada uno y en la comunidad. Es crucial predicarle al mundo entero el reino de Dios.

El apóstol Tomás también experimentó incertidumbre,  pues no creyó en lo que le contaban sus compañeros, sino que necesitaba verlo para tener esa experiencia de encuentro. En el texto del Evangelio se dice que con las puertas todavía cerradas se apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, se las hizo tocar. Entonces, Tomás se rindió y expresó su fe exclamando: ¡Señor mío, y Dios mío!  Y la respuesta que recibió nos habla de una fe profunda: “¡Felices los que creen sin haber visto!” (Juan 20, 29).  Por eso, son dichosos quienes descubren en los signos la realidad significada. La fe de la que se habla aquí  es la de una comunidad que se adhiere de corazón y con hechos a la persona de Jesús y que es coherente con sus valores.   

Ahora Tomás también despierta y encuentra  a Jesús en el centro de su corazón; confía, se entrega, renace y resucita con el que nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque muera vivirá”. Podemos decir que la resurrección de Jesús comenzó cuando durante su vida hizo el bien, liberó a los oprimidos, se reconoció hijo de Dios y amó hasta el fin. 

A través de su vida, Jesús nos  enseña que podemos estar muertos de muchas formas: por odio y autoodio, por la violencia o indiferencia ante los que sufren; por falsas relaciones, por adicciones y por consumismo; por ceguera o parálisis interior, ambición de poder o de dinero, sentido de superioridad;  por relaciones de explotación a personas o a la naturaleza.

Aun así, creemos que podemos resucitar con Jesús y que nuestra fe en el amor puede liberarnos de los lazos de nuestra muerte. Esto se debe a que ya somos la Resurrección y la Vida. El  vivir como 'hijas del amor',  aquí y ahora, nos  libera del ego y nos da una nueva esperanza y fuerza a lo largo de nuestro camino. Un gran ejemplo de esa transformación es san Romero. Él era miedoso y acomodado, pero encontró a Jesús presente entre los pobres y perseguidos, y se transformó por el amor. Al ser transformado, Romero resucitó y pasó  a arriesgarse, a acompañar a los crucificados, a denunciar las injusticias, y a predicar el Reino, hasta  dar la vida. 

Son los crucificados y crucificadas, con su dolor e impotencia en sus llagas y heridas, y en las nuestras , quienes nos muestran la fuerza salvadora  de Dios. El  amor fiel de Dios nos invita a ser 'descrucificadores', a soñar y trabajar por un mundo sin crucificados en el que todos tengan los mismos derechos.  Tenemos que situarnos en la perspectiva de los que sufren. Tenemos que hacer nuestros sus dolores y aspiraciones, asumir su defensa, unirnos a sus luchas con compasión. Debemos sacudir nuestra comodidad, las distracciones o indiferencia que nos mantienen encerrados como en una tumba; pero esas tumbas deben quedar vacías.

La fe en Jesús  implica creer que cada uno y cada una somos la Resurrección y la Vida, que somos hijas e hijos  de Dios, aunque pasemos también por  las propias cruces que se presentan en nuestro camino. 

Creer no consiste en someter la propia vida a un dogma o a una ideología determinada; ni tampoco en mantener un espíritu sectario. La fe en Jesús nos exige hacer nuestro su proyecto integrador e incluyente, y trabajar por eliminar la violencia y toda discriminación e injusticias.  

Tomar partido por los descartados significa asumir la responsabilidad de ser cuidadoras de sus vidas y asumir las consecuencias de este compromiso. En estos tiempos oscuros e inciertos, necesitamos valor para sembrar esperanza contra toda desesperanza y cargar la cruz de los crucificados por este sistema de mercado y muerte que favorece todo tipo de abusos, injusticias y  guerras en nombre del dios dinero.

¡Que Jesús nos ayude a “ vivir en el lado sagradamente humano de la vida” (como dice una canción)! Recordemos que a través de la cruz de los empobrecidos se nos revela el misterio del amor, de la vida, de la eternidad, de la justicia y de la paz. Por eso, ¡vivamos en coherencia con los pobres, los vencidos y los odiados por el sistema, y escuchemos sus gritos! Ellos nos evangelizan.

Bienaventuranzas de los 'descrucificadores':   

Felices los que creen porque han visto con el corazón la presencia de Jesús en cualquier situación.

Felices los que bajan de la cruz a los crucificados y los ayudan  a  resucitar.  FELICES los que se animan compasivamente a tocar llagas para aliviarlas o sanarlas. 

Felices los que pueden reducir su ego renaciendo  desde el Espíritu de amor, paz y perdón.

Felices los que se presentan ante los demás como son, sin máscaras y mostrando sus heridas.  

Felices los que viven de verdad lo que predican.  

Felices los que pueden seguir los pasos de Jesús estando con los últimos y dejándose evangelizar por ellos. 

Felices los que reconocen que somos tierra viviente y cuidan la vida humana vulnerable y la de todo ecosistema. 

Felices los que confían en que cada persona es la vida y la resurrección como Jesús. 

Feliz la comunidad que valora las diferencias y busca transformarse para ser más fiel a Jesús.  

Amén