Es Dios quien bendice a todos, todos, todos sus hijos

Dos hermanas Agustinas cantan en el albergue parroquial de Carrión de los Condes, España, durante el encuentro musical con los peregrinos del Camino de Santiago. (Foto: cortesía Monasterio de la Conversión, Ávila, España)

Dos hermanas Agustinas cantan en el albergue parroquial de Carrión de los Condes, España, durante el encuentro musical con los peregrinos del Camino de Santiago. (Foto: cortesía Monasterio de la Conversión, Ávila, España)
 

Hace casi 25 años, cuando nuestra comunidad de hermanas inició su andadura, intuíamos que Dios nos impulsaba más allá de los muros del monasterio, de los grupos eclesiales conocidos y de los confines de la Iglesia visible. 

El Dios de la vida que daba forma a nuestra incipiente comunidad, nos hablaba de un amor que llegaba a todos, todos, todos. Por eso, era preciso anunciarlo por todas partes, a todo el mundo, en especial a aquellos que no hubiesen escuchado aún la Buena Noticia, la bendición de Dios. Fue así como decidimos emprender una sencilla pero importante misión en un albergue de peregrinos en Carrión de los Condes, un pequeño pueblo de Palencia, España, situado a mitad de la ruta del Camino de Santiago francés. 

Dios ha elegido el método del amor abundante, extravagante e incondicional para llegar a nosotros y hacernos partícipes de la verdadera vida de hijos en el Espíritu.

Primero se da, bendice, acoge, abraza y ama; y luego espera, con un deseo infinito de que su amor donado nos atraiga hacia sí, llevándonos a vivir en comunión plena con Él y con todos los hermanos en el Reino futuro. Este Reino ya está ya brotando en esta tierra, y ahí estaremos todos, todos, todos.

"Desde hace años las hermanas bendecimos a todos, todos, todos, más allá de las etiquetas que la sociedad pueda imponerles": Hna. Begoña Costillo sobre los peregrinos que llegan al albergue de las Agustinas en el Camino de Santiago

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Desde entonces, cada mes, de marzo a octubre, un grupo de hermanas de la comunidad sale del Monasterio de la Conversión para atender el albergue, donde recibimos una media de 50 peregrinos diarios, provenientes de muchos países del mundo.

Llegan a nuestra casa a media mañana, después de recorrer cinco o seis horas de camino. Recibimos a cada uno con un té, les ofrecemos un lugar donde dormir y reponer fuerzas y les invitamos a pasar la tarde con nosotras y los demás peregrinos, compartiendo experiencias en el idioma universal que todos podemos comprender: la música. 

Durante el encuentro musical cantamos canciones que hablan de la vida, de la búsqueda de sentido, del dolor y la alegría; del ser humano que camina porque persigue un destino infinito. Con frecuencia vemos cómo este lenguaje alcanza la profundidad de las personas que escuchan y cantan con nosotras. Sus rostros, conmovidos, se nos muestran sin máscaras porque el camino va despojando a quien lo recorre de las seguridades convencionales, de aditivos y accesorios que disimulan el vacío, el dolor, los errores o las culpas que cada uno carga consigo al caminar.

Entonces, es posible contemplar en los ojos de los peregrinos el misterio inagotable y único de cada existencia y comprender por qué todo ser humano es absolutamente bueno, valioso y digno de ser amado, sea cual sea su circunstancia actual o su historia pasada. 

Una hermana bendice a una peregrina en la iglesia de Santa María del Camino, en Carrión de los Condes, Palencia, España. (Foto: cortesía Monasterio de la Conversión, Ávila, España)

Una hermana bendice a una peregrina en la iglesia de Santa María del Camino, en Carrión de los Condes, Palencia, España. (Foto: cortesía Monasterio de la Conversión, Ávila, España)
 

"La bendición [que damos las hermanas] les hace conscientes de su identidad verdadera, la bondad que en sí mismos son (…), les despierta a la luz que buscan y, quizás, les pone en camino hacia ella": Hna. Begoña Costillo

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Lo bueno y amable que vemos en sus rostros es lo que deseamos que ellos mismos descubran en sí. Deseamos que puedan verse a la luz de esta bondad original que cada persona posee por ser criatura nacida de la Palabra de Dios 'todobondadoso'.

Por eso, tras el encuentro musical y la eucaristía, las hermanas bendecimos con nuestras manos a cada peregrino y le recordamos, así, la bendición primigenia que llevan dentro de sí como su más auténtico ADN. Con nuestras palabras no hacemos más que actualizar la Palabra que Dios mismo ha pronunciado sobre cada criatura al crearla, como nos relata el Génesis: "Y vio Dios que era bueno" (Gen 1, 31). 

A través de nuestro gesto sencillo, es Dios quien dice a la persona: "Eres buena, eres valiosa, eres infinitamente amada; estás hecha para el bien, para el amor, para la alegría". Al pronunciar estas palabras, recrea con la eficacia de su Palabra el bien que en el principio dio a luz a su existencia y que constituye su ser más profundo.

Es Dios quien se empeña en derramar la bondad de su amor sobre todos sus hijos, colmándolos de bienes mediante palabras vivas que hacen lo que dicen, que llenan de bien a aquellos sobre los que se pronuncian. Dios no ha excluido jamás a nadie de su bondad, es Él quien bendice a todos, todos, todos sus hijos.

Por eso, las hermanas hacemos la señal de la cruz sobre la frente de los peregrinos, actualizando en ellos el amor primero que les ha hecho existir y que les confiere la esencia radical de su ser, independientemente de su circunstancia moral.

La bendición les hace conscientes de su identidad verdadera, la bondad que en sí mismos son y para la que están hechos, les despierta a la luz que buscan y, quizás, les pone en camino hacia ella. Así, desde hace años las hermanas bendecimos a todos, todos, todos, más allá de las etiquetas que la sociedad pueda imponerles: separados, convivientes, delincuentes, ateos, heréticos, homosexuales, bisexuales, corruptos, superficiales, audaces, heridos, arrepentidos, sedientos, valientes, buscadores, convertidos, amantes, cristianos, santos, entre otras. 

“Incluso si bendecimos a una pareja en una situación moral contraria a la norma de la fe (…), la bendición de Dios proclama la verdad que son y les confiere la gracia divina”: Hna. Begoña Costillo 

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Hermanas del Monasterio de la Conversión oran con los peregrinos del Camino de Santiago en la pequeña capilla del albergue parroquial. (Foto: cortesía Monasterio de la Conversión, Ávila, España)

Hermanas del Monasterio de la Conversión oran con los peregrinos del Camino de Santiago en la pequeña capilla del albergue parroquial. (Foto: cortesía Monasterio de la Conversión, Ávila, España) 
 

Esto es lo que nos recuerda la declaración Fiducia supplicans, que tanta oposición ha causado: la bondad de Dios habita en toda persona de este universo. En la medida en que nos hacemos canales de su bendición, desvelamos en el corazón de los hombres y las mujeres que la reciben el sentido pleno de la vida, con toda su carga de belleza y dolor.

Incluso si bendecimos a una pareja en una situación moral contraria a la norma de la fe; incluso aunque estas dos personas que se aman fuesen del mismo sexo, la bendición de Dios proclama la verdad que son y les confiere la gracia divina para que "todo lo que hay de verdadero, bueno y humanamente válido en sus vidas y relaciones, sea investido, santificado y elevado por la presencia del Espíritu Santo".  Así, sus "relaciones humanas [pueden] madurar y crecer en la fidelidad al mensaje del Evangelio, liberarse de sus imperfecciones y fragilidades y expresarse en la dimensión siempre más grande del amor divino" (FS 31).