Del agotamiento a la realización

Cómo pasar de la profesión a la vocación y superar el síndrome del trabajador quemado

Imagen de un bosque tras un incendio. (Wikimedia Commons/Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE.UU./Kenai NWR)

Tras el fuego, renace la esperanza. Así como después de un incendio emergen de nuevo los brotes verdes en el bosque, la columna de la Hna. Lavina D'Souza enseña que en la adversidad anidan semillas de crecimiento personal e invita a transformar las cenizas en fuerza renovada para continuar el camino. (Foto: Wikimedia Commons/Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE.UU./Kenai NWR)

Lavina D'Souza

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Traducido por Purificación Rodríguez Campaña

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Una amiga, trabajadora social entregada desde hace más de dos décadas, me dio un susto cuando me confió: “Siento que tengo que dejarlo, ¡no puedo más! Estoy sufriendo el síndrome del trabajador quemado” [del agotamiento]. Comprendí su dolor, pero también sentí en lo más profundo de mi ser que sería capaz de atravesar esta experiencia de desgaste y salir de nuevo a flote. Hay otros casos similares de trabajadores sociales quemados en la India, ya que trabajan en entornos complejos. 

Me parece que los motivos de este estrés pueden atribuirse a cuatro causas: su trabajo, la organización, su vida personal y su propia personalidad. Su trabajo es por naturaleza dinámico y orgánico. El cliente o la parte interesada no pueden reducirse a un mero ‘número’ o ‘caso’, pues son seres humanos que necesitan compasión y atención. 

En segundo lugar, muchas organizaciones exigen mucho y fijan objetivos imposibles, lo que lleva a los trabajadores sociales a sobrecargar sus capacidades físicas, mentales y emocionales. Además, las condiciones de trabajo inadecuadas y tóxicas (que incluyen salarios o remuneraciones deficientes, falta de reconocimiento o de apoyo organizativo) aumentan los niveles de estrés.

El tercer aspecto (su vida personal) está relacionado con el escaso tiempo que los trabajadores sociales pueden pasar con sus propias familias; y en varios casos, la falta de empatía y comprensión por parte de su propia familia y parientes se suma al estrés. 

El cuarto factor es su propia personalidad: algunos de ellos trabajan sin ser muy conscientes de sí mismos y al contar con un ‘bagaje emociona’ propio tienden a causarse más estrés a sí mismos. No es de extrañar que a otra amiga, una trabajadora social que había sufrido ella misma violencia doméstica, le resultara muy estresante desafiar el sistema de creencias de sus clientes. 

El concepto del síndrome del trabajador quemado fue introducido y definido por primera vez por Herbert Freudenberger en 1974 y desarrollado posteriormente por Christina Maslach y Susan Jackson en 1981. Desde una perspectiva sociopsicológica, se considera que se trata de “un síndrome de agotamiento emocional, despersonalización y reducción de la realización personal”. La lucha constante con los conflictos de valores y las ambigüedades de las funciones suelen precipitar confusiones internas, dudas sobre uno mismo, preguntas sin resolver, estancamiento y saturación hasta el punto de quebrar la moral en múltiples ámbitos.

Descubrí que podían establecerse tres etapas para resolver este problema. La primera, para resolver este tipo de estados de angustia interior y elevarse por encima de ellos, es la toma de conciencia del propio prejuicio que nos ancla. Nos aferramos a la primera información que recibimos de fuentes externas, ya sea sobre la tarea encomendada o sobre la situación. Recuerdo un incidente en el que a una estudiante que hacía prácticas conmigo le resultaba difícil relacionarse y trabajar con mujeres que no pertenecían a su casta. Sus pensamientos estaban anclados en el prejuicio que había desarrollado desde su infancia sobre las personas de otra casta. No era consciente de este sesgo cognitivo. Cuando se lo hicieron notar, al principio lo negó, pero poco a poco fue haciendo lo posible por liberarse de él. 

La segunda etapa es el paso a la quietud. La quietud no es una emoción. La quietud es el centro tranquilo de uno mismo. Es un espacio que se alcanza cuando todas las creencias, ideas, compulsiones, perspectivas y acumulaciones no resueltas de años que crearon el desorden interior tienen la oportunidad de ser despejadas y renovadas. Es la etapa en la que, avanzando hacia la quietud, uno es capaz de nombrar y asumir los sentimientos de soledad, pérdida de identidad, inutilidad, incertidumbre, agotamiento o desesperanza. Esta quietud es un don, una invitación divina.

La tercera etapa de la resolución del problema del agotamiento es la toma de conciencia de una llamada. Se trata de volver a entender qué es y qué no es el trabajo social. No puede reducirse a una mera profesión. Es una vocación. Uno de mis profesores universitarios solía recordarnos a menudo que el trabajo social no consistía únicamente en realizar tareas/actividades. Al contrario, se trataba de ayudar a otra persona a evolucionar, a convertirse en la mejor versión de sí misma y a superar el tumultuoso o estancado momento actual. Por lo tanto, compartir recursos como el tiempo, el intelecto, las energías emocionales y demás no debía considerarse un despilfarro. Durante una conversación con una colega sobre el trabajo social como vocación se dio cuenta de esto y recordó momentos en los que había sido decisiva para ayudar a los demás a descubrir su propio ser amado, lo que le ayudó en aquel momento a enfrentarse a sus problemas de impulsividad y ahora le permite reflexionar y responder de forma creativa a la vida

Esta es una llamada que los trabajadores sociales tienen el privilegio de recibir. En el proceso de esta vocación, cada paso, incluso los dolorosos, no son más que recordatorios de esta llamada. De este modo, los momentos de agotamiento se convierten en recordatorios de la llamada. Estos recordatorios se vuelven entonces agentes positivos de renovación. Resultan ser bendiciones, ya que se convierten en oportunidades para entrar en quietud, despejando así pensamientos y sentimientos, y ayudándonos a realizar nuestra llamada a un nivel más profundo. 

Estas tres etapas requieren tiempo y valor. Hace falta valor para reconocer nuestros propios agotamientos y también para decirles adiós. En lugar de renunciar, si estamos dispuestos a mirar hacia dentro y tomar conciencia de los diversos sesgos de anclaje que tenemos; si seguimos avanzando hacia la quietud; y si podemos adquirir una nueva perspectiva y pasar de la idea de que tenemos una profesión a la idea de que tenemos una vocación, en ese caso, ¡el síndrome desaparecerá por completo!

Al fin y al cabo, estamos invitados a seguir adelante, a seguir creciendo, ¿no?

Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 9 de nayo de 2023.