
El noviciado es una de las etapas más intensas en la formación de una religiosa. Es un tiempo de profundo discernimiento, oración, crecimiento y transformación. Es también un espacio donde se ponen a prueba la fe y la vocación, se crean vínculos para toda la vida y comienzan a revelarse las realidades de la vida religiosa —sus desafíos y su belleza—, invitando a cada mujer a vivir con mayor autenticidad.
Este mes, las panelistas de La Vida reflexionan sobre sus primeros años de formación a partir de la consigna: "Cuando entré al noviciado…"
La Vida, testimonios de la vida consagrada
Liliana Graciela Andrada es una religiosa de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, cuya vocación comenzó a los nueve años, cuando se preparaba para la primera comunión utilizando los libros religiosos de su abuelo, un predicador adventista. Es profesora para la enseñanza primaria de Religión y Moral graduada en la Universidad Metropolitana de Santiago de Chile. Se recibió como maestra en San Juan y trabajó en escuelas rurales antes de ingresar a la congregación. Ha desempeñado roles en colegios, incluido el de directora, y ha pasado tres años en una residencia misionera en Salta. Actualmente trabaja en un colegio que pronto cumplirá 100 años, donde disfruta de interactuar con los más pequeños, cantando, rezando y compartiendo la Palabra.
Cuando ingresé al noviciado creía que ya había alcanzado la santidad o por lo menos que estaba a sus puertas. ¡Pobre de mí, qué ilusión o qué ignorancia! Era tal el entusiasmo de las hermanas, tantos preparativos, tanta alegría por recibir a cuatro novicias más, que todo respiraba felicidad y ese clima nos llenaba de un gozo interior que yo traducía en santidad.
Solicitar el pase al noviciado implicaba la aprobación de la maestra además del propio deseo. La madre general en ese entonces, con gran corazón misericordioso, me dio la oportunidad de ingresar, a pesar de mis limitaciones. Estaba tan feliz con la aprobación que junto a las otras postulantes imaginábamos el futuro noviciado con nuevas indicaciones y nueva maestra. Los días previos al ingreso era para corregirnos unas a otras: "Esto no vamos a poder decir o tal cosa ya no vamos a hacer…". Estábamos muy unidas y nos hacíamos bromas sobre cómo nos veríamos con el velo y el hábito.
Me tomé muy en serio mi paso al noviciado. En la ceremonia privada de recepción no paré de llorar, todo me emocionaba, hasta el momento en que firmamos el acta y pusimos nuestro nombre de religión: yo elegí el de Las Llagas de San Francisco. Luego vino el saludo cariñoso de todas las hermanas. Y nuestra madre general dijo: "Va a estar bien regado el noviciado…". Y fue así: yo lloraba por todo y a veces sin motivo aparente. Cada error, cada advertencia o equivocación era motivo de llanto, pues me parecía que nunca llegaría a ser siquiera buena religiosa.

Liliana Graciela Andrada, en la primera fila al frente, de izquierda a derecha, durante la celebración de ingreso al noviciado en la Casa Madre de Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas en Córdoba, Argentina, el 2 de febrero de 1986. (Foto: cortesía Liliana Andrada)
Pero Dios, en su infinita providencia, dispuso que cambiara mi actitud de lamento. Mi familia cada veinte días mandaba cartas. Mi mamá me contaba todo lo que ocurría en la familia y en el vecindario; mi papá, que era tan bromista y gracioso, mandaba chistes y ocurrencias que a las hermanas les gustaba escuchar y nos reíamos con gusto. Ahí comencé a darme cuenta de que la vida religiosa debía tener tiempos de esparcimiento, risas y sano humor. Esto me despertó el don de divertir, animar, hacer reír y pasar momentos de distensión. Algo que todavía, después de tantos años, sigo ejerciendo.
El concepto de alcanzar la santidad lo fui profundizando con las palabras de mi madre fundadora, quien en sus cartas decía: "… mi insuficiencia y poca virtud no las alienta a servir mejor a Dios, pero supla mi buena voluntad y mis deseos de verlas santas, que es el fin por el cual hemos venido a la religión".
Mirando su figura me fui dando cuenta de que la santidad es un reflejo del amor de Dios y de que mientras más cerca de Él estás, te vuelves más simple, luminosa, alegre y jovial; tarea que cada día siento que estoy comenzando, quizás por aquellas palabras de nuestro padre san Francisco: "Comencemos hermanos porque hasta ahora nada hemos hecho".
"Comencé a darme cuenta de que la vida religiosa debía tener tiempos de esparcimiento, risas y sano humor. Esto me despertó el don de divertir, animar, hacer reír y pasar momentos de distensión": Hna. Liliana Andrada
María Baffundo pertenece a las Hijas de María Auxiliadora (FMA), salesiana, de Uruguay. Es periodista y diseñadora gráfica. Ha realizado su misión con adolescentes en diferentes centros educativos de Uruguay, como animadora de curso, catequista y docente; también ha colaborado en la Pastoral Juvenil Salesiana y en grupos de gestión. En su instituto, a nivel mundial y provincial, trabajó en el ámbito de la comunicación desde los inicios de su vida religiosa. Desde 2018 hasta inicio de 2024 fue responsable de la comunicación de la Confru (Conferencia de Religiosos del Uruguay). Es miembro de ACSSA, la Asociación de Estudiosos de la Historia Salesiana. Actualmente reside en Roma, donde estudia la espiritualidad salesiana.
Pensaba que llegaría el gran momento de mi vida para poder descubrir, asumir y vivir la identidad de Hija de María Auxiliadora. Sería una experiencia que anhelaba en mi corazón y quería reafirmar lo que dicen nuestras constituciones: "profundizar en el seguimiento de Cristo según la identidad carismática con la ayuda de la comunidad y de la maestra de novicias" (C. 90); y, sobre todo, hacerlo gracias al testimonio de vida que se respira en el ambiente.
Todo lo que se vislumbraba en el futuro era una promesa de vida, y así sucedió, aunque no como lo esperaba.
Éramos jóvenes y con muchos sueños, y había cosas que no se veían tan claras; pensábamos solo en desafíos y en los finales felices de cada etapa, que nos acercarían más al querer de Dios. No sabíamos todavía que las personas idóneas para una tarea no existen, sino que se construyen, solo si ellas quieren, y que los criterios de los responsables no siempre coinciden.
No teníamos claro que "crear un ambiente apto para el crecimiento" es sinónimo de vida, y que algunas personas que asumen esa tarea solo buscan vengarse de lo que habían vivido en su tiempo de formación y que las había marcado para toda su vida. Tampoco teníamos claro que la búsqueda de verdad, de diálogo, escucha y de razones lógicas, pasaba exclusivamente por el orgullo herido y por dar como válidas normas sin sentido.
![Silvio y Becky Cuéllar [en imagen de novioembre de 2015] con su hija, la hermana Juan María del Espíritu Santo, que estaba [entonces] a punto de comenzar su último año de noviciado con las Hermanas Franciscanas de la Renovación en el Convento de Nuestra Señora Reina de los Ángeles en Nueva York. (Foto : OSV News/cortesía de Silvio Cuéllar)](/files/2025-06/descarga.jpg)
Silvio y Becky Cuéllar [en imagen de novioembre de 2015] con su hija, la hermana Juan María del Espíritu Santo, que estaba [entonces] a punto de comenzar su último año de noviciado con las Hermanas Franciscanas de la Renovación en el Convento de Nuestra Señora Reina de los Ángeles en Nueva York. (Foto : OSV News/cortesía de Silvio Cuéllar)
Ciertamente hay un dolor que primero viví a nivel humano y luego espiritual, que me hizo dudar de mis opciones y de mi vocación. Pero, al mirar esta experiencia con perspectiva, tras los miedos y humillaciones he descubierto espacios que fueron tablas de salvación:
- La oración personal y el abandono en las manos del Padre; tal y como dice el salmo 131: "Estoy en calma, estoy tranquilo, como un niño en el regazo de su madre, como un niño, así estoy yo. Confía en el Señor, Israel, desde ahora y para siempre".
- Las palabras y gestos de algunas personas que validaron que 'seguir' a Jesús nos hace personas plenas y dignas.
- El fortalecimiento personal y espiritual al enfrentar las situaciones, permitiéndome conocerme más y caer en cuenta del valor de la resiliencia.
- El afirmar que el llamado es personal, despojándome de seguridades externas, de esas 'muletas' a las que tiendo a aferrarme y que es una confrontación de dos: Dios y yo.
- Tener claro que ser más humana, es decir aceptarme con mis fragilidades y dones, me hace ser más comprensiva y me habilita para caminar junto a los otros.
¿Fue un tiempo de vida? Sí, ha sido un largo aprendizaje...
"Éramos jóvenes y con muchos sueños [...]. No sabíamos todavía que las personas idóneas para una tarea no existen, sino que se construyen, solo si ellas quieren, y que los criterios de los responsables no siempre coinciden": Hna. María Baffundo
María Etelvina González es miembro de las Religiosas de San José de Argentina. Actualmente es apoderada legal de un colegio y presidenta de la Asociación Civil CRSJ en Uruguay. Se desempeña como coordinadora pastoral en el Colegio Perpetuo Socorro y acompaña talleres de mujeres mediante la escucha y el arteterapia. También integra el Equipo Latinoamericano y Caribeño de la Familia de San José como delegada de la región sur, y colabora en espacios de contención para adolescentes y en espacios de oración. Anteriormente vivió en la Patagonia, donde acompañó comunidades rurales y fue directora y apoderada de una residencia estudiantil para la población mapuche. Además, ha formado parte del equipo de animación de las líderes, fue ecónoma de la congregación, coordinadora del equipo de la Familia Josefina-Laical, administró una casa de acogida y fue tesorera del Instituto San José de Cultura y Beneficencia.
Cuando entré en el noviciado… mi vida empezó a ser parte de una comunidad formadora.
Los recuerdos y vivencias vienen a la memoria de aquella llegada desde el interior del país a la capital, a la casa del Noviciado de las Religiosas de San José. Volver a ese momento es transitar nuevamente ese espíritu de la comunidad formadora. Sí, con nosotras las jóvenes, se ponía en marcha el nuevo itinerario formativo congregacional.
Hoy soy quien soy gracias a esa experiencia vivida junto a cuatro hermanas y tres jóvenes que conformamos la comunidad del noviciado, inserta en un barrio popular del gran Buenos Aires. Fue un gran desafío, tanto para nosotras como para ellas, las hermanas.
Estas son algunas de las notas distintivas que vivimos:
- Formación en conjunto: internoviciado, intercongregacionalidad, una honda experiencia de caminar juntas.
- Contacto con la realidad: una fuerte vivencia junto a las familias en un asentamiento. Hicimos vida la frase de Mons. Enrique Angelelli: "Con un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio". Vivimos la inserción en todos los aspectos.
- Acompañamiento personalizado: en lo afectivo-espiritual, intelectual y profesional, que favoreció la construcción de una mirada más abierta, integral, sensible y solidaria
- Carisma: fue un espacio para crecer e identificarse con la riqueza del carisma josefino.
- Discernimiento: se constituyó en un camino para reconocer y descubrir que Dios actúa en nuestra historia y en nuestras vidas, que nos llama, nos ama y desde nuestra vulnerabilidad nos impulsa a abrazar la compasión, la justicia y la paz. En fin, una invitación a evangelizar y ser signos proféticos ahí donde estemos.

María Etelvina González, primera de izquierda a derecha, con sus compañeras de formación durante una experiencia comunitaria en La Rioja, Argentina. (Foto: cortesía María Etelvina González)
A lo largo del tiempo en la vida cotidiana, una enfermedad, la depresión, irrumpió y se hizo presente en medio del grupo de formandas. Abordar esta realidad comunitariamente, como discípulas y seguidoras de Jesús plenamente humanas, nos ayudó a crecer, madurar y seguir haciendo opciones desde la vida
La comunidad supo priorizar acompañar, apuntalar y sostener. Se puso en práctica la enseñanza del Evangelio de Lucas 10, 25-37: la compasión hecha acción. Esa acción fue ocuparnos de la hermana necesitada, de ese querido prójimo. Como compañeras no la dejamos sola. Junto a las hermanas contuvimos y sostuvimos su vida durante todo su proceso de recuperación, con cuidado, cariño, y presencia, abrazando su humanidad.
El noviciado fue un gran camino de búsqueda, oración, discernimiento, estudio, celebraciones, encuentros, fiestas, y también de misión; recordarlo es volver a un camino de grandes aprendizajes.
"Hoy soy quien soy gracias a esa experiencia vivida junto a cuatro hermanas y tres jóvenes que conformamos la comunidad del noviciado, inserta en un barrio popular del gran Buenos Aires": Hna. María Etelvina González
Rosa María del Valle es una religiosa de la Compañía de Santa Teresa de Jesús nacida en España y que ha vivido en América durante 20 años. Ha residido en Uruguay, Ecuador y Cuba, y actualmente vive en Asunción, Paraguay. A lo largo de su misión ha trabajado en comunidades sencillas, acompañando catecumenados de adultos y jóvenes. En Cuba integró el equipo del Sínodo en La Habana y colaboró con artículos para Vida Cristiana, reflexionando sobre la vida cotidiana y de la Iglesia a la luz de la Palabra. También ha acompañado ejercicios espirituales y apoyado a religiosos jóvenes.
Cuando entré en el noviciado… En realidad, cuando entré en el prenoviciado —porque en mi época estaba todo unido— llegué conquistada por Jesús. Él se hizo presente en mi vida y me dio alegría y paz por dentro que me permitieron dejar mis proyectos atrás y lanzarme a esta nueva vida. En una Pascua joven, dejé de resistirme, me abrí al Señor, y él se coló en mi interior. Me mostró su amor gratuito e incondicional, su entrega total, y me despertó el deseo de entregarle todo mi ser.
El día que entré era frío y lluvioso, y mi familia estaba triste. Éramos casi treinta, entre nosotras y las novicias. Vivíamos a toque de campana, con horarios y normas que intentábamos cumplir fielmente. No tenía ningún sentido crítico, creía que todo formaba parte del 'paquete' de ser monja. Las novicias mayores nos decían: "Siempre se ha hecho así". Yo quería adquirir hábitos para repetirlos toda la vida. Ingenua de mí, no suponía lo que el Señor me tenía preparado. Viví en diferentes comunidades y países con costumbres y culturas distintas, aunque en todas me encontré ese 'sello de familia teresiana'.
Han pasado más de 30 años y como congregación hemos cambiado mucho. Nos costó abrirnos a la novedad del Concilio Vaticano II, pero ahora nos reconocemos como compañeras de camino, a la escucha del Espíritu, en discernimiento, promoviendo un modo sinodal.
Agradezco al Señor llevarme a la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Él nos ha ido conduciendo a su manera, con la paciencia de la semilla (Mc 4). Hoy no volvería atrás. Todo forma parte de nuestra historia y nos va configurando.

Rosa del Valle, STJ, pronuncia sus primeros votos en la Casa del Noviciado de la Compañía de Santa Teresa en Ávila, España, el 1 de julio de 1990. (Foto: cortesía de Rosa del Valle)
Me siento plena en esta vida que el Señor me preparó. He vivido con mucha intensidad en las diversas tareas y comunidades, siempre con la certeza de que el Señor me sostiene y lo hace posible. Él aviva mi deseo de ser suya, de vivir más en Él y como Él. Sigue conquistándome con su amor, para ser cauce de ese amor para los demás; sobre todo, en este mundo tan roto, en los lugares sencillos, compartiendo los dolores y alegrías de las personas con las que camino cotidianamente. La vida y el modo de Jesús me movieron a dar el paso de ir a vivir con los empobrecidos, dentro de nuestra gran aldea global.
En Paraguay vivo con una juniora que acaba de salir del noviciado. Al contrastar su experiencia con la mía, me doy cuenta de lo diferente que es. Me alegra acercarme a su vivencia y a su proceso. El Señor obra y actúa en cada una con su pedagogía. Eso afianza en mí la certeza de lo único importante, como escribe santa Teresa: "Dejarnos en las manos de Dios es lo más acertado en todo". Y me lleva a dejarme conducir confiadamente por el Señor. Por eso hoy, como aquel primer día, hago mías las palabras de san Enrique de Ossó que recoge nuestra fórmula de votos: "Sé que tu Amor y tu Gracia completarán tu obra en mí".
"Vivíamos [las novicias] a toque de campana, con horarios y normas que intentábamos cumplir fielmente. No tenía ningún sentido crítico, creía que todo formaba parte del 'paquete' de ser monja": Hna. Rosa María del Valle