
Jóvenes del grupo juvenil Seguimiento de Jesús celebran un encuentro con Cristo Resucitado en el Parque Florencia, Antigua Guatemala, el 24 de junio de 2025. ( Foto: cortesía Dora Tupil)
Un domingo antes de Pentecostés tuve una experiencia con el grupo juvenil Seguimiento de Jesús. Me pareció muy interesante porque este encuentro se celebró en un campo bellísimo y lleno de vegetación, adecuado para el tema que se desarrolló en ese momento.
¡Qué bello es cuando se comparte la fe con diferentes grupos viviendo el día a día la sinodalidad! Caminando juntos vamos recorriendo el camino que disfrutamos y gozamos con alegría y entusiasmo. Asimismo, las dificultades de la vida cotidiana pueden ayudar a vivir el trabajo en equipo y en comunidad. Lo importante es llegar a acuerdos concretos. Juntos es como se manifiesta y se realiza la naturaleza de la Iglesia.
El caminar juntos exige conocimiento de la otra persona para apreciar los dones y cualidades que cada ser humano posee.
Al observar el Sínodo de la Sinodalidad recordé haber leído un artículo del papa Francisco en el que subrayaba la importancia de acompañar a los jóvenes: "Cada vez que acompañan a uno o dos jóvenes en su camino, los escuchan, escuchan sus gozos, sus fracasos, las dudas que llevan dentro…", y así va enumerando una lista de emociones y sentimientos de los jóvenes que renovaban su vida.
"Caminar con los jóvenes como seguidores de Jesús, en medio de la diversidad de dones y carismas, es un signo palpable de la presencia del amor y de la misericordia del corazón de Dios": Hna. Dora Tupil
Me vino a la mente ese artículo después del encuentro con el grupo de jóvenes en el que hubo juegos y dinámicas, y se compartieron experiencias de manera profunda.
La mayoría de los participantes compartió que estaba viviendo un momento único en su vida, uno de escucha atenta y acogedora, y que se sentían como una verdadera familia reunida, porque cada experiencia era muy significativa. Experimentamos dinamismo y profundidad a la vez, ya que las citas bíblicas estuvieron adaptadas para la ocasión. El grupo juvenil que celebró el Encuentro con el Resucitado fue muy interesante. Algunas de las reflexiones trataron sobre los discípulos de Emaús, y resaltaron que sin Jesús todo se vuelve triste, con dudas e incertidumbres. Es la experiencia de los dos discípulos que iban desconsolados por el camino y que, al encontrarse con Jesús, vieron que todo cambió. Así es en la vida de los jóvenes: si quitamos la persona de Jesús en nuestra vida todo se vuelve pesado y sin sentido.
La invitación que se les hizo a los jóvenes es a tener siempre ese encuentro con Jesús en la Eucaristía, porque Él nos despierta la esperanza, mueve nuestros corazones y hace que vibremos de nuevo; nos llena de júbilo la experiencia vivida en la desesperación, pero es el Espíritu el que actúa y se queda presente siempre en nuestra vida. En todo lugar y en todo tiempo, el Señor infunde su Espíritu sobre el pueblo de Dios para hacerlo participar de su vida, nutriéndolo del pan de la Palabra y de la Eucaristía, y guiándolo en comunión sinodal. Caminar y avanzar juntos en armonía es vivir la sinodalidad.
Se invitó a los jóvenes a discernir, a una escucha atenta y valiente a los susurros del Espíritu, porque les ayuda a descubrir la voluntad de Dios para cada uno de ellos. En la vida de los jóvenes debe haber un espacio para la oración y la meditación con la palabra de Dios.
El bello encuentro me llevó a vivir de nuevo la experiencia fundante de mi vocación: ser fiel al amor de Dios, que me ama y me abraza con ternura cada día. Descubro una vez más que Jesús Resucitado es la fuente de amor que me invita a vivir con dinamismo mi entrega, especialmente con los más vulnerables.
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Caminar con los jóvenes como seguidores de Jesús, en medio de la diversidad de dones y carismas, es un signo palpable de la presencia del amor y de la misericordia del corazón de Dios. En medio de contextos marcados por la guerra y la falta de sentido, acompañarlos me invita a caminar en simplicidad, ver el camino con esperanza y confiar absolutamente en el corazón de Dios, abandonándome a la gracia y al cuidado de un Padre bueno.
Esta oportunidad con los jóvenes ha sido una invitación al crecimiento interior, al encuentro profundo con Cristo que se alimenta de la confianza sin reservas. Con ellos he descubierto que para vivir bien con una orientación clara en esta historia de mi tiempo —que pretende reducirlo todo a ciencia o tecnología, donde el ser humano corre el riesgo de ser despojado de la imagen de su creador y convertido en una cosa, un simple objeto de consumo— necesitamos con urgencia el testimonio de jóvenes valientes que sigan a Cristo.
Este peregrinar lo hacemos juntos. Este es el camino y proyecto de la sinodalidad eclesial.