
El puente de una carretera recién construida conduce al complejo de las Misioneras Médicas de María en Torugbene, una remota comunidad ribereña del estado del Delta (Nigeria). Muchas personas no pueden llegar a su recinto, y las hermanas viajan en canoa para ofrecer servicios médicos en los pueblos de los alrededores. (Foto: Janefrances Oluchi Ihekuna)
Cuando llegué a Torugbene estaba emocionada y ansiosa a la vez. Había oído historias sobre esta remota comunidad ribereña del estado del Delta, en Nigeria, pero nada podía prepararme del todo para la realidad de la vida aquí. Los retos son inmensos —inundaciones, degradación medioambiental y abandono gubernamental—, pero también lo son la resistencia y la generosidad de la gente.
Me llamo Janefrances Oluchi Ihekuna y soy hermana de las Misioneras Médicas de María. Crecí en Nigeria, donde conocí la congregación a través de un amigo que compartió conmigo su folleto vocacional. Atraída por su carisma de sanación y su misión, me uní en 2019 e hice mi primera profesión en septiembre de 2023. Cuando me destinaron a Torugbene, sabía que sería una experiencia transformadora, pero no podía vislumbrar hasta qué punto moldearía mi fe, mi comprensión de la misión y mi propia forma de ver el mundo.
Los habitantes de Torugbene pertenecen a la etnia ijaw, una de las antiguas tribus oru. Han conservado su antigua lengua y sus tradiciones culturales. La mayoría se dedica a la pesca para subsistir y vender en el mercado. A pesar de las penurias a las que se enfrentan, su calidez y hospitalidad son notables. Desde el momento en que llegué me recibieron con los brazos abiertos, compartiendo generosamente lo poco que tenían.
Al igual que el pueblo, las hermanas experimentamos los mismos retos diarios: escasez de recursos, infraestructuras deficientes y una lucha constante por la supervivencia. A veces nos quejamos, pero luego recordamos que vivimos entre personas que han sido abandonadas en gran medida por su Gobierno nacional.
Las ricas y fértiles tierras de este lugar y sus numerosos recursos naturales están siendo sacrificados en favor de las prospecciones petrolíferas y la minería, pero sus habitantes no reciben ninguna compensación ni ayuda. Sus ríos están contaminados; sus carreteras, intransitables; y carecen de electricidad y agua potable. La industria pesquera, antaño floreciente, se ha visto devastada por los vertidos de petróleo, lo que ha obligado a la población a dedicarse a la agricultura, una tarea cada vez más difícil debido a la destrucción de sus tierras por las perforaciones y la minería.
A pesar de estas dificultades, las hermanas trabajamos duro para cultivar hortalizas y cosechas que complementen la nutrición y fomenten nuevos métodos de cultivo. Los alimentos escasean, pero hemos aprendido mucho sobre cómo compartirlos con la comunidad. Les animamos a cultivar y comer verduras, algo nuevo para muchos, para mejorar su dieta.
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Torugbene se asienta sobre un arroyo en el área de gobierno local de Burutu, dependiente de la diócesis de Bomadi. Todos los años, de junio a noviembre, la comunidad queda sumergida por las inundaciones. Los niños aprenden a nadar a una edad temprana, no por recreo sino por supervivencia. Cuando el agua sube las familias se ven obligadas a dormir en el segundo piso de sus chozas mientras el río reclama el nivel inferior de sus hogares.
Durante estos meses los desplazamientos son difíciles. La gente construye improvisados puentes colgantes entre los árboles ('puentes de mono') para conectar sus casas, lo que les permite salir al exterior para bañarse, eliminar residuos y recoger agua para cocinar y beber, todo del mismo río. Los viajes de larga distancia solo son posibles en barco o canoa. Las hermanas rara vez salimos de casa a menos que sea absolutamente necesario, por ejemplo para visitar la clínica o responder a emergencias. Cuando viajamos también utilizamos una canoa o los 'puentes de mono' locales.
Recuerdo la primera vez que presencié la temporada de inundaciones. El miedo se apoderó de mí al ver a la gente luchar por salvar lo poco que poseían: sus pertenencias flotaban sin destino. Sin embargo, en medio de la destrucción fui testigo de algo sorprendente y alentador: la unidad. La gente vio las inundaciones no solo como un desastre, sino como una oportunidad para ayudarse mutuamente. Su solidaridad me conmovió profundamente, enseñándome a ir más allá del sufrimiento y la lástima y a centrarme en cómo podía ayudar a los desplazados por las aguas.
Una de mis experiencias más memorables fue aprender a remar en una canoa local. Al principio fue difícil, pero se convirtió en una metáfora de cómo vivir una buena vida cristiana. Del mismo modo que tenía que dirigir la canoa hacia donde yo quería, me di cuenta de que la forma en que vivo mi vida hoy determina mi futuro. Si mantengo el rumbo, llegaré a mi destino final: el cielo.
Trabajar aquí me está formando en la humildad, la aceptación y la gratitud. Cada vez que siento la tentación de pensar en mis propias dificultades, recuerdo que la gente que me rodea soporta penurias mucho mayores y, sin embargo, sigue encontrando la manera de sobrevivir e incluso de alegrarse. Su resistencia me reta a vivir mis votos con renovada sinceridad y compromiso.

Las Misioneras Médicas de María practican el remo en canoa en su recinto tras una inundación. (Foto: Janefrances Oluchi Ihekuna)
Como Misioneras Médicas de María participamos en diversos apostolados para servir a la comunidad de esta región. Nuestra clínica presta asistencia sanitaria esencial y, como fisioterapeuta cualificada, utilizo mis conocimientos para ayudar a los necesitados. Como mucha gente no puede llegar hasta nosotros, viajamos en canoa para ofrecer servicios médicos en los pueblos de los alrededores.
También nos centramos en la pastoral juvenil, reuniéndonos con los jóvenes una vez al mes para ayudarles a desarrollar habilidades para la vida y hábitos saludables. Algunos han tenido la oportunidad de estudiar fuera de su comunidad, ampliando sus horizontes. Dos chicas jóvenes se formaron en hostelería y un joven estudió ingeniería eléctrica en el Instituto Tecnológico John Bosco de Akure (Nigeria).
Llevamos a cabo un programa de desarrollo de tres meses para mujeres en el que se enseñan técnicas de panadería, lo que les permite mantener a sus familias. Actualmente, 18 mujeres participan en esta iniciativa. Al terminar reciben equipamiento básico para poner en marcha sus propios negocios. Aprenden a hacer repostería, pasteles de carne, hojaldres, rosquillas y otros aperitivos, que se constituyen en pequeños pero significativos pasos hacia la autosuficiencia.
Una vez a la semana organizamos un programa escolar para niños y jóvenes, en el que les enseñamos inglés, lectura y escritura. Esto les ha sido de gran ayuda para aprender a comunicarse y socializar mejor con los visitantes angloparlantes.
El trabajo parroquial también forma parte de nuestra misión, aunque llegar a zonas remotas es difícil. Como hay pocas carreteras, viajamos en canoa por la costa para participar en las actividades parroquiales y ofrecer educación religiosa. A pesar de las dificultades, la gente siempre nos recibe con alegría. Nos dicen lo mucho que significa que nos acordemos de ellos y les visitemos, incluso cuando es difícil.
Llevo más de un año en Torugbene y cada día veo cómo esta misión me acerca más a Dios. Incluso en medio de la pobreza, la enfermedad y el abandono de sus líderes gubernamentales, Dios mantiene a la gente en pie. Realmente encarnan los frutos del Espíritu: unión, amor y humildad.
Su fe desafía la mía. Su modo de vida me enseña a no permitir que ninguna situación me impida vivir en paz conmigo misma o con los demás. La misión en Torugbene no consiste en el servicio que presto, sino en lo que recibo: la gracia de ser testigo de la presencia de Dios en los lugares más inesperados.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 10 de marzo de 2025.