
Niños de la Infancia y Adolescencia Misionera (IAM) participan en la celebración de Pascua en la parroquia São Rafael Arcanjo de Chibututuine, en la arquidiócesis de Maputo, Mozambique, el 26 de abril de 2025. (Foto: cortesía del padre Celso Vaz, director espiritual de la IAM, Maputo)

Estos días, en mi misión en Mozambique, he sentido una profunda ternura al contemplar con atención la vivencia de fe de los más pequeños. En la eucaristía, la danza de los niños y su manera de rezar han cuestionado mi relación con Dios. Me preguntaba por qué, al hacernos mayores, nos vamos alejando de la fe que se gestaba en nosotros cuando éramos niños.
Al meditar la Palabra de Dios estos días, intenté hacerlo desde lo que veía en los niños: relacionarme con Él desde la espontaneidad, el cariño, la ternura, la confianza y la alegría. Pensaba en un niño en particular que participa en la infancia y adolescencia misionera, en la catequesis, y suele danzar durante las celebraciones eucarísticas.
"La fe de los niños [en Mozambique] me ha conmovido. Al escuchar sus oraciones espontáneas, pidiendo al Señor paz, pan, trabajo y fraternidad, percibo una conciencia social profunda, incluso a tan corta edad": Hna. Carolina Lizárraga

Carolina Lizarraga saluda a una niña después de la misa dominical en la parroquia Santo Antonio, en la arquidiócesis de Maputo, Mozambique, el 27 de abril de 2025. (Foto: cortesía Hna. Edeltrudis Reli, SSpS)
Cada vez que este niño de 10 años me encuentra, me abraza y permanece en mis brazos por largo tiempo. Siento su abrazo lleno de amor y, al mismo tiempo, percibo que busca protección. Si nos encontramos tres veces en el mismo espacio, las tres veces recibo su abrazo con la misma intensidad de ternura. Yo también respondo con cariño y delicadeza.
Noto en él cierta carencia afectiva. De hecho, cuando le pregunté en algunas ocasiones sobre su mamá o su papá, respondía rápidamente: "En casa", y cambiaba de tema. Comprendí que no quería hablar de ellos, así que no insistí. A veces, incluso a mí no me gusta responder preguntas que me incomodan.
Durante estos días, en mi oración personal procuraba que mi encuentro con Dios fuera libre de conceptos o ideas que muchas veces me alejan de su presencia real. Un Dios vivo, cercano al amor que le ofrezco, no solo en la soledad de la oración, sino también en el contacto con quienes me encuentro, sobre todo con los niños: los más pequeños, vulnerables, transparentes, sensibles e inocentes.

Miembros de la Infancia y Adolescencia Misionera (IAM) se reúnen en la parroquia Santa Isabel de Taninga, en la arquidiócesis de Maputo, Mozambique, el 17 de mayo de 2025. (Foto: cortesía del padre Celso Vaz, director espiritual de la IAM, Maputo)
La ternura que he experimentado al contemplar la fe de los niños me ha conmovido. Al escuchar sus oraciones espontáneas, pidiendo al Señor regalos de paz, pan, trabajo y fraternidad para la humanidad, percibo una conciencia social profunda, incluso a tan corta edad. Sobre todo, muestran una fe en Dios como dispensador de bienes que el dinero no puede comprar.
Muchos niños aquí viven situaciones de injusticia social. Sus necesidades básicas muchas veces no se cubren. Sin embargo, al expresar su fe, el 95 % de los niños con los que comparto mi vida lo hacen con alegría, ternura y confianza en el Dios de Jesús, el Dios que camina paso a paso en la historia de la humanidad.
Como gracia, le pido a Dios que me regale la capacidad de acrecentar mi fe como si mi corazón fuera el de un niño. Resuena en mí un fragmento del poema y oración del escritor y filósofo español Miguel de Unamuno:
Agranda la puerta, padre, porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad;
vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar.
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