
Encuentro de Robert Prevost Martínez con las Hermanas Agustinas cuando era prior general de la Orden de San Agustín durante una celebración agustina en Chiclayo, Perú. (Foto: cortesía Marlene Quispe, OSA)
La vida nos regala encuentros que marcan nuestro camino, personas cuya presencia dejan una huella imborrable en nuestra historia. En mi caso, uno de esos encuentros fue con Robert Prevost, un hombre cuya vocación y entrega han sido un faro de luz para quienes hemos tenido la dicha de conocerle.
Desde la primera vez que lo vi —cuando aún era novicia en Becerril de Campos, Palencia, España— su presencia transmitía una paz y una confianza que se han mantenido a lo largo de los años.
Al escuchar sus primeras palabras como papa, siento que su mensaje no es solo un saludo, sino una reafirmación de lo que siempre ha sido: un pastor que da la vida por su rebaño, un hombre que nos invita a caminar sin miedo, unidos, confiando en la acción de Dios en la historia. "La paz esté con ustedes", dijo en su primer mensaje, y esa paz ha sido el sello de su presencia entre nosotras.
Era un tiempo de discernimiento profundo en nuestra comunidad de hermanas agustinas del Monasterio de la Conversión cuando Robert Prevost nos visitó como padre general. Las hermanas nos contaron que pasaron largas horas en diálogo con él, y por primera vez se sintieron verdaderamente escuchadas, comprendidas y acogidas. Con palabras sencillas y claras, nos animó a seguir adelante en nuestro camino dentro de la Orden de San Agustín, recordándonos que no debíamos temer vivir aquello a lo que Dios nos llamaba.
"Robert Prevost (…) como prior general [de los agustinos] nos alentó a seguir adelante; como obispo, ha sido un pastor ejemplar, cercano a su diócesis y atento a las necesidades de su pueblo": Hna. Marlene Quispe Tenorio

Hna. Marlene Quispe, autora, junto a monseñor Robert Prevost Martínez, ahora papa León XIV, en Montefalco, Italia, durante una celebración de santa Clara de Montefalco durante el 2009. (Foto: cortesía Marlene Quispe, OSA)
Aquella noche su presencia en nuestra velada comunitaria fue un reflejo de su cercanía y calidez. Cantamos, reímos y compartimos momentos de alegría, hasta que entonamos una canción latina y su rostro cambió por completo: cantó con entusiasmo y su sonrisa plena iluminó el ambiente. Fue un instante de fraternidad genuina, un recuerdo que aún atesoro con cariño.
A lo largo de los años, en Lima, tuvimos la oportunidad de verle en varias ocasiones. Aunque los encuentros fueron breves, siempre estuvieron llenos de cariño, confianza y aliento para nuestra comunidad. En momentos de dificultad, su presencia fue un apoyo invaluable, ayudándonos a discernir y a dar pasos firmes en nuestra vida. Recuerdo con especial emoción cuando nos dijo que obtuvo la nacionalidad peruana y, con alegría, exclamó: "¡Ya soy peruano!".
Robert Prevost es un hombre que escucha con paciencia, observa con discreción y habla con claridad y profundidad. Su rectitud y coherencia generan confianza y comunión en la diversidad. Su mirada siempre ha estado llena de esperanza, afrontando las dificultades con la certeza de que el bien prevalece.
Como prior general nos alentó a seguir adelante; como obispo, ha sido un pastor ejemplar, cercano a su diócesis y atento a las necesidades de su pueblo. La madre de una de nuestras hermanas, la señora Teresa, nos contaba cómo los feligreses se sorprendían al verle participar en las procesiones y quedarse con ellos, demostrando que su vocación no solo se expresaba en palabras, sino en acciones concretas.
Su pasión por la misión ha sido evidente en cada encuentro. Le brillaban los ojos cuando hablaba de sus primeros años en Chulucanas o cuando mencionaba su labor como formador en Trujillo. Nos ha alentado en nuestra labor en Chuquibambilla, en los Andes del sur del Perú, donde trabajan los agustinos, y ha confiado en nuestra vida con una mirada llena de esperanza. Ha sido un misionero que ha amado profundamente al Perú, encarnándose en la realidad de su pueblo y formando a nuevos obispos con su ejemplo de vida.
En los momentos en que más lo necesitábamos ha estado cerca, guiándonos con su sabiduría y su confianza firme. Nos ha enseñado que las dificultades nunca nos deben paralizar. Recuerdo sus palabras: "La verdad cae por su peso. No hay que hacer caso a los que hablan mal, el tiempo lo aclarará todo. Mientras tanto, hay que asumir con paciencia la adversidad y seguir trabajando".
Advertisement
Hoy, como papa, reafirma lo que siempre ha sido: un hombre que confía en la acción de Dios en la historia, que nos recuerda que "Dios nos ama a todos incondicionalmente" y que nos asegura que "el mal no prevalecerá". Su mensaje es el mismo que ha transmitido con su vida: sin miedo, unidos, caminemos adelante.
Robert Prevost es un hombre humilde, sencillo, discreto, de unidad, comunión y transparencia. Su sencillez y libertad le han permitido construir relaciones basadas en la confianza y el respeto. Es un hombre que cultiva la amistad. Con nuestras hermanas agustinas de Chicago y New Lenox, en Estados Unidos, ha mantenido una relación constante, cálida, fraterna y tierna. Ellas le han visto crecer y han sido testigos de su entrega a la orden, a la Iglesia.
La alegría y amor de Robert Prevost por san Agustín han sido una fuente de inspiración para nosotras. Hoy, como papa, nos invita a construir puentes, a ser una Iglesia sinodal, a caminar juntos en paz y caridad. Su llamado es el mismo que ha vivido en cada encuentro con nosotros: estar cerca de quienes sufren, acompañar con amor y ser testigos de la esperanza.
Robert Prevost ha sido y sigue siendo un pastor cercano, un hermano que escucha, un testigo que guía con esperanza y un hombre que confía plenamente en la acción de Dios en la historia. Su vida es un reflejo de la enseñanza de san Agustín: "Con ustedes soy cristiano y para ustedes, obispo".
Hoy, al recordar su trayectoria y su impacto en nuestras vidas, no puedo sino agradecer por su presencia, por su ejemplo y por su entrega incondicional. Que su camino siga iluminando a quienes tienen la dicha de conocerle, y que su misión continúe siendo un testimonio de fe, esperanza y amor.
Rezamos por el peregrino de la paz, la comunión y la esperanza.