
(Foto: Unsplash/ Fernando Rodrigues)
El sufrimiento es un umbral que se cruza sin previo aviso, un territorio donde la vida se fragmenta y las certezas pierden su valor. Se instala en la memoria como una sombra persistente, susurrando que el vacío es definitivo y que la espera es inútil. Cada día, en el Monasterio de la Encarnación, vemos llegar esa sombra con distintas voces y rostros, pero con la misma pregunta: ¿cómo seguir adelante cuando todo parece haberse desmoronado?
'Sombras' (nombre ficticio para proteger su identidad) tocó a nuestra puerta con una historia marcada por el luto. Su mirada hablaba de noches sin consuelo, de un camino transitado entre la desesperanza y el anhelo de respuestas. Cuatro años atrás perdió a su esposo. Meses después, el suicidio de su hijo adolescente. Desde entonces, la desesperanza se convirtió en su más fiel compañera. "No hay salida", dice, y en su voz se percibe el eco de quienes la han buscado sin encontrarla. La herida sigue abierta, y el futuro, para ella, no es más que un horizonte vacío.
No es la única. Cada día, otras mujeres llegan con historias similares, con miradas opacas por el peso del dolor. No hay respuestas simples ni fórmulas que resuelvan la profundidad del sufrimiento. Pero en cada encuentro y en cada intento por sostener a quienes se acercan, busco razones para seguir esperando. Busco esa luz que sigue brillando aun en la oscuridad más densa.
"Si la esperanza en el sufrimiento no es evasión sino encuentro, entonces debe tener un rostro (...). Es Jesús, la esperanza que atraviesa toda oscuridad, la luz que permanece cuando todo lo demás parece derrumbarse": Hna. Marlene Quispe

Encuentro de las hermanas con los hermanos del programa Puente de Comunión, quienes visitan cada mes el Monasterio de la Encarnación, en Lima, Perú, para compartir con la comunidad religiosa. (Foto: cortesía Marlene Quispe, OSA)
Por eso le he invitado a nuestros 'talleres de retorno al corazón', espacios donde el dolor no se niega, sino que se enfrenta desde una nueva perspectiva. Allí exploramos juntos cómo vivir sin que el sufrimiento nos consuma; cómo abrir espacio para la esperanza a pesar de las grietas.
En mi propio proceso de búsqueda encontré dos luces que han sido fundamentales en esta reflexión: Etty Hillesum y Pablo Takachi. Ambos son peregrinos de la esperanza; vivieron circunstancias extremas y, sin embargo, no permitieron que el sufrimiento los definiera. Su testimonio no es el de quienes niegan el dolor, sino el de aquellos que lo acogen sin permitir que los destruya.
La primera vez que tuve entre mis manos Desenterrar a Dios, de Ana Martín Echagüe, y los Escritos esenciales de Etty Hillesum, sentí que una puerta se abría en mi interior. Etty Hillesum, atrapada en el horror de la guerra, escribió palabras que aún resuenan como una revelación: "Hay que aprender a vivir con la misma confianza, como si de repente todo fuera a recomponerse, y al mismo tiempo estar preparado para afrontar todo lo que pueda suceder". Su fe no se basó en la certeza de una salvación inmediata, sino en una entrega absoluta a la belleza que todavía podía encontrar, incluso en las ruinas.
Pablo Takachi llegó a mí por recomendación de una hermana de comunidad, y su historia me sacudió con la fuerza de una verdad incontestable. En Las campanas suenan en Nagasaki y Reflexiones desde Nyokodo descubrí a un hombre que tras la bomba atómica lo perdió todo, salvo la decisión de no dejarse consumir por el sufrimiento. Su cuerpo quedó marcado, atrapado en una existencia postrada, pero su espíritu permaneció intacto. Desde su pequeña habitación en Nyokodo, donde vivió hasta su último día, convirtió su dolor en una ofrenda, en una entrega silenciosa pero luminosa. "La vida que queda es un don para entregarla, no para lamentarla", escribió, y su testimonio, más que palabras, se convirtió en una llama que, aun en su fragilidad, iluminó a muchos.
Etty y Pablo me han enseñado que el sufrimiento no es un callejón sin salida, sino una encrucijada. 'Sombras' aún no lo ha visto, pero tal vez, en el tiempo que pasamos juntas, pueda sentir el eco de estas vidas transformadas, de estos testimonios que nos recuerdan que la esperanza no es una ilusión vana, sino una decisión consciente.
Pero si la esperanza en el sufrimiento no es evasión sino encuentro, entonces debe tener un rostro. No se trata de una idea distante ni de un consuelo pasajero, sino de una presencia real, capaz de sostener incluso las noches más oscuras. En la Spe Salvi, Benedicto XVI nos recuerda que la verdadera esperanza no es un simple alivio emocional, sino la certeza de que en Cristo la vida tiene un horizonte eterno: "El que tiene esperanza vive de manera diferente, porque se le ha dado una vida nueva".
Cristo no es una teoría ni una historia ajena. Es Jesús, la esperanza que atraviesa toda oscuridad, la luz que permanece cuando todo lo demás parece derrumbarse. No es una promesa vacía, sino el amor vivo que sostiene, que da sentido cuando el mundo parece perdido. En Él, el sufrimiento no es el final, sino el umbral hacia algo más grande. Su vida, entrega y resurrección nos muestran que el dolor nunca tiene la última palabra.
Etty Hillesum, incluso entre los muros del horror, supo reconocer esa luz, esa presencia que no necesitaba grandes signos para ser real. Su fe se cimentó en una esperanza que no negaba el sufrimiento, sino que lo acogía sin perder la dignidad. Pablo Takachi, postrado en Nyokodo, también encontró en Cristo la razón para transformar su dolor en entrega. 'Sombras', como Etty y Pablo, aún busca su propio camino. Y aunque la tiniebla parezca infinita, aunque la herida siga abierta, Cristo es la luz que puede alumbrar su noche más oscura.
Si 'Sombras' pudiera mirarlo, si pudiera abrir su corazón a esta certeza, quizás el vacío no la consumiría. Porque la esperanza no es un refugio cómodo, sino una decisión. Un acto de valentía frente a la dureza del mundo. No es la promesa de que todo saldrá bien, sino el reconocimiento de que, incluso en medio del sufrimiento, hay espacio para la belleza, para la entrega y la transformación. Cristo es el centro de esa certeza, el camino que sostiene a quienes se atreven a confiar.
Etty encontró esa luz en su último aliento, Pablo la abrazó en su fragilidad, y 'Sombras', aun sin saberlo, está siendo llamada a la misma verdad: más allá de las sombras, la luz sigue brillando.