
(Foto: Unsplash/Drew Murphy)
El año 2025 es para mí un triple jubileo: las bodas de plata de mis votos, las bodas de oro de mis padres y el jubileo bíblico.
Bíblicamente, el jubileo es un año especial —mencionado en Levítico 25, 8 — que tiene lugar cada 50 años. Era un tiempo para celebrar la misericordia de Dios: renunciar a las deudas, perdonar los agravios, dejar los campos baldíos, no cargar a los animales e incluso perdonarse a uno mismo. Yo empecé a celebrar mi jubileo contando la misericordia de Dios.
En su artículo La esperanza es bailar cuando no puedes oír la música, la hermana benedictina Joan Chittister escribe: "La esperanza es el sueño cuyo tiempo ha llegado, cuya danza ya es real, aunque algunas de nosotras no podamos oír la música".
Escuché la música en el sufrimiento de mi padre: una esperanza contra toda esperanza. En 2012, mi padre empezó a experimentar debilidad y dolor en las extremidades inferiores, para lo que solo se le administraba tratamiento local. Poco a poco, con el aumento de los dolores, le diagnosticaron CIDP (polirradiculoneuropatía desmielinizante inflamatoria crónica) junto con diabetes.
Como hija única, no podía dejar a mi padre solo. Solicité una excedencia canónica del 20 de agosto de 2019 al 20 de agosto de 2022. Esperaba celebrar las bodas de plata de mis primeros votos en diciembre de 2022, pero mi excedencia me restaba tres años de vida consagrada. Fue muy doloroso escuchar rumores humillantes de familiares que daban por hecho que había abandonado la congregación, al tiempo que me ocupaba de la enfermedad de mi padre y de devolver un enorme préstamo que pedí para su tratamiento médico y hospitalización.
Advertisement
Aquellos tres años de excedencia me parecieron un triduo personal. Para evitar enfrentarme a la humillación y a las miradas de la gente de mi pueblo, cambié mi residencia al apartamento de mi amiga enfermera, que estaba cerca del hospital donde trabajo. Me sentí muy cómoda encontrando un espacio donde podía ser yo misma.
Pero unos meses después, unas mujeres ultracatólicas presionaron a mi amiga para que me pidiera que abandonara el piso. Le dijeron que era peligroso alojar a religiosas y a curas. Afortunadamente, mi residencia en el albergue del hospital me sirvió a pesar de la falta de intimidad y sus incómodas instalaciones.
Con el corazón encogido, tuve que hacer la transición de la vida religiosa institucional a la vida religiosa consagrada no institucional. Mientras mis compañeras celebraban las bodas de plata de sus primeros votos, yo tenía que desprenderme de las ollas de Egipto y comenzar el año jubilar del peregrino: caminar con esperanza hacia la tierra prometida que no sé dónde está.
Como enfermera e hija, mi primer acto de bondad hacia mi padre fue cuidarle con compasión y trabajar horas extras para devolver el préstamo. Este acto de bondad dio a mi madre la esperanza de que su hija cuidaría de ellos, tanto médica como económicamente.
Cuidar de mi padre durante su debilitante enfermedad fue como un largo triduo. Me encontré reviviendo el Jueves Santo, cuando Jesús lavó los pies de sus discípulos, preparándolos para servir a la humanidad. Mi propio 'lavado de pies' trajo todo mi ser a casa. Me dije a mí misma que estaba devolviendo lo que mi padre hizo por mí cuando era niña. Ahora me toca a mí servirle.

La Hna. Rexilla Raymond junto a sus padres con motivo de las bodas de oro de ellos , el 26 de febrero de 2025. (Foto: cortesía Rexilla Raymond)
La vida abraza el sufrimiento. Recibí una nueva luz y empecé a verlo todo desde una perspectiva positiva. Mi miedo al '¿qué dirá la gente?' se convirtió en 'la gente tiene libertad para decir lo que quiera. Seguiré viviendo el mensaje del Jueves Santo: donde hay amor y caridad, allí estoy yo'.
Este estribillo me encaminó perfectamente en mi peregrinaje, guiada por unas palabras que una vez encontré escritas en un marcapáginas:
Si eres amable, la gente puede acusarte de tener segundas intenciones egoístas. Sé amable de todos modos. Lo que has construido durante años, alguien puede destruirlo de la noche a la mañana. Construye de todos modos. Lo bueno que hagas hoy, la gente lo olvidará mañana. Haz el bien de todos modos. Da al mundo lo mejor que tienes, y puede que nunca sea suficiente. Da al mundo lo mejor que tienes de todos modos. En última instancia, todo queda entre tú y Dios..
Mientras cuidaba a mi padre, comenzó una profunda conversión en mi corazón. Me di cuenta de que todos somos finitos. El budismo nos enseña que "todos los seres sufren". Este mensaje me trajo una profunda paz y una esperanza renovada.
Aunque nunca celebré las bodas de plata de mis primeros votos, coleccioné joyas de sabiduría leyendo libros y viendo vídeos formativos que renovaron mi esperanza y mi valor: "da al mundo lo mejor que tienes, y lo mejor volverá a ti".
Una maestra budista, Joanna Macy, dijo que "cuando tu corazón se rompe, puede contener el universo entero". Lo experimenté en la lectura del Viernes Santo: "La cortina del Templo de Jerusalén... se rasgó en dos de arriba abajo cuando Jesús murió (Mt 27, 51)".
Durante estas celebraciones jubilares sufrí muchas penas. Una vez, tras un duro turno de noche en el hospital, volví a casa para cuidar de mi padre. Me notó muerta de cansancio; me pidió un medicamento para ayudarle a morir. La palabra 'eutanasia' me atravesó el cuerpo. Me pareció una crucifixión despiadada. Todo mi ser tiembla cada vez que oigo esa palabra, pues despoja al sufrimiento de su carácter sagrado.
El silencio de mi corazón me llevó a la celebración de la Pascua. El amor y el sufrimiento se mezclaban mientras cuidaba de mi padre y le apoyaba económicamente, incluso hasta endeudarme.
Con el tiempo, mi padre aceptó su sufrimiento, pero esa aceptación tuvo un alto precio: la pérdida de mi pertenencia a la vida religiosa institucional.
Para comenzar el camino jubilar, tomé como precursor a Jesús, el que dijo que la semilla debe morir para que la planta dé fruto. Me he dado cuenta de que vivir una vida religiosa sinodal significa vivir una vida nómada, dispuesta a adaptarme a cada momento, abrazando los altibajos. La solidaridad sinodal se ha convertido en mi nuevo mantra.
Más allá de la alegría de la Pascua, me siento atraída por la naturaleza cruciforme del universo, donde el Dios de la compasión impregna a todos los seres, especialmente en medio de nuestra debilidad humana.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 2 de mayo de 2025.