Las Hermanas Pasionistas intentan restaurar la dignidad de las mujeres de los barrios más pobres de Buenos Aires

La pasionista sor María Angélica Algorta visita a una mujer en su vivienda de Villa Hidalgo, Buenos Aires, Argentina.

La pasionista sor María Angélica Algorta visita a una mujer en su vivienda de Villa Hidalgo, Buenos Aires, Argentina. (Foto: GSR/Soli Salgado)

Traducido por Purificación Rodríguez Campaña

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A sus 35 años, Gaby* es madre de 13 hijos, abuela y convicta fugitiva.

De sus 13 hijos, ocho ingresaron en hogares de acogida a lo largo de los años por culpa del tráfico de drogas que ella y su pareja llevaban a cabo, y por el que acabaron en la cárcel hace varios años. Después de quedarse embarazada mientras estaba detenida, negoció una breve puesta en libertad en noviembre de 2020 para dar a luz mientras estaba en arresto domiciliario y dejar a su bebé en su vivienda precaria de la villa (barrio de chabolas) de Buenos Aires.

Pero mientras estaba fuera de prisión, Gaby destruyó su monitor de tobillo [dispositivo electrónico para supervisar a las personas en libertad condicional o bajo arresto domiciliario] y optó por vivir como una fugitiva y jugarse la vida entre rejas si la encontrasen.

Para las Hermanas Pasionistas que se reúnen periódicamente con mujeres como Gaby en Villa Hidalgo, recorrer el arte del acompañamiento puede parecer un campo de minas en el que hay que aprender por ensayo y error cómo iniciar conversaciones significativas que acaben dando lugar a relaciones de confianza.

La hermana pasionista Florencia Buruchaga, a la derecha, visita a una mujer en su vivienda de Villa Hidalgo, en las afueras de Buenos Aires, Argentina.

La hermana pasionista Florencia Buruchaga, a la derecha, visita a una mujer en su vivienda de Villa Hidalgo, en las afueras de Buenos Aires, Argentina. (Foto: GSR/Soli Salgado)

“Allá [en otras villas] es muy visible el tema de la mujer golpeada, violentada en todo sentido”, en forma de hematomas por violencia doméstica, aseveró la Hna. Florencia Buruchaga y añadió: “Pero acá no era tan visible; es más escondido”.

La confianza entre las hermanas María Angélica Algorta y Buruchaga, y los habitantes de la villa, comenzó como la mayoría de las relaciones argentinas: charlando mientras tomaban mate, una infusión tradicional.

Normalmente se desaconseja entrar en las villas de Buenos Aires como visitante no acompañado; para la mayoría de la población, manejar frente al montón de viviendas de hojalata que se asoman por encima de la autopista es lo más cerca que podrían llegar.

Gráfico: GSR/Soli Salgado)

(Gráfico: GSR/Soli Salgado)

El billete de Algorta y Buruchaga (que viven en el suburbio de San Martín, a cinco minutos en automóvil de la villa) para entrar en Villa Hidalgo fue una joven que buscaba ayuda porque su prima estaba a punto de suicidarse arrojándose a las vías del tren cercanas, y quería que las hermanas la aconsejaran. Desde aquel incidente, ellas siguieron volviendo a la villa con la mujer, recorriendo juntas los caminos sin asfaltar y deteniéndose para conversar, ya que poco a poco se convirtieron en caras conocidas.

Aunque Buruchaga y Algorta son las únicas que ejercen su ministerio en Villa Hidalgo, sus compañeras de toda la ciudad llevan a cabo una labor similar en sus villas cercanas.

“Somos pasionistas porque acompañamos la pasión de los hombres y mujeres, sobre todo de los más postergados [excluidos]”, afirmó Buruchaga. “Y para nosotras, las más postergadas hoy son las mujeres en las villas”, añadió.

Las hermanas pasionistas María Angélica Algorta, a la izquierda, y Florencia Buruchaga han pasado toda su vida religiosa viviendo con personas marginadas, y empezaron a atender a los residentes de Villa Hidalgo, en las afueras de Buenos Aires, Argentina, en febrero de 2021.

Las hermanas pasionistas María Angélica Algorta, a la izquierda, y Florencia Buruchaga han pasado toda su vida religiosa viviendo con personas marginadas, y empezaron a atender a los residentes de Villa Hidalgo, en las afueras de Buenos Aires, Argentina, en febrero de 2021. (Foto: GSR/Soli Salgado)

Un lugar exclusivo para las mujeres de la villa

Las hermanas se inspiran en el sacerdote José María di Paola, amigo del papa Francisco y conocido como padre Pepe en toda Argentina, y en su ministerio, el Hogar de Cristo. El padre Pepe y su equipo han creado espacios en todo el país, durante los últimos 20 años, centrados en la adicción o en aquellos afectados por esta. El ministerio acoge a jóvenes de la calle con la esperanza de ayudarles a resolver sus problemas, normalmente relacionados con el abuso, las drogas o la delincuencia, y “prepararlos para volver a la calle, o sea, a su medio, y a su familia ojalá transformada también”, declaró Buruchaga.

Pero de los aproximadamente 150 Hogares de Cristo que hay en Argentina, pocos o ninguno están dedicados exclusivamente a las mujeres.

“Detrás de la mujer siempre hay un hijo”, y, por tanto, es más “complejo” ayudarla, aseveró Buruchaga y añadió: “[Ella] nunca se mueve sola, y después la realidad es que el varón [si se] quiere hacer un tratamiento, va y lo hace. Pero la mujer muchas veces no tiene esa posibilidad, porque tiene que hacerse cargo de los hijos, de la escuela, de la casa, del marido; entonces muchas veces queda relegada”.

Una familia se reúne frente a su hogar en Villa Hidalgo, Buenos Aires, Argentina, en una mañana de finales de verano en enero.

Una familia se reúne frente a su hogar en Villa Hidalgo, Buenos Aires, Argentina, en una mañana de finales de verano en enero. (Foto: GSR/Soli Salgado)

En febrero de 2021, las hermanas, junto con el equipo y los recursos del padre Pepe, se propusieron crear un espacio similar a un Hogar de Cristo para las mujeres de la villa: el Proyecto Dignidad. Necesitarían la ayuda de las mujeres de la zona para empezar.

Cuando llamaron a la puerta de la capilla de Caacupé de la villa, que acabaría siendo su espacio comunitario, las hermanas conocieron a Olga Barreto. Le preguntaron si ella y las mujeres necesitaban ayuda y acompañamiento.

“Sí, mucho”, recuerda Barreto que les dijo.

Barreto se trasladó a Buenos Aires desde Asunción (Paraguay) en 1999 junto con su hija, entonces pequeña, y su pareja de aquel momento, “con solo lo que tenía puesto”, aseveró. “Buscábamos una vida mejor. Simplemente, no había trabajo [en Paraguay]; no había forma de avanzar”, explicó.

Olga Barreto es el emblema de una mujer de la villa: esta inmigrante paraguaya trabaja como empleada doméstica, está casada con un constructor y vive con dos de sus tres hijos (de 12, 14 y 24 años) en una pequeña vivienda.

“La villa necesita mucho acompañamiento porque muchas mujeres viven mal, tanto económica como emocionalmente, debido a los abusos y a la violencia”, afirmó, y añadió que los niños de la zona también son víctimas de los actos violentos, las drogas y el alcohol.

  • La hermana pasionista María Angélica Algorta en el exterior de una vivienda en Villa Hidalgo, Buenos Aires (Argentina). (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

    La hermana pasionista María Angélica Algorta en el exterior de una vivienda en Villa Hidalgo, Buenos Aires (Argentina). (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

  • Exterior de la Capilla de Caacupé en Villa Hidalgo, Buenos Aires (Argentina). (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

    Exterior de la Capilla de Caacupé en Villa Hidalgo, Buenos Aires (Argentina). (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

  • La Capilla de Caacupé en Villa Hidalgo, Buenos Aires (Argentina), ha funcionado en la villa como un espacio comunitario donde las mujeres y los niños se reúnen para merendar y jugar. Las Hermanas Pasionistas esperan ampliar la sala trasera para incluir un

    La Capilla de Caacupé en Villa Hidalgo, Buenos Aires (Argentina), ha funcionado en la villa como un espacio comunitario donde las mujeres y los niños se reúnen para merendar y jugar. Las Hermanas Pasionistas esperan ampliar la sala trasera para incluir una cocina, un baño y más privacidad para la psicóloga. (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

  • Muchos argentinos que viven en las villas de los alrededores de Buenos Aires son cartoneros, aquellos que recogen cartón y otros materiales para intercambiarlos por dinero. (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

    Muchos argentinos que viven en las villas de los alrededores de Buenos Aires son cartoneros, aquellos que recogen cartón y otros materiales para intercambiarlos por dinero. (Foto: GSR/Soli Salgado)

  • Un hombre se asoma a la puerta de su vivienda. A su lado hay un carro que los cartoneros utilizan para recoger cartón y otros materiales para cambiarlos por pequeñas cantidades de dinero. (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

    Un hombre se asoma a la puerta de su vivienda. A su lado hay un carro que los cartoneros utilizan para recoger cartón y otros materiales para cambiarlos por pequeñas cantidades de dinero. (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

  • Se sabe que los políticos intentan captar a los votantes de las villas con regalos. Una vez, dijo la Hna. Florencia Buruchaga, recibieron estos depósitos de agua que llegaron vacíos. (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

    Se sabe que los políticos intentan captar a los votantes de las villas con regalos. Una vez, dijo la Hna. Florencia Buruchaga, recibieron estos depósitos de agua que llegaron vacíos. (Fotografía de GSR/Soli Salgado)

Tres días a la semana, Barreto se ofrece como voluntaria con otras dos mujeres en la sala de atrás de la capilla para repartir comida y bocadillos a los niños de Hidalgo y las villas cercanas, creando un espacio donde los niños puedan jugar, dibujar, cantar y rezar.

“Aquí tienen comida y leche, pero también encuentran la paz donde saben que serán atendidos”, afirmó.

Antes de que las hermanas aparecieran en la puerta de la capilla para preguntar cómo podían ayudar, “nos sentíamos muy solos”, dijo Barreto. “Ahora nos apoyan en todos los sentidos”: las hermanas les ayudan a adquirir alimentos, les ofrecen sustento espiritual y supervisan la construcción del espacio común de la capilla.

“Las mujeres ahora se dan cuenta de que no están solas, de que hay personas que se preocupan por su bienestar, de que alguien se interesa por lo que les ocurre, de que no son invisibles, de que hay personas que están al tanto de lo que ocurre en sus vidas”, afirmó Barreto y agregó: “Esto les da esperanza”.       

“Este sistema no permite crecer como persona”

Aunque el compromiso con los individuos es importante para restaurar el sentido de la dignidad de las mujeres, las Hermanas Pasionistas dicen que el problema es sistémico, ya que el sistema de bienestar social de Argentina ha perpetuado la pobreza generacional al no dar ningún incentivo para trabajar a las personas que viven en ella.

Buruchaga y Algorta explicaron que los habitantes de las villas suelen pertenecer a una de estas dos categorías: inmigrantes de Paraguay o Bolivia (la mayoría de los cuales llegan con la motivación de encontrar un trabajo y un sueldo) y familias argentinas que han vivido en la pobreza durante varias generaciones, muchas de las cuales no han contado con ningún miembro de la familia que tuviera un empleo porque han dependido durante mucho tiempo de importantes cheques del Gobierno.

(Imagen de GSR/Soli Salgado)

“Si vos conversás con algunas personas [con las] que tenés más confianza, y le preguntás: '¿Con todos los planes sociales, cuánto ganás? ', [te contestarán que] ganan mucho más que una persona que trabaja en blanco, ocho horas por día”, afirmó Buruchaga, quien señaló que esto también crea resentimiento entre la clase media que pasa por dificultades. “En ese sentido, ha deteriorado el plan social la capacidad de la gente de trabajar”, y de afrontar la difícil situación económica con sus propios esfuerzos, explicó.

Esa mentalidad es cíclica, explicaron las hermanas, y ahí radica la injusticia.

“Este sistema no les permite crecer como personas”, declaró Algorta. “Ni respeta su dignidad, porque un sistema que respete a la persona, a su dignidad, brinda educación y trabajo digno”.  En cambio, los niños de las escuelas primarias de la villa apenas saben leer y los graduados de la escuela secundaria alcanzan niveles elementales; en algunos casos, “no saben nada, ni para [trabajar como] cajera en un supermercado”, añadió.

Por ello, las hermanas se propusieron no convertir su presencia en una limosna, sino conseguir que, a través del proceso de conversación, las personas a las que atiendan lleguen a apreciar por sí mismas la dignidad del trabajo.

Por otra parte, destaca la omnipresencia de las drogas. Algorta y Buruchaga estiman que por cada 10 viviendas de Villa Hidalgo, en ocho se venden drogas: crac, cocaína, nevado (marihuana mezclada con cocaína) y paco (una combinación de residuos de crac, bicarbonato de sodio y, a veces, vidrio y veneno para ratas).

“Acá, la droga ya está instalada”, admitió Buruchaga.

Pero la mayoría recurre al tráfico de drogas “porque no tienen otra [alternativa]; entonces, es plata fácil [de ganar]. No se dan cuenta de que siempre hay un costo [que pagar] para salir”, añadió.

Barreto estuvo de acuerdo y aseguró que la mayoría de la gente “se involucra en las drogas por necesidad y desde una situación de dolor”.

  • La hermana pasionista Florencia Buruchaga afirmó que es un error pensar que todos los que viven en las villas son ladrones o personas violentas, y añadió que ella y la hermana pasionista María Angélica Algorta siempre son tratadas con respeto cuando pasean por los barrios.

    La hermana pasionista Florencia Buruchaga afirmó que es un error pensar que todos los que viven en las villas son ladrones o personas violentas, y añadió que ella y la hermana pasionista María Angélica Algorta siempre son tratadas con respeto cuando pasean por los barrios. (Foto: GSR/Soli Salgado)

  • Un hombre da color a Villa Hidalgo con su jardín frente a su vivienda.

    Un hombre da color a Villa Hidalgo con su jardín frente a su vivienda. (Foto: GSR/Soli Salgado)

  • La calidad de las viviendas en las villas de los alrededores de Buenos Aires, Argentina, es muy variada, desde el cemento y el ladrillo hasta los escombros.

    La calidad de las viviendas en las villas de los alrededores de Buenos Aires, Argentina, es muy variada, desde el cemento y el ladrillo hasta los escombros. (Foto: GSR/Soli Salgado)

  • Una de las principales carreteras que atraviesan Villa Hidalgo, Buenos Aires, Argentina.

    Una de las principales carreteras que atraviesan Villa Hidalgo, Buenos Aires, Argentina. (Foto: GSR/Soli Salgado)

  • Una calle de Villa Hidalgo.

    Una calle de Villa Hidalgo. (Foto: GSR/Soli Salgado)

Una de las figuras cada vez más populares del Proyecto Dignidad es Susana Orlandi, una psicóloga clínica con experiencia de trabajo en prisiones. Las hermanas la reclutaron para que hiciera viajes semanales a la villa, donde ofrece sesiones individuales de 30 minutos de forma gratuita en la sala trasera de la capilla.

La violencia doméstica, los abusos sexuales, la desnutrición y otros conflictos en el hogar suelen ser los problemas que las mujeres comparten con Orlandi, comentó.

“Ellas, con el tiempo, se han abierto mucho”, dijo Orlandi, quien agregó que la dimensión de la apertura la llevó recientemente a aumentar la frecuencia de las visitas a dos veces por semana, para poder atender así a más mujeres, quienes se enteran de su existencia por la difusión verbal.

“Una de mis ideas [para el Proyecto Dignidad] es crear un grupo de mujeres para que puedan apoyarse y escucharse en una terapia de grupo”, explicó Orlandi y agregó que aunque las mujeres acuden a ella con diferentes problemas, “sentirse solas” es el centro de sus preocupaciones.

“Las diferencias que sí noto con mis pacientes privados son los recursos y las herramientas que les faltan para avanzar en su vida y superarse a sí mismos”, entre ellas su dependencia económica, la cultura y la falta de educación, dijo Orlandi. “Los problemas pueden ser los mismos, pero las soluciones son más difíciles de encontrar”, apuntó.  

Aun así, afirmó que el mero hecho de tener un espacio en el que puedan sentirse escuchadas tiene un valor incalculable. Al trabajar con mujeres, “los efectos son como una cascada [que cae] en sus hijos y nietos”.

Barreto declaró que sueña con un mayor alcance en la comunidad y espera que puedan “construir un equipo más grande” para poder hacer más cosas en toda la villa, especialmente para los niños que carecen de buenos modelos.

“Cambiar la vida [de los habitantes de la villa], especialmente en solo un año, es difícil”, señaló Barreto. “Se necesita tiempo, trabajo, terapia. Necesitan ayuda para aprender, para sentir que son capaces. Pero si hay acompañamiento e interés por [parte de] ellos, poco a poco pueden conseguir más. Es difícil resolver todo de una vez, pero podemos hacer que su carga sea más ligera”, acotó.

Por su parte, las hermanas esperan vender algún día su vivienda en la localidad vecina de San Martín y trasladarse a la villa para estar más cerca de los pobres “no económicamente”, señaló Buruchaga, sino “dignamente”.

*Global Sisters Report omite el apellido de Gaby para proteger su intimidad.