
(Foto: Unsplash/Amber Weir)
Mientras viajaba de Los Ángeles, California, en Estados Unidos, a la Ciudad de México, rebosaban de gozo mis emociones al contemplar la belleza visible desde la ventanilla del avión. Admiraba los largos litorales sobre el océano Pacífico, las montañas, el desierto, las formaciones rocosas y las nubes flotantes.
A mi lado, con un asiento vacío de por medio, se encontraba una señora ciega que había necesitado ayuda de la tripulación para encontrar su lugar. Y, como si fuera poca la coincidencia, empecé a leer la revista Sinodalidad, Carismas y Misión de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR), en cuyo editorial se menciona que en Argentina existe una orquesta nacional en la que "todos los integrantes son ciegos, no pueden ver, los límites físicos y biológicos les impiden percibir las apariencias, lo evidente, lo perceptible a la mirada. Sin embargo, cuando suman sus peculiaridades e intentan lo imposible, ellos producen belleza, armonía, sinfonía".
Eso, exactamente, era lo que me estaba sucediendo al observar a la señora: ante la emoción, me sentía impulsada a decirle: "¡Mire por la ventana, señora, y contemple esta belleza!", pero sus ojos físicos no eran capaces de hacerlo. Al interactuar más con ella, me compartió que había viajado a Oregon, Estados Unidos, para ver a su hijo. De inmediato, mis juicios salieron a relucir al pensar: "Y no lo vio…", e inmediatamente yo misma me respondí: "Estoy segura de que para una madre la ceguera física no es un obstáculo para ver y sentir a su hijo con los ojos del corazón".
Frente a estas circunstancias que Dios puso en mi camino, me surgió una pregunta: ¿Cuáles son mis cegueras? ¿Cuáles son las cegueras del mundo que necesitan ser curadas por Jesús? Las respuestas son muchas: indiferencia, pobreza, incertidumbre, injusticia, competencia comercial y tantas otras situaciones que, como humanos, preferimos no mirar o ignorar.
"Los seres humanos a veces nos volvemos duros, invisibles, robotizados, indiferentes. Preferimos no ver la necesidad porque nos interpela profundamente": Hna. María E. Méndez O.
En estos casos, la ceguera no es física, sino intencional. Es como si no quisiéramos darnos cuenta de estas realidades porque nos interpelan, nos oprimen el corazón y nos sacan de nuestra zona de seguridad. Es como si nuestro egoísmo se colocara al frente, como en un espejo, para mostrarnos que el mundo está sufriendo, cerca y lejos de nosotros. Nuestra ceguera debería impulsarnos a gritar como al ciego del Evangelio: "Señor, que vea", cuando Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Pidámosle a Jesús que nuestra ceguera trascienda nuestro bienestar para mirar a mayor profundidad.
Un poco más tarde, la señora a mi lado me preguntó:
—¿Hay sol?
—Sí —le respondí—.
—Es que tengo mucho frio —me dijo. Entonces le propuse:
—Imagine que el sol está llegando a su cuerpo y la va a calentar.
—Sí —dijo y sonrió.
Mientras conversábamos, otra pasajera se ofreció amablemente a llevarla al baño. Ella accedió, y con mucha ternura la mujer le pidió que se abrazara a su espalda para conducirla de forma segura. Así fue: la llevó y la regresó a su asiento.
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El sol y la pasajera que se ofreció a ayudarla simbolizaron calor, vida y esperanza. Me recordaron que una persona que ve la necesidad de otra puede marcar una gran diferencia. Ver y observar lo que pasa a nuestro alrededor es una actitud atenta, propia de quien realmente ve, como fue el caso de Simeón, un anciano que esperaba el día en que Dios atendiera las necesidades de su pueblo.
Simeón vivía con la esperanza de ver a Jesús, pues se le había "revelado por el Espíritu Santo que no moriría antes de haber visto al Mesías del Señor". Durante muchos años acudió al templo, hasta que un día, para su sorpresa, vio entrar a José y a María con Jesús en brazos. Entonces exclamó: "Ahora, Señor, ya puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque mis ojos han visto a tu salvador" (Lc 2, 25-30).
Simeón representa a quienes viven atentos, esperando la oportunidad para generar luz, alegría, confianza y esperanza en los que, aunque considerados ciegos, ven con los ojos del alma.
Ante una realidad cambiante y hostil, los seres humanos a veces nos volvemos duros, invisibles, robotizados, indiferentes. Preferimos no ver la necesidad porque nos interpela profundamente. Caminamos seguros frente a la injusticia, la pobreza, la discriminación, el racismo, la separación de familias, los desplazados y, tantas otras realidades que vemos, pero como no vivimos en carne propia las ignoramos.
Seamos luz para quienes viven en la oscuridad, esperanza para quienes no encuentran sentido en su vida y amor para quienes necesitan ser guiados por nuestra mirada compasiva.