
La Socratea exorrhiza, también conocida como la 'palma que camina', crece en el Parque Etnobotánico Omaere, provincia de Pastaza, Ecuador, a lo largo del río Puyo. (Foto: Wikimedia Commons/Yakovley Alexey)
Desde que llegué a la Amazonía de manera más permanente en 2015, hay algo que me ha atraído profundamente: la espiritualidad integradora de los pueblos originarios. Me conmueve la forma en que viven, con naturalidad, su proximidad con la naturaleza y, en ella, la presencia de Dios en todo y en todos.
A veces me preguntaba el porqué de esta atracción. ¿Es lícita? ¿Porque me sentía más próxima a Dios en medio de ellos?
Me considero una buscadora inquieta. Hace poco cayó en mis manos un libro titulado La santa envidia. Encontrar a Dios en la religión del otro, de Bárbara Brown Taylor. El título llamó mi atención, y el subtítulo reflejaba un poco mi vivencia en estos años. Evidentemente, me sumergí en su lectura y encontré párrafos que parecían narrar mi propia experiencia.
Taylor afirma que el mismo espíritu que la llevó a unirse a la Iglesia también la impulsó a abandonarla, al entender la diferencia entre el agua viva y el pozo. Aunque su sacerdocio le ofrecía un 'cubo' para sumergirse en el pozo, comprendió que el pozo no era el agua. Cuando la invitaron a dar clases de religión, sintió que era la mejor manera de comenzar de nuevo: aprender sobre cubos y pozos distintos a los suyos, explorar otras formas de acercarse al misterio divino, lo suficientemente extrañas como para estimular su fe y su deseo de conocer. (p. 28).
"Las mujeres, los hombres, todos los seres humanos, somos árboles que caminan. Llevamos dentro otra versión de nosotros mismos, una visión primera, de raíces vitales, que nos permite regenerarnos, resurgir y rebrotar": Hna. María Eugenia Lloris
![María Eugenia Lloris, FMVD, con el chamán del pueblo murui en Lagarto Cocha [aunque en documentos oficiales se escribe 'Lagartococha', algunos pueblos indígenas amazónicos —como los murui— emplean la forma 'Lagarto Cocha' para destacar su significado original: 'laguna del lagarto', en referencia a su entorno natural], Puerto Leguízamo, Colombia. (Foto: cortesía María Eugenia Lloris) María Eugenia Lloris, FMVD, con el chamán del pueblo murui en Lagarto Cocha [aunque en documentos oficiales se escribe 'Lagartococha', algunos pueblos indígenas amazónicos —como los murui— emplean la forma 'Lagarto Cocha' para destacar su significado original: 'laguna del lagarto', en referencia a su entorno natural], Puerto Leguízamo, Colombia. (Foto: cortesía María Eugenia Lloris)](/files/2025-08/WhatsApp%20Image%202025-06-27%20at%2010.18.00.jpeg)
María Eugenia Lloris, FMVD, con el chamán del pueblo murui en Lagarto Cocha [aunque en documentos oficiales se escribe 'Lagartococha', algunos pueblos indígenas amazónicos —como los murui— emplean la forma 'Lagarto Cocha' para destacar su significado original: 'laguna del lagarto', en referencia a su entorno natural], Puerto Leguízamo, Colombia. (Foto: cortesía María Eugenia Lloris)
Como a Taylor, también a mí se me ofreció un pozo: ser misionera de la Fraternidad Verbum Dei. Pero ese pozo no agota el agua que siempre da más sed. Lo que Taylor expresa no es el abandono de su opción vocacional —como sacerdote episcopal— sino una renuncia de prejuicios para abrirse a otras religiones diferentes de la suya y encontrar a Dios en ellas. Ese es un riesgo que también quise correr.
En mi caso, el transitar por otras culturas, cosmovisiones y espiritualidades amazónicas me ha abierto ventanas para comprender aspectos de nuestra fe. También me ha regalado nuevas lecturas del Evangelio. Taylor pone palabras a algo que yo he sentido con frecuencia: esa atracción sincera por la vivencia espiritual auténtica de otros, sobre todo de los pueblos originarios, de chamanes y sabias mujeres de la Amazonía. Ella misma reconoce que la envidia que sintió hacia otras tradiciones se transformó en una santa envidia, que le ofreció la posibilidad de nacer de nuevo dentro de su propia tradición. (pp.33).
Así es como me siento también: naciendo de nuevo, aprendiendo. Encontrando puentes entre mi fe y la de los demás, con la esperanza de que, como dice la autora, "quienes extraemos agua de pozos de distintas orillas del río podamos reunirnos de vez en cuando para que todo sea más seguro para nuestros hijos". ( pp 55).
Desde ese trasfondo, me animo a escribir algunos apuntes o reflexiones nacidas en estos años, deseando que las distintas orillas de los ríos nos reúnan algún día.
En el Evangelio de Marcos hay dos curaciones que siempre me han llamado la atención: la del ciego de Betsaida (Mc 8, 22-26) y la cura del sordomudo (Mc 7, 31-37). Ambas iluminan mi experiencia de búsqueda y recreación. Son curaciones que ocurren como procesos, en movimiento, saliendo de las márgenes de nuestros presupuestos aldeanos. En el caso del ciego de Betsaida, Jesús lo sacó de la aldea, ungió con saliva sus ojos y le impuso las manos. El hombre recobró la visión en dos tiempos. Primero dijo: "Veo hombres. Los veo como árboles, pero caminando".
Durante mucho tiempo, esa expresión me resultó extraña. ¿Era tal vez una visión distorsionada del hombre que acababa de recuperar su visión? Sin embargo, no dejaba de parecerme interesante: hombres como árboles que caminan. En la Amazonía existe un tipo de palmera llamada Socratea exorrhiza, que tiene raíces aéreas que actúan como zancos, las cuales le permiten desplazarse en busca de luz o nutrientes (aunque hay debate en el mundo científico acerca de su desplazamiento). Sin embargo, el hecho de que existan me hace pensar que esta expresión en el Evangelio podía querer decir más. Tal vez nos habla de lo que somos: naturaleza en movimiento, en transformación, en proceso. Formamos parte de la creación y caminamos en ella. Ver "hombres como árboles que caminan" es percibir la integración del ser humano en la naturaleza. Es una invitación a mirarnos y vernos de otra forma, como seres profundamente vinculados a lo natural.
La psicóloga y escritora Clarissa Pinkola Estés dice en su libro A ciranda das mulheres sabiasm que todo árbol posee por debajo de la tierra una versión primera de sí mismo. Allí se oculta un árbol de raíces vitales, nutridas por aguas invisibles, desde donde el alma empuja la energía para arriba, para que su naturaleza más verdadera, audaz y sabia prospere a cielo abierto. Lo mismo sucede con la vida de una mujer.
Y yo diría: también con la vida de todo ser humano. ¡Cuánto necesitamos salir de nuestra aldea para recrearnos, aprender a mirarnos desde otros prismas, desde otras aguas! Las mujeres, los hombres, todos los seres humanos, somos árboles que caminan. Llevamos dentro otra versión de nosotros mismos, una visión primera de raíces vitales que nos permite regenerarnos, resurgir y rebrotar.
Ojalá nos atrevamos a mirar más allá, a caminar entre orillas distintas, y dejarnos transformar por la manera en que otros experimentan a Dios.
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