El tablero necrológico del Monte Santa Escolástica, en Atchison, Kansas, Estados Unidos, recoge los nombres y fechas de las hermanas que ya nos han dejado, un recordatorio diario para que la comunidad las lleve en sus oraciones. (Foto: GSR/Helga Leija)
En nuestro monasterio benedictino, justo a la salida de la capilla, tenemos un tablero de necrología con los nombres y fechas de las hermanas que nos han precedido. En Mount St. Scholastica, en Atchison, Kansas [Estados Unidos], cada día una hermana toma un número, busca el nombre correspondiente en el tablero y luego lo devuelve a su caja. Durante toda la jornada llevamos a esa hermana en la oración, pidiéndole que nos cuide y que interceda por nosotras. A medida que se acerca el Día de Acción de Gracias, este pequeño ritual me conduce a una gratitud más profunda por las mujeres de mi comunidad.
Algunos nombres en el tablero están subrayados en dorado: son hermanas que han servido como prioras. Cuando me toca una de ellas, recuerdo cómo su liderazgo dio forma al monasterio al que me integré hace apenas unos años. Pienso en la madre Aloysia Northman, cuya visión hizo posible nuestra capilla del coro y que alentó a las hermanas a continuar su formación académica, fortaleciendo nuestra misión para el futuro. La madre Alfred Schroll, una estudiosa, nos heredó una biblioteca, un centro estudiantil y residencias que sostuvieron a generaciones de estudiantes y hermanas.
También viene a mi mente la madre Noreen Hurter: su corazón para el diálogo ecuménico, el acompañamiento a personas refugiadas y el trabajo por la paz nos invitó a todas a vivir con una compasión más amplia. Y está la madre Lucy Dooley, recordada por su calidez y su alegría, quien amplió nuestra misión educativa y fundó Donnelly College en Kansas City, Kansas, una institución que sigue transformando vidas de estudiantes y sus familias.
Agradezco también a la madre Mary Austin Schirmer, quien guio a la comunidad durante los cambios del Concilio Vaticano II. Bajo su liderazgo, el Oficio Divino comenzó a rezarse en inglés, se transformaron roles, y los hábitos se adaptaron. Preocupada por nuestras hermanas mayores, construyó el Dooley Center, una residencia con atención especializada para nuestras necesidades futuras. Era conocida como una administradora eficaz, una buena oyente y una amiga cercana y compasiva.
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Este año, mi gratitud ha tomado un significado aún más personal. Hace poco pude traer a mi mamá al Dooley Center para recibir el cuidado que tanto necesitaba. Mi comunidad y el personal la han recibido con los brazos abiertos. Su bienvenida refleja el mismo espíritu de hospitalidad y amor de las hermanas cuyos nombres están en el tablero de necrología.
Que mi madre haya podido venir aquí fue posible gracias al apoyo de la Hna. Mary Elizabeth Schweiger, nuestra actual priora. Su ánimo y comprensión de mi situación crearon el espacio necesario para que mi mamá se trasladara al Dooley Center. Ella organizó todo para que el proceso fuera muy fluido, permitiéndome vivir plenamente mi vida monástica mientras honro también mi vocación de hija. Mi gratitud es inmensa.
En este Día de Acción de Gracias, doy gracias por toda mi comunidad: por las mujeres del tablero de necrología, cuya entrega y oración siguen moldeándonos, y por las hermanas que hoy caminan conmigo. Su fidelidad me sostiene mientras vivo mi vida benedictina de oración, lectio divina y tareas cotidianas, al mismo tiempo que cuido de mi mamá.
¿Hay alguien en tu vida que te haya formado, apoyado o acompañado en momentos difíciles?
Doy gracias profundamente por la gracia de pertenecer a una comunidad que camina conmigo. Su amor sigue guiándome en mi vida monástica benedictina.
La hermana benedictina Mary Elizabeth Schweiger saca un número del tablero necrológico de Mount St. Scholastica, un ritual diario para recordar y rezar por las hermanas que ya nos han dejado. A medida que se acerca el Día de Acción de Gracias, esta práctica profundiza la gratitud hacia las mujeres de esta comunidad benedictina. (Foto: GSR/Helga Leija)
