El papa Francisco (†) bendice a la hermana Gloria Cecilia Narváez Argot, miembro de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, al final de la misa en la Basílica de San Pedro en el Vaticano el 10 de octubre de 2021. La hermana, una misionera colombiana, fue secuestrada en Malí en 2017 y liberada a principios de octubre de 2021. (Foto: CNS/Vatican Media)
"Si recibimos a Jesús en la Eucaristía con fe, él transforma nuestra vida en un regalo para Dios y para nuestros hermanos": papa Francisco
En fidelidad a nuestro carisma misionero como Religiosas Franciscanas de María Inmaculada, llegué a África en 2004 —primero a Bení, y luego a Malí en 2010— para ayudar en un orfanato y acompañar a las comunidades más vulnerables que enfrentaban una epidemia de meningitis en la región del cinturón de meningitis de África Occidental. En respuesta a nuestra misión de vivir y anunciar el Evangelio en permanente disponibilidad a la voluntad de Dios, me inserté en el mundo de los pobres con la certeza de que allí me esperaba el Señor.
En un contexto de creciente inestabilidad y violencia, en un país más del 90 % islamico, asumí con confianza y fe mi misión en esta tierra africana que, a pesar de las dificultades, me regaló encuentros llenos de vida, cultura y esperanza. Fue en medio de esta entrega diaria que, el 7 de febrero de 2017, fui secuestrada en Malí, África Occidental. Desde ese día comenzó una larga travesía de cuatro años y ocho meses en cautiverio. Aunque físicamente no podía recibir el Pan de Vida, mi alma eucarística se alimentaba del Manjar Celestial, que guardaba en lo profundo del alma y se hacía vida en mí, segundo a segundo.
Cada mañana en el desierto, al contemplar el amanecer, rezaba. Era algo maravilloso sentir el viento —a veces violento, a veces suave— levantarse sobre la arena. Escribía cartas al Creador con trozos de carbón, expresándole mi total e ilimitada confianza. Fue allí donde viví un verdadero encuentro con el Dios del desierto.
Muchas plegarias nacieron y quedaron en el silencio. En la soledad del desierto del Sahara —entre dunas de arena, rocas escarpadas y árboles espinosos— oraba con la certeza de que eran escuchadas por nuestro Padre Dios.
"[Dibujaba] un cáliz en la arena, adornado con flores que resistían el suelo del Sahara. Aunque mis captores lo borraban con insultos y castigos, volvía a dibujarlo... Aquellas imágenes disipaban mis miedos y fortalecían mi fe": Hna. Gloria Narváez

La Hna. Gloria Cecilia Narváez regresó al Pacífico colombiano en 2021, donde acompaña a mujeres víctimas de violencia en talleres llamados "Sanando Heridas". (Foto: cortesía de Religiosas Franciscanas de Maria Inmaculada)
He ayunado del sacramento de la Eucaristía cuatro años y ocho meses. Ese ayuno, para quien ha descubierto su valor, es más doloroso que el ayuno corporal. "¿Quién me mantenía ahí, Dios mío, si no Tú?". Hacía comuniones espirituales muchas veces al día, y en ellas encontraba consuelo, lo que hacía más llevadero el prolongado ayuno al que estaba sometida y todo el miedo que sentía por la situación en la que me encontraba. Buscando fortaleza en el Señor, me agarraba fuertemente a Él para sobrevivir con más confianza. Esto encendía una llama de esperanza en mí.
Solía dibujar un cáliz en la arena, adornado con flores que resistían el árido suelo del Sahara. Aunque mis captores lo borraban con insultos y castigos, volvía a dibujarlo con más amor. Aquellas imágenes disipaban mis miedos y fortalecían mi fe.
El sol radiante cada mañana me transportaba al Sagrario. Lo recibía de rodillas, espiritualmente, cada amanecer; por las noches, la luna me llevaba de nuevo a Su presencia. Repetía: "Tú eres mi fortaleza, mi serenidad, mi dulzura, mi grandeza". Así recordaba los atributos con los que nuestro Seráfico Padre san Francisco de Asís le cantaba al Señor.
En todas partes hay un Sagrario. En aquel tiempo, el mío estaba en el desierto. Una y otra vez pronunciaba la plegaria eucarística: "Es justo y necesario darte gracias aquí y en todas partes, a Ti, Padre Santo". Resonaban en mí las palabras de Jesús en la Última Cena: "Tomad y comed, este es mi Cuerpo… tomad y bebed, esta es mi Sangre…". Comprender esta entrega divina me llenaba de certeza: Él estaba conmigo. Lo sentía en la brisa, incluso cuando las temperaturas superaban los 50 o 60 grados. En los castigos por profesar mi fe, me unía más profundamente a la Pasión de Cristo. Mi vida era suya.
La beata María Caridad Brader Zanher, fundadora de nuestra Congregación de Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, acompañó mis pasos, como buena madre. Me animaba su audacia, su coraje misionero, su amor a Jesús Eucaristía y su espiritualidad, que me confortó para ponerme totalmente en manos de Jesús. Contemplar el sol en medio de la oscuridad era ver en él la presencia de Jesús Eucaristía en mis días de oscuridad.
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El 9 de octubre de 2021, gracias a la bondad de Dios y a las muchas oraciones ofrecidas por mi libertad, salí del cautiverio. Dejé atrás el desierto y fui trasladada rápidamente de Malí a Roma. Allí, en la capilla de la Casa de Santa Marta, me arrodillé ante el Sagrario y, con lágrimas en los ojos, agradecí al Señor el don de la libertad.
La primera Eucaristía después de casi cinco años la viví en la Basílica de San Pedro, de manos del papa Francisco, a quien recuerdo con mucho cariño. Aún resuenan en mí sus palabras: "Tú sostuviste a la Iglesia, y la Iglesia te sostuvo a ti".
Hoy, me encuentro en misión en el Pacífico colombiano. Gozo de buena salud —otro milagro atribuido a Dios— y acompaño a mujeres víctimas de violencia en talleres llamados "Sanando Heridas".
La experiencia vivida en cautiverio dejó grandes aprendizajes en mi vida. Ahora, cada vez que adoro a Jesús en el Sagrario o lo recibo sacramentalmente, me estremezco de amor. Contemplarlo en la madrugada me fortalece para llevar ese Sagrario a tantos rostros heridos por la desesperanza, el dolor y la tristeza.
El ayuno eucarístico que viví en el desierto me marcó profundamente y me reafirmó la grandeza de poder recibir a Jesús en la Hostia Consagrada.
¡Dios sea bendito, ahora y por siempre!