
La Última Cena, óleo sobre tabla de Dieric Bouts, 1464-1468. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros"» (Juan 13, 31-33a.34-35).
La crucifixión y muerte de Jesús no fue voluntad de Dios sino obra de los seres humanos, en este caso de los contemporáneos de Jesús que no entendieron sus palabras y rechazaron el camino que les proponía. Conocemos que uno de los suyos, Judas, lo traicionó directamente. Por todo esto, Jesús ya estaba percibiendo su muerte inminente y las consecuencias de la misma; de ahí que quiera dejar su ‘testamento’ a los suyos e invitarlos a confiar en que aparentemente esos hechos que acabarán con todo el esfuerzo de esos años, se convertirán en la posibilidad de mostrar que la última palabra la tiene Dios mismo, y por eso el Hijo del hombre será glorificado y Dios será glorificado en él. En otras palabras, la resurrección será el sí de Dios al actuar de Jesús y demuestra que todo el mal y violencia del mundo podrán ser derrotados.
"El amor mutuo sigue siendo el desafío pendiente en la Iglesia, en cada comunidad, en cada parroquia": teóloga Consuelo Vélez
En su testamento Jesús sigue insistiendo en el camino que él predicó y que hará posible que se den los cambios: el amarse unos a otros con el mismo amor como él ha amado a cada uno. Será en ese amor mutuo como los demás podrán reconocer que ellos son discípulos del crucificado, que siguen adelante con la causa que han vivido a su lado.
El amor mutuo sigue siendo el desafío pendiente en la Iglesia en cada comunidad, en cada parroquia. Por mucho que se prediquen palabras bonitas, se realicen liturgias conmovedoras y obras de caridad, estas no serán convincentes si no van acompañadas del amor fraterno/sororal, del amor de quienes dicen seguir al Señor, de quienes han participado de su pascua.
Por supuesto, el amor mutuo no se refiere a un amor sin dificultades, sin contradicciones, sin discrepancias. El amor, como la paz, no es ausencia de problemas, sino capacidad de asumir las situaciones como ellas son y, con un adecuado discernimiento, seguir caminando todos juntos, aunque muchas veces no se coincida en las mismas estrategias o expectativas. Precisamente ese amor vivido desde la realidad humana es el que puede revelar el amor de Dios a la humanidad.
Dispongámonos, entonces, a seguir creciendo en el amor mutuo, aceptando dentro de él la pluralidad, las diferencias, los retrocesos, las traiciones, los nuevos comienzos; y confiando en que la última palabra siempre estará dada por el amor que, como dice Pablo en la primera carta a los Corintios, "no termina nunca" (13, 8).