
Agentes de policía salvadoreños escoltan a un presunto miembro de la banda venezolana Tren de Aragua en Tecoluca, El Salvador, el 16 de marzo de 2025, quien fue recientemente deportado por el Gobierno de Estados Unidos para ser encarcelado en el Centro de Confinamiento de Terroristas (Cecot), como parte de un acuerdo con el Gobierno salvadoreño. (Foto: OSV News/Secretaría de Prensa de la Presidencia/vía Reuters)
Una mañana ingresé a la cárcel que visité durante 18 años y recuerdo muy bien la conmoción que me provocaron las condiciones de encierro de tres hombres jóvenes a quienes había tratado anteriormente. Ellos me vieron pasar y me llamaron por mi nombre. Con el permiso de los guardias, me acerqué. Al verlos, me espanté.
Estaban en un cuartito de 2 por 2 metros, con una sola cama y sin baño ni ventana. Al entrar al calabozo percibí la falta de higiene, pero me quedé con ellos porque mi presencia podía llevar algo de alivio a su situación. Se habían peleado con otros internos y estaban castigados. Tomamos mate, comimos algo rico y nos reímos un poco mientras desahogaban su pena y rabia. Esa y otras experiencias allí marcaron mi memoria y sensibilidad para siempre. Ya no vivo en esa ciudad, pero me confirman que las condiciones de la prisión van empeorando, como pasa en muchas otras cárceles en Argentina.
"El gemido de los descartables y el gemido de la tierra, parafraseando a Francisco en Laudato Si', nos interpelan, nos convocan y reclaman que nos involucremos, desde el Evangelio, en la construcción urgente de otro sistema": Hna. Ana María Siufi
En un mundo tan violento, totalitario y excluyente, los sistemas penitenciarios de la mayoría de los países se llenan de personas que no interesan a las élites gobernantes y corporativas, más que para hacer negocios con esas cárceles. Están construidas para descartar a los 'molestos' y ofrecer condiciones de vida indignas y torturantes, aunque el derecho ordene ayudarlos a recuperarse.
Hoy se crean nuevas cárceles en Estados Unidos, El Salvador, y Argentina, con diversas formas de pisotear derechos humanos y torturar a prisioneros cada vez más jóvenes y sobrantes, incluidos miles de niños inocentes. Son prisiones de cemento, hierros, cerrojos y alambrados, diseñadas para 'animalizar' a los encerrados. Esa misma lógica se repite en campamentos o centros de refugiados diseminados en Europa, África y Asia.
El colmo de la crueldad es lo que Israel viene haciendo en Gaza desde hace décadas y que hoy se ha convertido en un campo de exterminio por odio y codicia de su territorio, con todo el apoyo desvergonzado de Occidente y de países árabes. Es una cárcel a cielo abierto, con el mar y la tierra prohibidos, sin acceso a comida, agua ni nada; solo escombros y pérdidas en los cuerpos y almas agonizantes.
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Quizás quienes nos sentimos libres de prisiones también debemos preguntarnos si estamos encarcelados por lo digital, que nos atrapa en un rectángulo vidriado. Como dice Byung-Chul Han en su libro Loa a la tierra: "La tierra es nuestro espacio de resonancia que nos llena de dicha. Cuando abandonamos la tierra nos abandona la dicha". Su reflexión sugiere que lo digital al alejarnos de lo real y lo táctil, erosiona esa conexión esencial con la tierra y con nosotros mismos.
El gemido de los descartables y el gemido de la tierra, parafraseando a Francisco en Laudato Si', nos interpelan, nos convocan y reclaman que nos involucremos, desde el Evangelio, en la construcción urgente de otro sistema. Ese sistema debe ofrecer oportunidades y libertad real para todos, ser respetuoso de toda vida y con menos pantallas, cemento, muros y rejas, y más conexión con la tierra.