
Gregoria Cáceres reza junto a una imagen del papa Francisco colocada afuera de la capilla de la Virgen de Caacupé en Buenos Aires, Argentina, el 21 de abril de 2025, tras el anuncio de la muerte del papa Francisco por parte del Vaticano. (Foto: OSV News/Matias Baglietto, Reuters)
Son muchos los escritos que, por estos días, se han hecho sobre el papa Francisco. Y no es para menos. Ha sido nuestro papa en los últimos doce años y su pontificado no va a ser olvidado fácilmente. Desde aquel 13 de marzo de 2013, cuando sorprendió al mundo al no usar todos los ornamentos que tradicionalmente han usado los papas y salir al balcón a pedir la bendición del pueblo para el inicio de su ministerio, comenzó un papado muy distinto a los últimos que habíamos tenido. Tan distinto que, hasta el día de hoy, alegraba a muchos —incluidos no creyentes— e incomodaba a otros —incluidos creyentes, y también miembros del clero y de la vida religiosa—.
¿Por qué afirmamos que fue un papado 'muy distinto'? Son muchas las razones que podríamos aducir, pero señalemos algunas más relevantes. Fue un papado que dejó de preocuparse por la 'conservación' eclesial —en el sentido de apegarse cada vez más al pasado y repetir lo que siempre se hizo de determinada manera— para ocuparse del presente y proyectarse al futuro. No tuvo miedo de hablar de la vida real, con todo lo que ella conlleva, reconociendo que la Iglesia no sabe de todo, pero quiere humildemente contribuir a la búsqueda común de las respuestas que hoy urgen.
Su magisterio social ha dejado marcas no solamente a la vida intraeclesial, sino que ha sido acogido extra eclesialmente por los líderes del mundo. Concretamente, su encíclica Laudato Si (2015) ha sido estudiada, reflexionada, citada y acogida por los organismos internacionales que están preocupados por el desastre ecológico que estamos produciendo, cuya manifestación más visible es el cambio climático. No es que la encíclica brinde soluciones que vayan a terminar con un problema de esta magnitud, pero sí constituye una palabra profética sobre la urgencia de tomar medidas, velando por una 'ecología integral'.
"[Francisco] denunció los abusos de poder que muchas veces se cometen contra las religiosas, como la casi nula remuneración por todo el trabajo que realizan y todo tipo de abuso por el hecho de ser mujeres": teóloga Consuelo Vélez
No menos importante fue su encíclica Fratelli tutti (2020) en la que, a la luz de la parábola del buen samaritano, abordó la fraternidad y la amistad social como indispensables para la construcción de una sociedad justa y en paz. También se refirió a la dignidad humana, comenzando por los más vulnerables; a la propiedad privada que nunca está por encima del bien común; a la política, señalando que la mejor es aquella que está al servicio de los pueblos; a la necesidad de la democracia y de sistemas económicos que no ataquen a los más pobres; a la pena de muerte, condenándola totalmente, y la urgencia de una apertura para el diálogo ecuménico e interreligioso.
Junto a esta proyección de una Iglesia que sabe hablar de lo que el mundo está hablando hoy, este pontificado nos 'devolvió' el Concilio Vaticano II, que había quedado 'algo' frenado y había generado la llamada 'involución eclesial' que se percibía en los pontificados anteriores al de Francisco. Por eso fue tan fácil llamar a Francisco el papa de la "primavera eclesial". Con él llegó 'aire fresco' a la Iglesia al hablarnos de "la alegría de evangelizar" (exhortación Evangelii Gaudium, 2013); llegó humanidad y misericordia, al poner en el centro a los pobres, a las víctimas; llegó transparencia, al tratar de limpiar las finanzas vaticanas; y llegó el esfuerzo por poner en práctica una Iglesia sinodal misionera en la que laicado, vida religiosa y clero encuentren, en el bautismo, la igualdad fundamental —que a todos cobija como miembros de la Iglesia— y la diferencia de ministerios para el servicio eclesial, pero en ningún caso para mayor prestigio, mayor poder o mayor clericalismo.
Francisco fue un pastor "con olor a oveja" —como lo exigió a los ministros ordenados desde su propia praxis—, un pontífice que reconoció que él no era nadie para juzgar la diversidad sexual y llamó a su acogida incondicional, un papa que advirtió que la Iglesia no podía seguir manteniendo la exclusión sistemática de las mujeres de los lugares de decisión y puestos de responsabilidad. Sobre la vida religiosa, especialmente femenina, denunció los abusos de poder que muchas veces se cometen contra las religiosas, comenzando con la casi nula remuneración por todo el trabajo que realizan y continuando con todo tipo de abuso por el hecho de ser mujeres.
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Muchos otros aspectos podríamos señalar y lo seguiremos haciendo en la medida que pasen los días porque su legado no puede ser olvidado. Todos los caminos que Francisco abrió necesitan de continuidad, empeño y fortaleza para que nada se pierda, venga el pontífice que venga. Todo lo anterior no significa que no hayan quedado muchos asuntos pendientes que nos hubiera gustado que el papa Francisco realizara. Pero, hasta aquí se llegó y lo que tuvimos merece un sincero, sentido y profundo ¡gracias!
Terminemos diciendo que Francisco nos transmitió un ministerio pontificio "con sabor a Evangelio" (así lo expresó en la Fratelli tutti, refiriéndose a Francisco de Asís). Ojalá no olvidemos nunca este testimonio que nos dio y busquemos que cada una de nuestras vidas tengan "sabor a Evangelio". Solo así conseguiremos una Iglesia que diga algo al presente, un laicado que viva su vocación cristiana, un clero que se distinga por su servicio y una vida religiosa que recobre el ardor y fidelidad al seguimiento de Jesús, con la radicalidad que los votos que profesan lo exige.