El fariseo y el publicano, grabado de Gustavo Doré. realizado entre 1866 y 1870. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.
«En aquel tiempo Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: "Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: '¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo'. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: '¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador'. Les digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido"» (Lucas 18, 9-14)
Este domingo se nos ofrece como Evangelio la parábola del fariseo y el publicano. Conviene liberarnos de los imaginarios que ya tenemos sobre estos personajes y recuperar lo que significaban para el tiempo de Jesús.
El fariseo es cumplidor de la ley y, por lo tanto, goza de prestigio y aceptación. Por el contrario, el publicano es el encargado de recoger los impuestos para el Imperio romano, lo que no lo hace grato a los ojos de quienes tienen que pagar dicho impuesto.
"Nos interesa de este Evangelio, en este domingo, revisar nuestras actitudes frente a nuestra propia vivencia de fe, para no creernos mejores que los demás y no pretender ser jueces morales de los otros": teóloga Consuelo Vélez
Por eso Jesús quiere advertir a los fariseos que no se fíen de la buena fama que tienen, ni se gloríen del cumplimiento que realizan de la ley ni se sientan ya justificados. Y les invita a contrastarse con el otro personaje, el publicano, que reconoce que no vive como debería hacerlo y solo le queda pedir compasión ante Dios.
Como en toda parábola, no se habla de la maldad o bondad de los personajes, sino que sirven para el mensaje central que se quiere transmitir. No sabemos si existieron publicanos que subieran al templo con esa actitud humilde, pero eso no es importante. El mensaje va dirigido a los que se creen buenos y desde una posición de aparente superioridad moral juzgan a los otros y se mantienen en posturas de rigidez doctrinal, impidiendo la misericordia divina y la gratuidad de Dios para con todos sus hijos e hijas.
En los tiempos que vivimos, podemos reconocer que con el papa Francisco se manifestó de una forma más visible la misericordia de Dios, por la apertura que él impulsó en temas como la diversidad sexual, las segundas uniones, la denuncia del clericalismo, el saber sumar con otros para responder a los desafíos actuales, situaciones sobre las que afirmó que la Iglesia no tiene la única palabra, etc.
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El magisterio de Francisco apuntó en esta dirección y se abrieron puertas a la primavera eclesial. Sin embargo, tuvo mucha oposición, especialmente, por miembros de la Iglesia. Con León XIV esperamos que las puertas de la primavera eclesial no se cierren, sino que se fortalezcan. Pero, es importante recordar que los cambios no dependen, solamente, de la cúpula eclesial sino de todos los miembros de la Iglesia.
Ahora bien, lo que nos interesa de este Evangelio en este domingo es revisar nuestras actitudes frente a nuestra propia vivencia de fe, para no creernos mejores que los demás y no pretender ser jueces morales de los otros, con la lógica del cumplimiento y no de la misericordia.
La humildad siempre será el camino para vivir la relación con Dios, y si algo hacemos bueno, no se debe tanto a nuestros propios méritos como a la misericordia de Dios que sostiene nuestra vida. Y como Dios actúa con nosotros, actúa con todos los demás, porque para él nunca está en primera línea la norma, sino la dignidad humana y su amor incondicional para con todos.
