Un altar adornado con palmas, flores y velas encendidas dentro de una iglesia durante un encuentro de mujeres, el 19 de marzo de 2025, en Ciudad de Guatemala. (Foto: Hna. Dora Tupil)
Durante el mes de octubre, en los diversos lugares de Guatemala se reúnen las personas, grupos o asociaciones para rezar el santo rosario. Es un mes donde muchas personas lo hacen con mucha devoción y fe profunda, porque María es una madre que nunca abandona a sus hijos e hijas y está presente en las alegrías y en las situaciones difíciles de la vida.
Para mí, como religiosa indígena maya, María significa la parte materna de Dios, lo dual. Nosotros, como pueblos originarios, siempre tenemos presente la parte materna. No podemos hablar solamente de Dios, sino de Dios Madre-Padre, corazón del cielo y corazón de la tierra. Porque sin la presencia materna nos sentimos huérfanos; así que la figura de María complementa la totalidad.
María, para nosotros, resulta ser una figura que resuena con los atributos que ya existían en la cosmovisión maya: maternidad, cuidado, intercesión, vínculo con lo sagrado.
Cuando yo era pequeña, mi abuela materna nos llevaba a la ermita o a la celebración de la Palabra y rezábamos el santo rosario. Desde ese momento la figura de María ha sido mi compañía. En los momentos de alegría, tristeza y dolor, su presencia ha sido fundamental en mi vida, en especial Nuestra Señora de Concepción.
Durante todo el mes de octubre, en las pequeñas comunidades se reúnen a rezar el rosario en idioma q'eqchi'. Las señoritas cantan y rezan, así como las personas adultas. En la actualidad casi es igual a como se hace en otros países: en cada misterio se interpreta un canto completo a María, y se acostumbra llevar su imagen para visitar a las familias.
"María es una mujer de pueblo que conoce a cada uno de sus hijos e hijas. Yo la reconozco fácilmente en tantas madres guatemaltecas que trabajan, educan y sostienen la fe del hogar": Hna. Dora Tupil
La Hna. Dora Tupil muestra un corazón de fieltro rojo con fotografías de familias, elaborado durante una actividad con niños del Sagrado Corazón de Jesús, el 26 de junio de 2025, en Ciudad de Guatemala. (Foto: Hna. Dora Tupil)
En los momentos difíciles de nuestro pueblo, la figura de María ha sido muy importante porque acompaña a cada familia, a pueblos enteros, y esta experiencia los lleva a fortalecer la fe y la confianza en un Dios dual, Madre-Padre.
Creo que nos identificamos con ella, porque María de Nazaret fue muy auténtica. Ella nos obliga a abandonar las coronas para seguirla por los caminos polvorientos y pobres de Galilea y Nazaret. Nos obliga a encallecer las manos y a dibujar arrugas en el rostro, a cubrir su túnica inmaculada con un delantal. Nos invita a imaginarla cargando agua desde el pozo, haciendo tortillas, dando de mamar a su bebé, como lo hacen muchas madres del mundo entero.
A mí, de la vida de María, me habla la ternura, la valentía. Ella es una madre que ora siempre, que acompaña y que me guía en mi camino de fe y de entrega cada día. Con el 'sí' de María puedo caminar cada día con más seguridad y firmeza en mi vocación.
María es una mujer de pueblo que conoce a cada uno de sus hijos e hijas. Yo la reconozco fácilmente en tantas madres guatemaltecas que trabajan, educan y sostienen la fe del hogar. En el ámbito laboral y social, admiro el valor de su doble jornada, dentro y fuera de casa. Cada madre trabajadora tiene una historia de lucha, amor y esperanza.
El rostro de María se revela en los gestos cotidianos de tantas mujeres de mi comunidad: una madre que cuida con paciencia, una mujer que acompaña a sus hijos, una mujer que escucha con atención a quien sufre.
Personas sostienen velas encendidas durante una oración con la cruz maya junto a miembros de la parroquia, el 21 de abril de 2025, en Ciudad de Guatemala. (Foto: Hna. Dora Tupil)
Esa imagen de María me ayuda a valorar el trabajo silencioso de tantas mujeres que sostienen la vida desde lo pequeño. Ella es la compañera de Jesús, la que lo acompañó en todo su camino y estuvo a su lado en los momentos decisivos de la salvación. Fue su madre y también su colaboradora. No solo lo acompañó, sino que lo ayudó en la obra de la redención. Así es también en nuestra vida: la presencia de María nunca falta, especialmente en los momentos difíciles, como una madre que vela por sus hijos.
A través de la fe, sé que ella, desde el cielo, actúa como Madre de toda la humanidad. Protege, intercede y educa con ternura. Una madre no se limita a dar vida: ayuda a sus hijos a crecer, les enseña el camino de la vida, los corrige con amor, los perdona y los comprende. Está cerca en la enfermedad y el sufrimiento, y anima a cada uno a salir adelante, a realizarse plenamente, sin permanecer cómodos bajo sus alas, como polluelos bajo la gallina.
Como mujer maya q’eqchi’, me siento llamada a purificar cada día mi proceso personal, para vivir una vida plena y, desde esa vitalidad transparente, acompañar a los demás sin prejuicios.
Las diversas fiestas de Nuestra Madre son muy significativas porque cada una expresa algo del lugar, de las enseñanzas y de los acontecimientos que el pueblo vive. Por eso es tan importante conocer a María a profundidad, como Madre y ejemplo en el seguimiento de Jesús.
Cuando las devociones del pueblo se viven profundamente y nos llevan al servicio del otro y de la otra, se vuelven una manifestación de amor que expresa verdaderamente las luchas y las esperanzas del pueblo.
Que María nos enseñe el camino hacia la verdadera felicidad cada vez que la recordamos porque ella fue feliz haciendo la voluntad del Padre. Que podamos ser, también nosotras, un reflejo vivo del amor de Dios.
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