
La parábola del juez injusto, grabado de de Jan Luyken, 1712. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«En aquel tiempo Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario". Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme". Y el Señor añadió: "Fíjense en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?"» (Lucas 18, 1-8).
Una vez más Jesús enseña a sus discípulos por medio de parábolas. En esta ocasión el tema es la siguiente oración en el texto: "...es necesario orar siempre, sin desfallecer". Pero conviene hacer varias aclaraciones. En primer lugar, el género parábola, como ya lo hemos dicho varias veces, nos presenta ejemplos que no se pueden tomar al pie de la letra porque nos darían enseñanzas contradictorias.
"La vida de fe es de apertura a la presencia de Dios y la oración es la actitud decidida a responder a esa presencia. Oramos no para pedir cosas, sino para mantener la relación con Dios, el encuentro, la vida de comunión": teóloga Consuelo Vélez
En este caso, el énfasis está en la oración y no en la persona del juez. Veamos que este juez es injusto, él mismo dice que no teme a Dios ni le importan los hombres y, al final, hace justicia a la viuda, solo para quitársela de encima. A veces podemos creer que nuestro Dios es así y por eso hemos de rezar mucho a ver si nos concede lo que le estamos pidiendo.
Esta imagen de Dios juez, castigador, lento al responder a nuestras súplicas, deseoso de nuestros sacrificios para atender a nuestras necesidades, no tiene nada que ver con el Dios de Jesús. Es muy importante, por tanto, purificar la imagen de nuestro Dios, situándonos en este Dios Padre/Madre, pura gratuidad y misericordia, que da todo a hijos e hijas, sin pedir absolutamente nada a cambio.
Aclarado lo anterior, en segundo lugar, hemos de detenernos en la oración. Lo que Jesús quiere enseñar a sus discípulos es la actitud de apertura y compromiso de fe que han de vivir los que dicen seguirle. El orar con insistencia se refiere más al compromiso continuo con las llamadas que la fe nos hace, más que a la petición de milagros o cosas extraordinarias.
La vida de fe es vida de apertura a la presencia de Dios y la oración es la actitud decidida a responder a esa presencia divina. Oramos no para pedir cosas, sino para mantener la relación con Dios, el encuentro, la vida de comunión con Él. En este sentido recordemos lo que decía Santa Teresa de Jesús: “La oración es tratar de amistad, muchas veces a solas, con quien sabemos nos ama”.
Que el Evangelio de hoy nos ayude a liberarnos de una imagen de Dios juez o sordo a nuestras necesidades y que renovemos la vida de oración entendida como amistad y encuentro, y como apertura a caminar con Jesús, "siempre, sin desfallecer".
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