
Pentecostés, óleo de Jean II Restout, 1732. (Foto: Wikimedia Commnons/obra de dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan"» (Juan 20, 19-23).
Este domingo celebramos Pentecostés, una fiesta —podríamos decir— para reconocer el tiempo de la Iglesia y el testimonio del discipulado. Como hemos celebrado los domingos anteriores, Jesús después de resucitar se aparece varias veces a sus discípulos hasta el momento de la Ascensión. En el Evangelio de Juan propuesto para la liturgia del 8 de junio, Jesús se aparece de nuevo a sus discípulos y sopla sobre ellos para luego decir: "Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados". Es decir, Jesús les comunica su mismo espíritu para que continúen la tarea encomendada, su misma misión de anunciar la buena noticia del reino.
De esa manera, Jesús cumple su promesa de no dejarles solos, sino quedarse para siempre con ellos, a través de la presencia de su espíritu. Y este espíritu es espíritu de paz, como se constata en el saludo que les da y es también un espíritu de discernimiento, porque ahora queda en manos de los discípulos ofrecer la misericordia de Dios a todos los que la necesiten.
"Que esta fiesta del Espíritu Santo sea ocasión de renovar nuestra docilidad a sus insinuaciones y nuestra disposición a dar testimonio, como comunidad, del Señor Resucitado en medio de nosotros": teóloga Consuelo Vélez
Esta misma tarea es la que nos corresponde hoy a nosotros y hemos de realizarla en el mismo espíritu de Jesús que se nos regala incondicionalmente. Para entender mejor esta tarea, fijémonos en el texto de Pentecostés que nos relata Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-14). El Espíritu desciende en forma de lenguas de fuego que se posan sobre todos los presentes [no olvidemos que además de los discípulos, están algunas mujeres, María la madre de Jesús, y sus hermanos (Hch 1, 12-14); es decir, las mujeres están presentes en la Iglesia naciente], quienes comienzan a hablar en distintas lenguas entendidas ahora por todos los que los escuchan. El Espíritu derramado sobre esa comunidad es, entonces, espíritu de profecía, de anuncio, de testimonio para que a muchos más les llegue la vida del espíritu, fruto de la pascua, don de Cristo resucitado.
El texto de Hechos finaliza diciendo que no todos se maravillaban con lo que estaba sucediendo, sino que algunos lo interpretaban como fruto de una borrachera de los discípulos. Es decir, el anuncio del reino es gratuito y no fuerza a nadie para aceptarlo. Es un don, una gracia, un llamado, una entrega. Cada persona desde su libertad puede acogerlo o resistirse. Sin embargo, la fuerza del Espíritu está ahí presente en nuestra tarea evangelizadora, capaz de sostenernos en fidelidad y entrega generosa.
Que esta fiesta del Espíritu Santo sea ocasión de renovar nuestra docilidad a sus insinuaciones y nuestra disposición a dar testimonio, como comunidad, del Señor Resucitado en medio de nosotros.