
Entrega de las llaves a San Pedro, fresco de Pietro Perugino, entre 1481 y 1482. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del Hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes", les preguntó, "¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la Tierra, quedará atado en el Cielo, y todo lo que desates en la Tierra, quedará desatado en el Cielo"» (Mateo 16, 13-19).
Desde muy temprano, las primeras comunidades cristianas reconocieron en Pedro y Pablo los pilares de la Iglesia, a pesar de la diferencia de sus personalidades y la misión que llevaron a cabo. Sabemos de Pedro que era discípulo desde los inicios de la actividad pública de Jesús y que había confesado a Jesús como el Mesías, como nos relata el Evangelio de hoy. Pedro también lo negó en el momento de la pasión. No obstante, Jesús en una de las apariciones a sus discípulos le pregunta tres veces seguidas si lo ama (Jn 21, 15-18), y seguidamente le encomienda pastorear la comunidad naciente. La tradición dice que fue martirizado en Roma.
"Pedro y Pablo tomaron caminos distintos, sin que eso significara perder la unidad. Cada uno contribuyó a la expansión de la Iglesia, y esa apostolicidad es lo que hoy celebramos": teóloga Consuelo Vélez
Por su parte, Pablo no conoció personalmente a Jesús, pero su experiencia de encuentro con el Resucitado lo marcó de tal manera que se le reconoce como el apóstol de los gentiles, y su animación misionera en tantas pequeñas comunidades ha quedado testimoniada por sus cartas, tanto las propias como las que se le atribuyen. No hay certeza de si también murió martirizado en Roma, pero lo afirma la tradición.
Los primeros cristianos, reconociendo a estos dos apóstoles, señalaron el 29 de junio, día de la inauguración del templo de Quirino, considerado fundador de Roma, como fecha para conmemorar la Iglesia de Roma, fundada con la sangre de los apóstoles Pedro y Pablo.
Pedro y Pablo se encontraron unas pocas veces y también tomaron caminos distintos, sin que eso significara perder la unidad por sus diferentes visiones frente a la ley judía. Cada uno, desde su respuesta personal, contribuyó a la expansión de la Iglesia, y esa apostolicidad es lo que hoy celebramos. Además, la figura de Pedro como símbolo del ministerio petrino nos invita a conmemorarlo sabiendo de su significado para la unidad de la Iglesia y la sucesión apostólica.
Ahora bien, en el reciente proceso sinodal impulsado por el papa Francisco y que, esperamos, siga siendo fortalecido por el papa León XIV, se exponía —en el documento final— la necesidad de una "saludable descentralización" del ministerio petrino para que las Iglesias locales puedan resolver las cuestiones que conocen bien y no afectan la unidad de doctrina, disciplina y comunión de la Iglesia. Explícitamente se pide que se realice un estudio teológico y canónico para señalar las tareas reservadas al papa y las de los obispos, todo ello con el ánimo de renovar la estructura eclesial, en vistas a fortalecer el estilo sinodal (Cf. DF n. 134).
Esta fiesta, por tanto, nos llama a seguir empujando una reforma eclesial desde las instancias romanas hasta las Iglesias locales; es tarea de todo el pueblo de Dios y hemos de pedírselo al nuevo papa porque, independiente del estilo propio que ya va mostrando, se necesita que mantenga la continuidad de la primavera que vimos florecer en el pontificado de Francisco.