Pope Leo XIV, former Cardinal Robert Prevost, greets the crowd in St. Peter's Square at the Vatican after his election as pontiff on May 8, 2025. The new pope was born in Chicago, United States. (CNS/Vatican Media)
Ha sido un honor y un privilegio formar parte de este tramo de la historia de la Iglesia en el que Francisco comenzó a sacarla del clericalismo, con todas sus implicaciones. Después del duelo por su partida y de atesorar su legado, necesitamos mirar hacia adelante. Es tiempo de visualizar la Iglesia del presente y del futuro.
¿Qué le pido?
Sin dudarlo, que se tome sumamente en serio el tema de la igualdad de la mujer en todos los aspectos de la Iglesia. Necesitamos urgentemente una Iglesia más inclusiva y participativa. No solo en teoría, como ha sido en parte desde el Concilio Vaticano II, sino en la práctica, con decisiones concretas y valientes.
Hoy, el proceso sinodal avanza, pero con lentitud y cierta resistencia a tratar temas candentes. Uno de ellos, sin duda, es el diaconado femenino. Aunque el papa Francisco dio pasos importantes respecto al rol de la mujer, desde la perspectiva de miles de mujeres y teólogas comprometidas en la Iglesia afirmamos que apenas se rozó el tema. Y es que la situación de la mujer no es solo un punto de agenda: somos más de la mitad de la humanidad y más de tres cuartas partes de las personas comprometidas en las comunidades cristianas. No somos un tema más a tratar; somos parte viva de la Iglesia, llamadas por el Espíritu Santo a dar vida también en los ministerios.
"Querido hermano, papa: ¿qué más necesita la Iglesia para sanar esta herida abierta por decisiones que excluyen? ¿Cómo puede la Iglesia ser la última institución que no reconoce la igualdad plena entre hombres y mujeres?": Hna. Magda Bennásar
La exclusión es un pecado eclesial
Sin embargo, por motivos históricos y bastante incongruentes, seguimos siendo tratadas como un problema a resolver. Cuando pedimos nuestro lugar, se nos tilda de ‘feministas’, como si fuera un insulto. Algunos sacerdotes nos miran con recelo, temen que nuestras capacidades cuestionen su autoridad. Muchas veces nos han tratado con actitudes misóginas que distorsionan el estilo de Jesús.
En este tiempo pascual contemplamos el texto del envío de una mujer a decirles a los discípulos que él vive. Ese anuncio, que constituye la base para ser apóstol —haber sido testigo de la Resurrección—, ¿no sirve acaso si es una mujer la que lo recibe?, ¿y sí sirve, si es un hombre, aunque no haya sido testigo de la Resurrección, como es el caso de Pablo?
Jesús confió profundamente en las mujeres. Pero esa confianza fue silenciada casi desde los inicios de la Iglesia. Hoy le pedimos que no se deje amedrentar por quienes lo rodean. Si el Espíritu le ha guiado en tantos temas, ¿por qué no en este? Escuche la Ruah que sopla con fuerza también desde las voces femeninas.
No todas queremos ser sacerdotes, créanos. Pero todas queremos ser respetadas en nuestra dignidad y en nuestra vocación que viene del Espíritu.
Le hablo desde la vida real
Mientras tanto, miles de personas tienen hambre de Palabra y comunidad. Los sacerdotes, agotados, intentan llegar a todas partes. Y nosotras, con vocación y preparación, quedamos al margen, viendo cómo el pan se pudre en nuestra alma porque no podemos compartirlo. Estamos listas. Tenemos estudios teológicos, formación bíblica y pastoral. Complementamos y enriquecemos la misión con nuestros dones.
Querido hermano, papa: ¿qué más necesita la Iglesia para sanar esta herida abierta por decisiones que excluyen? La falta de mujeres jóvenes en nuestras parroquias en Europa es signo de una Iglesia que no sabe acogerlas. Se van, no porque hayan perdido la fe, sino porque no encuentran un lugar que las valore y las incluya. ¿Cómo puede la Iglesia ser la última institución que no reconoce la igualdad plena entre hombres y mujeres?
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Una estructura que ya no sostiene vida
Desde diversas ciencias nos dicen que para que la vida funcione sanamente tiene que haber un equilibrio entre lo masculino y lo femenino. Como decía un teólogo — que pide que su nombre no se mencione—, hasta que la iglesia no equilibre ese eje, desmesuradamente inclinado hacia un lado, no habrá iglesia de Jesús. Habrá —y ha habido— una institución jerárquica regida por hombres.
Hace poco vi Conclave, una película sobre la elección del papa. Al ver ese grupo de más de 130 varones mayores y célibes tomando decisiones por toda la Iglesia se me heló la sangre. ¿Cómo puede una visión tan limitada representar al Dios de todos y todas? ¿Cómo seguir justificando que mujeres preparadas y con experiencia estén sentadas en los bancos, mientras muchas homilías y servicios carecen de espíritu y profundidad?
Una llamada al coraje evangélico
Querido hermano, la tarea es ardua. Pero el Espíritu es fuerte. La carga que tendrá entre manos solo puede llevarse guiado por ese Espíritu que en hebreo se llama Ruah. Es un nombre femenino.
Le pido en nombre de miles de mujeres con vocación que escuche al Espíritu y sea valiente. No habrá nunca consenso absoluto, pero si esta decisión viene del Espíritu, Dios se encargará del resto.
Al excluir a la mitad de la inteligencia, la creatividad y la espiritualidad de la Iglesia, pecamos contra la Ruah. Le pedimos que no tenga miedo, que se deje guiar por esa Ruah que sopla también en las voces, las luchas y los sueños de las mujeres. Que no cierre los oídos al clamor de quienes, desde hace décadas, anuncian con fidelidad el Evangelio, aun sin reconocimiento ni espacio pleno.