
Jesús ordena a los Apóstoles que descansen, acuarela de James Tissot, 1886-1894. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla ustedes crean”» (Juan 14, 23-29).
El Evangelio de Juan que hoy nos proponen reflexionar se sitúa en el discurso de despedida de Jesús a los suyos, en el que les hace varias recomendaciones. Comienza relacionando la fidelidad a su palabra con el amor que se profesa. Es decir, el seguimiento no es simplemente un sentimiento, sino que tiene unas consecuencias muy concretas: fidelidad a la palabra del Señor, realización de esa palabra en la vida. Y esto porque la palabra de Jesús es la misma palabra del Padre y solo quien la pone en práctica está manteniendo la fidelidad a Dios mismo. La promesa es que tanto el Padre como Jesús habitarán en la vida del creyente.
"Este tiempo pascual corresponde al tiempo en el que Jesús ya no está entre nosotros, pero nos ha dejado su Espíritu para vivir su misma misión. Abrámonos a su acción, dejémonos guiar por todas sus insinuaciones": teóloga Consuelo Vélez
Continua el texto con el don más importante de la resurrección: el Paráclito, el Espíritu Santo, que es la prenda o garantía de la vida que él mismo Dios nos comunica. Será el Espíritu el que mantenga la memoria de lo que Jesús ha enseñado a los suyos, el que les dará las fuerzas necesarias para poner en práctica todo lo vivido con él.
Uno de los dones del Espíritu es la paz, y Jesús se la da a los suyos. Hace la aclaración de que no es como la paz que da el mundo. Ahora bien, esto no significa que nos quiere sacar del mundo, sino que la paz de Dios busca la transformación de las situaciones; es fruto de lograr que el amor de Dios tenga la última palabra y no, simplemente, mantener las cosas sin cuestionarlas, sin trabajar por hacerlas mejores.
El texto termina con un discurso escatológico en el que Jesús nos invita a mirar lo que nos espera y nos da la seguridad de que el tiempo entre el ahora y la plenitud definitiva está sostenido por la presencia del Espíritu en nuestra vida. No será ausencia de Jesús sino presencia de su Espíritu en nosotros, con la confianza profunda de que, haciendo lo que él nos dice, nos hace caminar hacia esa comunión definitiva con Dios.
Este tiempo pascual corresponde al tiempo en el que Jesús ya no está entre nosotros, pero nos ha dejado su Espíritu para vivir su misma misión. Abrámonos a su acción, dejémonos guiar por todas sus insinuaciones.