Altar del Día de los Muertos preparado por Elia Cárdenas en honor a las hermanas fallecidas que inspiraron su camino de fe. (Foto: cortesía Elia Cárdenas)
El mes pasado tuve el honor de acompañar los servicios funerarios de una querida hermana de la Provincia de Santa Catalina de Siena, una comunidad vibrante [en Estados Unidos] de la congregación de Hermanas Dominicas [de la Doctrina Cristiana], de la cual soy asociada.
La misa fue hermosa e incluyó un ritual con símbolos que representaban el carisma dominico de la congregación y la vida de la hermana: la cruz de Santo Domingo, la Palabra de Dios, el rosario y un pequeño niñojesús envuelto en su manta. Cada uno tenía un profundo significado dentro de nuestra fe y fue un homenaje a su vida y servicio.
Me conmovió escuchar a un sacerdote contar cómo esta hermana, con ternura y cariño, influyó de manera decisiva en su decisión de seguir la vocación sacerdotal. Curiosa por saber más, después le pedí que me compartiera su historia. Me explicó que la hermana fue instrumento de Dios en su proceso de discernimiento y lo acompañó durante su formación, siendo una presencia serena y llena de paz, sobre todo en los momentos difíciles. Aún recuerda cómo, pocos minutos antes de su ordenación diaconal transitoria, ella le dijo unas palabras inspiradas por el Espíritu que él necesitaba escuchar en ese momento.
Detalle del altar creado por Elia Cárdenas, con velas, flores y símbolos de gratitud por la vida de las Hermanas Dominicas. (Foto: cortesía Elia Cárdenas)
Esa historia me hizo pensar en el testimonio silencioso de tantas hermanas religiosas. Sus carismas y ministerios, presentes en todo el mundo, han sido fundamentales no solo para muchos sacerdotes en su discernimiento vocacional, sino también para otras religiosas y asociadas, como yo, cuyas vidas han sido moldeadas por su ejemplo.
Al acercarnos a la Solemnidad de Todos los Santos, un día especial para recordar a quienes ya no están con nosotros, vale la pena traer a la memoria a las hermanas que han marcado nuestras vidas. Estas mujeres viven su vocación en el ritmo tranquilo de la vida comunitaria, irradiando compasión, serenidad, sabiduría y una presencia reconfortante. En el silencio de sus corazones permanecen fieles a su llamado y participan activamente en la misión de la Iglesia.
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Muchas de ellas, cuyos nombres quizá no estén escritos en los libros de los santos ni sean conocidas fuera de sus comunidades, han dejado una huella profunda. Con su amor y compasión nos han enseñado el camino hacia el amor misericordioso de Dios.
Hoy te invito a detenerte un momento y reflexionar: ¿has tenido cerca a una hermana religiosa cuya fe o bondad haya dejado una huella duradera en tu vida? ¿Fue tu maestra, tu catequista o tu formadora en el noviciado? Tal vez era aquella hermana que hablaba poco, pero te veía cuando otros no lo hacían. ¿Cómo influyó su ejemplo en tu fe, en tus decisiones o en la manera en que hoy cuidas de los demás?
Como comunidad de fe, unámonos para celebrar sus vidas. Podemos preparar un pequeño altar donde su presencia silenciosa nos recuerde su entrega y su amor. Cada una puede encender una vela, hacer una oración y reflexionar sobre la huella que dejaron en nuestras vidas y en el mundo. No olvidemos sus contribuciones; al contrario, honrémoslas y celebremos su legado, porque son parte esencial de nuestra comunidad de fe.
Después de todo, este es el mes del recuerdo, un mes para decir: "¡Gracias!".
Nota: Este artículo, escrito originalmente en español, fue publicado primero en inglés el 29 de octubre de 2025.
