
Un grupo de mujeres construye un mandala de flores como símbolo de gratitud por iniciar su proceso de acompañamiento psicoespiritual. (Foto: Vuelo en V)
Vivimos en un mundo cada vez más conectado a las redes digitales. Pasamos horas navegando en plataformas sociales y en el vasto universo virtual. Sin embargo, muchas veces olvidamos la importancia de conectarnos cara a cara con otras personas. Como mujeres, tampoco estamos exentas de perder esa capacidad ni de desconectarnos de lo esencial: el vínculo con nosotras mismas, con quienes nos rodean y con quienes nos aman.

En lo cotidiano no escapamos a las sugerencias de los algoritmos, que nos dicen qué ver, a quién seguir y hacia dónde dirigir la atención. Consumimos información a tal velocidad que resulta imposible procesarla toda. En nuestro interior nacen preguntas, deseos de encontrar espacios donde podamos ser nosotras mismas, crear relaciones reales, conectar con nuestra esencia y establecer vínculos profundos.
Vivir en contextos marcados por la violencia y control excesivo alimenta el miedo, la desconfianza y el silencio. Así forjamos armaduras internas que, con el tiempo, encorvan el cuerpo y la esencia de muchas mujeres, hasta modificar nuestra forma de pensar, decidir y ser.
Creer en el potencial femenino es clave en la misión de acompañarnos. Juntas generamos sinergias a favor de los derechos humanos, reivindicamos luchas y creamos espacios que nos ayuden a sanar, a tejer redes que promuevan liderazgo colectivo, crecimiento integral y empoderamiento en donde estamos presentes.
Existen espacios que nos vinculan con los propósitos de la vida, aunque estén marcados por la injusticia y el despojo. Nuestro espíritu intrépido nos impulsa a seguir buscando.
En Nicaragua, la realidad que vivimos nos asfixia y nos roba energía. Sin embargo, nos aferramos a la esperanza junto con la Asociación de las Madres de Abril (AMA), que claman justicia por los hijos e hijas arrebatados por la dictadura. Alzamos la voz en medio del dolor.
En el exilio, mantenemos vivas estas experiencias y exigimos que los crímenes de lesa humanidad no queden impunes. Cada día nos revestimos de fortaleza para seguir tejiendo, con la memoria de nuestros hijos e hijas, un legado de justicia, libertad y democracia.
No nos rendimos ante el poder dictatorial: seguimos siendo mujeres tayacanas en nuestra tierra: valientes, audaces, intrépidas y solidarias.
La lucha por encontrar a seres queridos desaparecidos también moviliza a mujeres en México. Ellas desafían estructuras criminales y dejan al descubierto las grietas de un sistema judicial incapaz de responder; y además tejen una red activa de esperanza, 'acuerpándose' [respaldando, acompañando, solidarizándose] desde el sufrimiento y exigiendo justicia frente a la crueldad de la desaparición forzada.
La sabiduría y la esperanza se entrelazan con el dolor, fraguadas de nostalgia y sueños rotos, pero también con entrañas fecundas que les permiten encontrar atisbos de vida: una luz en medio de tanta oscuridad.

Las manos de mujeres de diversas generaciones se unen como símbolo del compromiso de tejer juntas sororidad en medio de la violencia que se vive en la vecindad.. (Foto: Vuelo en V)
Nombrar acontecimientos y luchas que han marcado nuestra existencia es darles visibilidad y fuerza. Así vamos creando lazos que nos unen a través de la empatía y el bien común. En el caminar recuperamos poder, al reconocer nuestra fuerza interior y emprender procesos de sanación personal y colectiva. Porque tejer redes no es solo una metáfora: es resistencia, reconocimiento y sanación ante lo que nos ha herido.
Apostar por espacios colectivos sanadores es una fuerza transformadora. Nos sitúa no como víctimas, sino como creadoras, artesanas y agentes de cambio. Recuperamos así aspectos esenciales del Evangelio. Devolver la voz y el protagonismo a cada mujer es caminar hacia el perdón, la reconciliación y una nueva narrativa. Cada acontecimiento, por duro que sea, deja una enseñanza y forja a la mujer que somos.
Leer nuestras historias con ojos nuevos nos sitúa frente a tradiciones que oprimen y no nos permiten tejer con hilos distintos, como el autocuidado y el cuidado colectivo. Estas son prácticas profundamente subversivas en sistemas que nos descuidan, invisibilizan o castigan.
En la misión de acompañar, vamos creando comunidades de vida y redes seguras donde nombrar nuestras vivencias, escucharnos sin juicio y sentirnos interconectadas. Lo digital es importante, pero no sustituye la cercanía, la mirada, el abrazo y el calor humano del encuentro.
Escuchar a las mujeres decir —después de cada reunión— lo liberador y sanador que es volver a encontrarse, es un regalo. También es un llamado a seguir creando espacios que potencien la sororidad en medio de tanta división e individualismo.
Estamos convocadas a seguir tejiendo redes en lo digital para desenmascarar la indiferencia, la violencia de género y la brecha tecnológica que aún separa a muchas. Pero también estamos llamadas a rescatar la sabiduría de los telares comunitarios, al calor de la herencia de nuestras abuelas: otra forma de tejer relaciones colectivas.
Tejiendo el lienzo de nuestra historia
Somos un ovillo de vivencias,
un entramado de relaciones
que crece al calor de la experiencia.Somos un telar de emociones
que entretejemos haciendo memoria,
hilvanando el porvenir.Y de pronto, lo que antes
era un ovillo gigante,
se vuelve obra de arte,
tejida con sueños y esperanza.Con cercanía y escucha
tocamos el interior,
tejiendo con compasión
cada experiencia compartida.Contemplamos el telar
y las manos que han tejido
el lienzo de nuestra herencia,
reivindicando a nuestras ancestras.Honramos su presencia
y la lealtad al linaje heredado,
rescatado por nuevas generaciones
que buscan hilos de plata
que conectan con recuerdos
que no deben ser borrados.Benditas memorias vivas que sostienen el telar
y nos invitan a sanar con delicadeza,
aunque a veces nos apriete la melancolía:
las historias de la abuela
que se liberó con rebeldía.Si en ese tejer
hubo puntadas fuertes
que rompieron la aguja
de la herencia de violencia,
con el perdón, fruto de la justicia
se vuelve a tejer la historia
desde la sanación.
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Hoy más que nunca estamos invitadas a crear redes que sostengan nuestras luchas y se conviertan en pilares de transformación. Redes que partan de lo cotidiano y lo íntimo, pero que también alcen la voz ante las injusticias. Tejidos que no solo abracen el dolor, sino que sean estrategia, resistencia, movimiento, actos de reconciliación y perdón.
Queremos seguir tejiendo redes de mujeres que crean en la fuerza de su palabra y del cuerpo como territorio de liberación. Estas redes denuncian la violencia, pero también anuncian buenas noticias y cambios para presentes y futuros posibles. Sanan, nutren, incomodan y cuestionan a los poderes que oprimen a tantas naciones.
Sostenemos nuestras luchas desde el canto, la siembra, la oración, el abrazo y el sentido común. Nos convoca recuperar nuestra cosmovisión de sentir a la Divinidad desde nuestra particularidad como mujeres y potenciar la espiritualidad como acto que dignifica la vida y se opone a toda opresión. Descubrimos que la comunidad se convierte en altar cuando prioriza la vida en todas sus formas, especialmente aquellas sistemáticamente negadas.
Tejemos entonces redes de sanación, memoria y justicia. Estas redes abrazan la diversidad de nuestras historias, no temen nombrar lo silenciado y nos convocan a seguir creando espacios donde ser mujer no es condena, sino posibilidad sagrada y libre.
Este es un nuevo tiempo: el de tejer juntas una historia distinta. Una que no borre el pasado, sino que lo transforme en memoria y aprendizaje. Es tiempo de bordar un presente en el que cabemos todas, con nuestras heridas, rebeldías y esperanzas abiertas como hilos para un nuevo telar.
Nota: Este artículo, escrito originalmente en español, primero fue publicado en inglés el 4 de septiembre de 2025.