
De izquierda a derecha: las hermanas benedictinas Helen Mueting, Helga Leija y Esther Fangman el día de la profesión de votos de Leija. Leija llevaba un traje sastre nuevo que encontró entre las donaciones de 'la tienda R'. (Foto: cortesía Helga Leija)
A muchas personas les sorprende saber que soy monja benedictina, porque no llevo el hábito tradicional. La confusión es comprensible, ya que durante siglos se ha asociado la vida monástica con vestimentas distintivas. Sin embargo, en nuestro monasterio hemos optado por vestir ropa moderna y sencilla, inspirada en el espíritu de san Benito. Para nosotras, lo importante no es la prenda en sí, sino el espíritu de sencillez y vida comunitaria que representa.

Uno de mis rincones favoritos del monasterio está en el sótano, cerca del área de lavandería industrial. Es un espacio pequeño, sin pretensiones, pero siempre está limpio y ordenado. Lo llamamos 'la tienda R', y allí guardamos ropa usada en buen estado, donada por hermanas o personas amigas.
Cuando alguna hermana necesita algo —un suéter calientito, un par de zapatos o una falda para una liturgia especial— suele venir primero a buscar aquí. 'Compra' lo que necesita, y puede pagar con una oración. La mayoría de las veces, encuentra lo que busca.
La opción de reutilizar, remendar y repartirnos la ropa es una práctica que refleja profundamente los valores de la Regla de San Benito. En el capítulo 55, Benito da indicaciones claras sobre el vestido de los monjes: "Dese a los monjes la ropa que necesiten según el tipo de las regiones en que viven o el clima de ellas".
Benito es, como siempre, breve, práctico y considerado. Para él, la ropa no tiene que ver con el estatus ni expresa la individualidad. Benito insiste en que lo que vestimos debe adaptarse al entorno y a la temporada: que abrigue en invierno, que sea ligera en verano, y que sea común a la región. Nada llamativo, nada excesivo. Nada que atraiga la atención hacia nosotros mismos.
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Pero lo que más me impresiona es la intención de fondo en esas indicaciones: no debe haber murmuraciones, ni privilegios ni posesiones personales. La ropa, como todo en el monasterio, nos la da la comunidad, y es también la comunidad quien la cuida. Benito escribe: "No se quejen los monjes del color, o de la tosquedad de estas prendas, sino acéptenlas tal como se puedan conseguir en la provincia donde vivan, o que puedan comprarse más baratas".
Hoy en día, seguir una indicación así no es nada fácil. Estamos rodeados de mensajes que nos dicen que nos expresemos a través de lo que vestimos, que consumamos sin parar, que sigamos las tendencias.
La industria de la moda desechable se alimenta de ese impulso produciendo miles de millones de prendas al año, muchas de las cuales se usan apenas unas cuantas veces. Gran parte de ellas termina descartada, acumulada en lugares como el desierto de Atacama, en Chile, donde montañas de ropa no deseada —algunas aún con las etiquetas— contaminan el suelo y sofocan el paisaje.
Esto no es solo una crisis ambiental. Es también una crisis espiritual. Cuando la ropa se vuelve desechable, también lo son las personas que la confeccionan. El costo humano de la moda rápida —salarios miserables, condiciones inseguras, trabajo infantil— es demasiado alto como para justificar la comodidad.

Esta imagen de 2011 muestra a trabajadores de una fábrica textil en una cadena de montaje en Bangladesh. (Foto: Wikimedia Commons/Tareq Salahuddin)
La Regla de san Benito, con su llamado a la moderación y al cuidado comunitario, nos enseña que nuestra forma de vestir en el monasterio no es solo una cuestión práctica; también es un acto de resistencia frente al consumismo y al despilfarro de la sociedad actual.
Por eso, en nuestra comunidad, optamos por vestir de manera sencilla: con ropa modesta, resistente y apropiada para nuestro entorno. Siempre que podemos, elegimos ropa de segunda mano, ya sea del propio guardarropa comunitario o de tiendas de segunda mano locales. No se trata solo de ahorrar dinero (aunque también ayuda), sino, sobre todo, de una forma de resistir la cultura del descarte.
Cuando optamos por ropa usada, cuando reparamos y reutilizamos lo que ya tenemos, elegimos las relaciones por encima de la reputación, la sostenibilidad por encima del estilo.
Benito sabía que la manera en que nos vestimos nunca se trata solo de uno mismo, sino de la comunidad. Y, sin embargo, en el capítulo 55 nos recuerda: "Se daba a cada uno lo que necesitaba (Hechos 4, 35). Al hacerlo, añade que se debe tomar en cuenta "la flaqueza de los necesitados y no la mala voluntad de los envidiosos".
En nuestra comunidad, procuramos seguir esas instrucciones. Cuando una hermana necesita algo, lo pide y recibe lo que le hace falta. Esta forma de vida ha transformado mi manera de ver la ropa: ya no la considero desechable ni realmente mía. Considero que se me ha confiado por un tiempo. Tal vez otra hermana use esta blusa después de mí. Alguien más usó esta falda antes que yo. Hay algo de comunión en eso, y me llena de una alegría mucho más profunda que la de poseer algo.
Mientras escribo esto, llevo puesto un suéter que encontré hace cinco años en una tienda de segunda mano. Tenía un pequeño agujero cerca del puño, que reparé con unas cuantas puntadas. No sé quién lo usó antes ni qué historias guarda, pero me siento agradecida por él. Me mantiene abrigada. Me recuerda que tengo lo suficiente.
En un mundo impulsado por la novedad y el consumo, la Regla de san Benito nos invita a vivir de otro modo: con reverencia, moderación y sentido de comunidad. Para nosotras, la sencillez no es una carga, sino una bendición. Nos libera. Libera a la Tierra. Y nos orienta hacia una comunidad donde procuramos tratar todo como si fuera un vaso sagrado del altar.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 18 de julio de 2025.