
La Hna. Maritze Trigos abraza a Cecilia Arenas, de las Madres de Soacha, una vieja amiga a la que llama "una gran luchadora". (Foto: Tracy Barnett)
El Hogar Comunitario El Pueblo —en Soacha, Colombia— resuena con los preparativos para la función de la tarde. Niños con trajes tradicionales practican sus pasos una vez más, mientras las madres ajustan faldas con volantes y enderezan sombreros miniatura. La Hna. Maritze Trigos Torres supervisa, al tiempo que la Hna. Teresita Cano prepara la comida de la tarde.
Pero en un rincón tranquilo, Cecilia Arenas, una mujer del colectivo las Madres de Soacha, comienza a hablar de otra realidad presente en este barrio a las afueras de Bogotá; y esa realidad incluye su viaje de la ira a la sanación, al saltar de un avión en paracaídas con un asesino convicto en el camino.
El hermano menor de Cecilia, Mario Álexánder Arenas Garzón, fue una de las miles de víctimas de 'falsos positivos' en Colombia: civiles asesinados por el ejército colombiano y vestidos de guerrilleros para inflar el número de muertos y reclamar recompensas del Gobierno. En 2008, soldados atrajeron a este obrero de la construcción de 32 años desde Bogotá con promesas de trabajo,para después dispararle y exhibir su cadáver como si fuera un combatiente enemigo. Un soldado confesó más tarde con cruel naturalidad: "Ese muchacho era un tonto que se prestó a un falso positivo". Álex se había unido a miles de jóvenes, muchos de este mismo barrio de Soacha, cuyas muertes expusieron uno de los capítulos más oscuros del ejército colombiano.

Mario Alexánder Arenas, hermano de Cecilia Arenas, fue una de las aproximadamente 6402 víctimas del escándalo de los 'falsos positivos' en Colombia, en el que civiles fueron asesinados por el ejército y presentados como guerrilleros para inflar las estadísticas de combate y obtener incentivos del Estado. (Foto: cortesía Cecilia Arenas)
El escándalo de los 'falsos positivos' estalló en 2008 cuando Madres de Soacha, este último un municipio al este de Bogotá, encontraron a sus hijos desaparecidos en una fosa común a cientos de kilómetros de distancia, vestidos con uniformes de guerrillero que nunca habían usado. Las unidades militares habían recibido incentivos como bonificaciones, ascensos y días de vacaciones por bajas en combate, lo que condujo al asesinato sistemático de al menos 6402 civiles entre 2002 y 2008, según la Jurisdicción Especial para la Paz de Colombia. En respuesta a la indignación internacional, la Comisión de la Verdad de Colombia comenzó a trabajar para conectar a las familias de las víctimas con los perpetradores como parte de un proceso de reconciliación más amplio.
Cuando el ejército afirmó que Álex murió en combate como guerrillero, Cecilia supo que era mentira. Álex, quien vivía con ella, remodelaba casas en Bogotá, saliendo a las 5 de la mañana y regresando a las 7 de la tarde. "¿Cuándo tuvo tiempo de convertirse en guerrillero?", dijo y puntualizó: "Era imposible".
Cuando los oficiales la llamaron para identificar un cadáver en Bucaramanga, le mostraron una fotografía de Álex con camuflaje militar, con su ropa de trabajo visible debajo, un intento descuidado de ocultar el asesinato. El fiscal insistió en que Álex había muerto en combate portando 100 armas y 40 millones de pesos. "¿Cómo pudo mi hermano llevar 100 armas?", preguntó Cecilia. Cuando le señaló que llevaba su sudadera de trabajo debajo del uniforme guerrillero en medio del calor sofocante, el fiscal no tuvo respuesta. Pero su familia, aterrorizada por el poder militar, aceptó la versión militar, advirtiéndole: "El ejército es algo muy grande. Y tú eres una hormiga. Te matarán, y luego volverán y nos matarán a todos".
Pero Cecilia le había hecho una promesa a su madre de limpiar el nombre de su hermano, y tenía la intención de cumplirla. Se unió a otras mujeres sobrevivientes y comenzó a exigir respuestas. Nació el colectivo Madres de Soacha, que se convirtió en una fuerza a tener en cuenta.
"Las madres no se rinden, carajo", dijo Cecilia, recitando el lema de las Madres de Soacha. A sus 56 años, lleva 17 negándose a rendirse: ni al dolor ni al miedo, ni siquiera a la rabia que la consumió tras el asesinato de Álex.
En aquellos días, veía a un soldado y lo juzgaba culpable de inmediato. Su hijo menor absorbió ese odio, arrojando piedras y escupiendo a cualquier soldado que pasara frente a su apartamento en el tercer piso. El chico estaba tan consumido por la venganza que finalmente se alistó en el ejército con un plan secreto para robar armas y matar soldados desde dentro. Afortunadamente, sus habilidades informáticas lo mantuvieron en una oficina, lejos de las armas.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo tenía que cambiar. La transformación comenzó cuando el padre Francisco de Roux, de la Comisión de la Verdad, mencionó que estaba trabajando con militares victimarios. Las madres lo sorprendieron con una petición inesperada: querían conocer cara a cara a los asesinos de sus hijos. Y querían saber la verdad sobre lo sucedido.
"No, no, no, no, viejitas, están locas", les dijo el sacerdote. Pero las madres insistieron. Las hermanas Maritze, Teresita y Norma Bernal las apoyaron. Finalmente accedió, y después de dos años de preparación psicológica por separado, 19 madres se sentaron frente a los soldados que habían asesinado a sus hijos.
"Créanme, es lo más difícil que puede existir en esta vida. Tener que escuchar qué expresión puso mi hermano cuando lo iban a matar", dijo Cecilia en voz baja.
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La respuesta del soldado aún la atormenta: "No, estaba sonriendo". Cuando Cecilia vio la fotografía del cuerpo de Álex, comprendió. Su madre les había enseñado a no llorar nunca delante de otros, a no agachar la cabeza, a no suplicar. "Creo que Álex pensó: 'Aquí me van a matar'. "Así que sonrió", dijo.
Entre lágrimas y rabia, guiados por la presencia constante de las hermanas, algo cambió. Los soldados comenzaron a confiar, revelando detalles de otros casos. Madres que habían aceptado las mentiras oficiales sobre la muerte de sus hijos en combate descubrieron la verdad. El trabajo se expandió, más allá de la sanación individual, a la reflexión colectiva.
Cecilia comenzó a visitar prisiones como parte de su trabajo de sanación, hablando con los reclusos sobre el perdón. Sabía que los presos debían completar un 'proyecto de vida' para obtener una liberación anticipada y se mostró escéptica al conocer a Juan Esteban Muñoz, un soldado que había huido a Estados Unidos solo para regresar y confesar 67 asesinatos.
"Dijo que los muertos comenzaron a perseguirlo", comentó sobre el motivo por el que Muñoz regresó a Colombia y se entregó.
"No buscas perdón. Solo quieres salir rápido", le respondió. Él le explicó que sí, que necesitaba completar el proyecto, que era necesario poder trabajar con las víctimas y pedirles perdón sinceramente. Aún con dudas, Cecilia decidió ponerlo a prueba. Siempre había deseado el paracaidismo como una forma de sanación: "Si lo que dices es cierto, quiero saltar en paracaídas contigo".
Él aceptó. En el aire, el asesino que había ejecutado a docenas de personas después le contó que se había sentido "como si llevara una bandeja de huevos, aterrorizado de romper incluso uno, pensando solo en su responsabilidad por mi seguridad".

En un encuentro celebrado en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, el 24 de noviembre de 2024, Cecilia Arenas participó junto a otras Hermanas de los Falsos Positivos en un espacio de reflexión y recuerdo. (Foto: cortesía Cecilia Arenas)
Así se ve la transformación en Soacha, donde las madres de víctimas de 'falsos positivos' han hecho lo impensable: abrazar a los asesinos de sus hijos.
Una madre escuchó las últimas palabras de su hijo: "Dame un minuto para llamar a mi madre y despedirme". El soldado se negó y apretó el gatillo. Otra madre se enteró de que su hijo herido pidió agua; en lugar de eso, le dispararon en la cabeza. Pero algo empezó a cambiar en esas habitaciones. Los soldados empezaron a confesar no solo a las madres, sino también otros crímenes. Acudieron al parque principal de Soacha para reconocer públicamente lo que habían hecho. Y entonces llegaron las llamadas telefónicas.
"El perdón es posible si viene del corazón": Cecilia Arenas, una de las Madres de Soacha, sobre el proceso de reconciliación que estas mujeres impulsan en Colombia tras el escándalo de los 'falsos positivos'
"Uno de ellos me llamó y me dijo que su madre tenía cáncer y se estaba muriendo", dijo Cecilia. La anciana suplicó saber si el perdón de Cecilia era real, colmándola de "miles y miles de bendiciones" antes de morir ocho días después.
Otro agresor fue abandonado por sus hijos al enterarse de sus crímenes. Su esposa tenía cáncer. Cecilia todavía los llama para saber cómo están.
Trigos, Cano y Bernal ofrecieron el apoyo espiritual y emocional para seguir adelante. "Cuando las hermanas nos inyectan esa palabra de amor, seguimos remendando nuestros corazones", dijeron algunos y algunas.
El corazón sigue herido, reconoce Cecilia, pero ahora está curado, lleno de un recuerdo basado en el perdón, en la conciliación, en la reconciliación.
No todas las madres pudieron emprender este camino; solo cuatro o cinco de las 19 abrazaron este camino radical, dijo Cecilia. Pero las que lo hicieron lograron algo extraordinario: transformaron su agonía en una fuerza tan poderosa que hizo confesar a los asesinos, los puso de rodillas y, quizá lo más notable, les devolvió su humanidad.
"El perdón es posible si nace del corazón", insiste Cecilia mientras las voces de los niños se filtran desde el ensayo. En Soacha, donde el Estado una vez disfrazó el asesinato con mentiras, un pequeño grupo de madres ha desnudado la violencia misma, revelando a los seres humanos rotos que subyacen, y de alguna manera, imposiblemente, han decidido devolverles la vida.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 18 de agosto de 2025.