La naturaleza en nuestras vidas, en la catedral y en la cúpula de los derechos humanos

La Capilla del Santísimo Sacramento, creada por el artista Miquel Barceló, en la Catedral de Santa María de Palma, en Palma de Mallorca, España.

La Capilla del Santísimo Sacramento, creada por el artista Miquel Barceló, en la Catedral de Santa María de Palma, en Palma de Mallorca, España. (Foto: Wikimedia Commons/ Friedrich Haag)

por Magda Bennásar

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Sí, podemos acercarnos a la madre naturaleza. Sí, podemos abrazar a los árboles. Sí, podemos abrazar las olas y dejar que el aire que respiramos nos envuelva lentamente y firmemente como el Espíritu de Dios: abrazando, acogiendo, penetrando todo el microcosmos que somos, todo nuestro ser. Y, sí, podemos besar la tierra y el río que corre, y sonreír al sentir el cosquilleo en nuestros labios.

¿Miedo de qué? ¡Oh!, no; no hay lugar para miedos, pues ella está ahí, madre naturaleza, elegante, purificada por un largo retiro, majestuosa y accesible, como siempre.

¡Cuánto la hemos echado de menos estos meses, cuando la mayoría no podíamos salir de nuestros pisos más que para emergencias!

El llanto de la Tierra durante estos meses ha sido como la enfermedad de una madre, casi siempre obviada menos el día de su cumple; una madre usada, explotada para satisfacer nuestras necesidades y deseos.

Tal vez ahora que la hemos echado tanto de menos, la tratemos con más cariño y delicadeza. No es demasiado tarde. A veces cuando alguien cercano muere lamentamos no haberle dicho cuánto le queríamos; ahora, todavía queda algo de tiempo para repensar nuestra relación con el planeta.

Pero la naturaleza no necesita palabras, necesita respeto, y, sí, respeto. Como cualquier ser vivo se desarrolla y saca lo mejor de sí misma cuando es valorada y amada. ¡Ahora es el momento! Todavía queda algo de tiempo.

Muchos de nosotros, amantes de la naturaleza, pensamos que necesitamos ritualizar los cambios, movimientos,  las estaciones… como un modo de sacralizarlo.

Me inclino ante el sol, cada mañana, cuando temprano doy mi paseo contemplativo, ¡y ahí está, emergiendo de la oscuridad y trayendo la luz! Ahí está, cubriendo todo de color y calor.

Puedo caminar deprisa, prestando atención a mí cuerpo, a mi respiración... o puedo poner toda mi atención en lo que está delante de mí, que se nos ha dado gratuitamente. Y despacio puedo intentar ser parte de ese todo:
… del aroma de los árboles acabados de despertar; del color del mar recién pintado; de la gente conduciendo rápido al trabajo; de los que nos deseamos los buenos días  al cruzarnos en el camino… todo puede ser sagrado y diferente cada día.

Me encuentro sacando fotos de los mismos lugares, porque “hoy el color es diferente o desde este ángulo tengo mejor perspectiva…” y sonrío, como una madre que saca todavía otra foto a su precioso hijo.

Hay un rincón cerca de casa, donde puedo ver la luna saliendo casi a la vez que se pone el sol. ¡Increíble!

Y antes de irme a la cama me encanta desear las buenas noches a las estrellas, justo encima de mi cabeza; entonces, simplemente me acuerdo de mirar afuera y arriba en lugar de adentro y abajo. 

Los tiempos más hermosos del día y de la noche, todos sabemos que coinciden con la Liturgia de las Horas, lo cual es espléndido y da vida. ¿Cómo podemos olvidarlo? La naturaleza es como un salmo vivo, siempre inclusivo, y ofreciendo la más variada oferta de lugares para que cada día encontremos aquel rincón, aquel salmo vivo, que nos habla al corazón.

¿Puedes imaginar tener todo esto concentrado en una catedral?

Todos sabemos de lugares donde la naturaleza está presente en las iglesias y templos. Mi relato de hoy se refiere a la Catedral de Palma de Mallorca, España.

Como  otras catedrales de Europa, primero fue una mezquita y fue deconstruida (siglo XIII) para convertirse en catedral. ¿Cómo hacemos hoy? Talamos bosques enteros (catedrales de la naturaleza) para tener nuestras comodidades. La religión puede convertirse en una comodidad si no está en contacto con la realidad, con la espiritualidad de las personas. Hoy no deconstruiríamos, ¿o sí? Prefiero creer que hoy nos uniríamos en un edificio emblemático celebrando la sacralidad de las diferentes religiones en su arquitectura, en sus liturgias.

La Catedral de Palma ha sido renovada en diferentes ocasiones para adaptarse al mundo actual, sin perder el sabor y el sentido de ser una catedral asomada al Mediterráneo en la Bahía de Palma.

La renovación más reciente la hizo un pintor de mi ciudad natal, Miquel Barceló. Barceló es pintor y ceramista, enamorado, como todos los del lugar, del Mediterráneo con sus colores y sus frutos. Miquel ha sido capaz de integrar el mundo de afuera en una habitación, la capilla del Santísimo de la catedral.

Miquel incorpora los bosques del fondo del mar así como los frutos de la tierra, en una combinación de espiritualidad y realidad que quita el aliento por su belleza y por su reclamo de justicia

También pintó la cúpula del Salón de los Derechos Humanos para las Naciones Unidas en Ginebra.

Cuando la naturaleza entra a formar parte de nuestros espacios sagrados, parece que lo interiorizamos como experiencia mística, incluso. Podríamos decir que hay otras formas de hablar y enseñar sobre nuestra fe, y de igualdad y justicia, más allá de las historias de siempre.

Imagina que te llevas a tu sobrino o a tu clase a visitar la catedral, y que les dejas que te digan lo que ven y sienten en esta sala especial… Posiblemente les alcanza en profundidad.  Luego, sería más fácil explicarles que alguien dio su vida para salvar y preservar toda esta vida, antes que explicar  de golpe que a Jesús le mataron por ser demasiado bueno.

Tal vez la creatividad de un niño se despertaría y alimentaría con imágenes en nuestras iglesias, que también encontramos en nuestros paisajes, en las noticias y en nuestra sala de reuniones de derechos humanos de la ONU.

Así, tal vez, todos creceríamos en conciencia y creatividad para disfrutar de los dones que se nos han prestado por un tiempo.

En El sueño de la Tierra, Thomas Berry lo dijo muy bien:

En nuestro contexto actual, no ser creativos sería un fracaso absoluto.  Un fracaso actual en este orden de magnitud no puede remediarse más tarde con un éxito mayor. En este contexto se necesita un tipo de creatividad completamente nuevo. Esta creatividad deberá tener como preocupación primordial la supervivencia de la Tierra y/EN su creatividad funcional. Preocuparnos por el buen estado del planeta reunirá a las naciones del mundo en una comunidad internacional.

Estemos en casa, en la catedral o en la casa de las naciones, el planeta impregna nuestras vidas recordándonos nuestra sagrada creatividad  y la del planeta. ¡Mantengamos nuestros corazones alerta y despiertos!

[María Magdalena Bennásar (Magda), de las Hermanas para la Comunidad Cristiana, es española. Ha trabajado en la enseñanza, la dirección de retiros y talleres, la creación de comunidades y la formación de líderes laicos en Australia, Estados Unidos y España. Actualmente trabaja en la ecoespiritualidad y busca un espacio para crear un centro o colaborar con otros]

Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 7 de enero de 2021.