ENTREVISTA | Hna. Nyzelle Dondé guía el ministerio para migrantes de la Iglesia hondureña

En un salón cerrado de piso rojo y paredes azules, y junto a los alimentos acopiados, aguardan la hermana scalabriniana Dondé y laicos scalabrinianos.

La Hna. scalabriniana Nyzelle Dondé, segunda por la derecha, con laicos scalabrinianos en camino para entregar alimentos a los migrantes haitianos en Honduras en 2020.  (Foto: cortesía de la Hna. Nyzelle Dondé)

Traducido por Purificación Rodríguez Campaña

Ver perfil del autor

Como si no hubiera sido suficiente con la pandemia.

Los dos huracanes que azotaron Honduras con apenas un par de semanas de diferencia (el Eta, de categoría 4, el 3 de noviembre de 2022, y el Iota, de categoría 5, el 16 de noviembre) agravaron las necesidades económicas y la desesperación de los hondureños, que ya tienen dificultades para llegar a fin de mes en un año normal. Muchos habían intentado huir, tras los problemas económicos causados por la pandemia, uniéndose a una caravana de migrantes a principios de octubre, solo para ser deportados en la frontera guatemalteca a sus antiguos hogares, que los huracanes pronto diezmaron.

Pero la Hna. scalabriniana Nyzelle Dondé y su equipo intentan ayudar.

Dondé, de origen brasileño, es la directora de la Pastoral de Movilidad Humana, el ministerio de migración de los obispos hondureños, cuyo servicio a los migrantes ha evolucionado con las necesidades en sus 30 años de funcionamiento. Al principio, el ministerio abrió un albergue transitorio en Ocotepeque y ofreció servicios inmediatos como alimentos y exámenes médicos; pero en los últimos 12 años, aproximadamente, las necesidades se hicieron tan grandes que abrieron un centro de atención a migrantes en La Lima, donde el personal puede ofrecerles una amplia gama de servicios, incluidos psicólogos y asistencia jurídica. El año pasado, el grupo pastoral trabajó con unas 40 000 personas.

Unos miembros del equipo de trabajo del centro de migrantes están sentados en el cajón de un camión, en donde reposa un tanque azul para líquidos; otros están de píe, en el suelo.

El equipo que trabaja en el centro de migrantes del ministerio episcopal de Honduras en Ocotepeque comparte un momento de reflexión y gratitud en octubre. (Foto: cortesía de la Hna. Nyzelle Dondé)

El centro ha tenido que adaptarse al coronavirus como cualquier otra organización, ofreciendo servicios por teléfono o en línea y llevando a cabo campañas de donación de la forma más segura posible, pero ahora su personal  también necesita ayuda, pues tras los huracanes se ha quedado sin recursos.

La hermana scalabriniana Nyzelle Dondé, de pie junto al altar, en donde reposan flores blancas y un cirio blanco.

La Hna. scalabriniana Nyzelle Dondé.  (Foto: cortesía de la Hna. Nyzelle Dondé)

Dondé se mudó a Honduras desde México en febrero de 2020, un mes antes de que la pandemia mundial arrasara la región.

GSR: Hábleme de los migrantes a los que atiende el ministerio. ¿Qué diferencias hay entre sus necesidades?

Dondé: Clasificamos a los migrantes en cuatro categorías, cada una de las cuales requiere diferentes servicios de los distintos organismos del ministerio.

Un grupo con el que trabaja el ministerio son los migrantes que han sido deportados de vuelta a Honduras y que regresan con alguna discapacidad tras haber sufrido accidentes en el camino. Hemos visto una gran variedad de accidentes, sobre todo de los que se han subido en La Bestia [una red de trenes de mercancías que recorre todo México, popular entre los migrantes que intentan montarse en los techos] y se han caído, han sido amputados bilateralmente o han sufrido desmembramientos.

Otro grupo con el que trabajamos son los familiares de migrantes desaparecidos. Ofrecemos servicios psicológicos y, en colaboración con otra organización, asistencia jurídica a quienes buscan a sus seres queridos desaparecidos. Lamentablemente, algunos de sus seres queridos regresan en forma de cenizas o restos. Algunos pasan años o décadas con la esperanza de encontrar a su hijo o ser querido.

También trabajamos con desplazados internos, aquellos que han sido amenazados o atacados y están en peligro y necesitan ser reubicados fuera del país o en una región más segura. Tenemos psicólogos que entrevistan a los desplazados internos y les ayudamos a coordinar la logística.

Nuestro último grupo son los migrantes que han sido deportados de regreso a La Lima. Una forma de ayudarles es ofreciéndoles servicios de salud mental, porque el ministerio entiende lo grande que es esa necesidad en un migrante. Sí, necesitan ayuda física, y eso puede ser obvio para algunos, pero también necesitan ayuda mental. Es algo sobre la migración de lo que no se habla lo suficiente. No solo han sufrido muchos traumas y experiencias horribles, sino que también necesitan restablecerse, averiguar cómo ganarse la vida y cómo mantener a sus familias. Por eso el ministerio les ayuda a trazar un camino.
 

La hermana Dondé, de pie en una sala de espera, ofrece una bebida a un migrante deportado que está sentado.

La Hna. scalabriniana Nyzelle Dondé ofrece alimentos a los migrantes deportados desde Estados Unidos o México en un aeropuerto de Toncontín, Honduras. (Foto: cortesía de la Hna. Nyzelle Dondé)

Sobre la caravana que había salido de Honduras en octubre; al comienzo de nuestra conversación se refirió a ella como la “caravana frustrada”. ¿Por qué?

De los 3000 o 4000 de esa caravana, gran parte no pudieron continuar su viaje porque las autoridades guatemaltecas se lo impidieron en la frontera. No cuento con un número exacto.

Por eso la llamo 'frustrada', porque muchos fueron enviados a casa antes de llegar a Guatemala y ahora tienen que vivir frustrados, sin ofertas de trabajo ni posibilidades económicas, teniendo que quedarse en Honduras. Y eso es culpa de Honduras, [porque] todo el mundo tiene derecho a migrar, pero Honduras tiene que ofrecer alternativas a la emigración, porque también es un derecho de todos poder quedarse en casa, en el propio país, en la propia tierra, y llevar una vida digna.

La migración en Honduras es un fenómeno histórico, aunque en el pasado fue de carácter interno. El huracán Mitch en 1998, sobre todo, impulsó la migración. Y alrededor de 2008, 2009, las razones se volvieron estructurales. Honduras es un país que cuenta con muchos recursos naturales pero que no generan empleo. Y la única opción que creen tener [los hondureños] es irse y ganarse la vida fuera de Honduras.

A fin de cuentas, Honduras exporta migrantes. Es un país migratorio, y nuestras autoridades no les hacen una oferta para quedarse. Así que cuando hablamos de por qué se van, vemos que es simplemente parte de nuestra cultura: el éxodo y la búsqueda de alternativas para sobrevivir.
 

En una pista de aterrizaje, migrantes depoirtados hacen fila antes de subir al avión; a un lado de la pista, en un todlo blanco, la hermana Dondé y voluntarios scalabrinianos  acompañan a los migrantes antes de abordar.

“Una vez que las deportaciones empezaron a producirse de forma frecuente por vía aérea, la pastoral [de migrantes de los obispos hondureños] empezó a acompañar a los migrantes en el aeropuerto” en Toncontín, Honduras, explicó la Hna. scalabriniana Nyzelle Dondé. (Foto: cortesía de la Hna. Nyzelle Dondé)

¿Cómo han afectado la pandemia y los huracanes a su ministerio? ¿Disminuyeron en algo la migración o la fomentaron?

El COVID-19 ha paralizado la migración masiva, pero las personas siguen migrando, siguen estando desesperadas.

Yo solo puedo hablar desde mi perspectiva trabajando con la Iglesia y los migrantes, pero esto ha creado una cadena de solidaridad increíblemente fuerte. Al principio del coronavirus, el ministerio lanzó una campaña, Manos en Solidaridad, y recibimos muchas donaciones de alimentos y ropa para los migrantes deportados. Y seguimos con la campaña, recogiendo donativos y al mismo tiempo observando todas las medidas de seguridad ante la pandemia.

La hermana Dondé ofrece una alimento a un niño migrante que es llevado de la mano por su madre.

La Hna. scalabriana Nyzelle Dondé ofrece alimentos a los migrantes deportados desde Estados Unidos o México en un aeropuerto de Toncontín, Honduras. (Foto: cortesía de la Hna. Nyzelle Dondé)

Pero los huracanes han devastado a gran parte de nuestro personal, así que ahora también pedimos donaciones monetarias para apoyar a quienes lo han perdido prácticamente todo. Por eso seguimos haciendo campaña por la solidaridad. La pandemia ni siquiera había terminado antes de que nos azotara el huracán Eta, que devastó a tantos. Y es probable que quienes se quedaron sin nada tras los huracanes prueben suerte siguiendo la vía migratoria.

Dado que ha vivido un primer año tan tumultuoso y ha conocido a tantas personas que atraviesan dificultades, tengo curiosidad por saber cómo le ha afectado personalmente este ministerio.

Me ha tocado fuerte, como dicen por aquí. Cuando llegué aquí, todo era nuevo para mí. Estaba navegando por un nuevo contexto de la historia hondureña, navegando por las muchas facetas del ministerio, su historia y los grupos a los que sirve, pero sobre todo, familiarizándome con las muchas historias de vida a las que el ministerio sirve y acompaña. Fue una gran responsabilidad —para ser honesta, fue pesado y difícil—, pero al mismo tiempo pude sentir la presencia de Dios enhebrando activamente el tapiz de los meses que he estado aquí en Honduras.

Veo el rostro de Dios en todas aquellas personas motivadas por ayudar a su prójimo. Puede parecer algo simple, pero resulta tan impactante cuando los miembros de mi equipo dicen: “Hermana, no se preocupe por mi paga del mes; destínela a los que la necesitan”. Este tipo de gestos me conmueven profundamente, porque hay mucha empatía y compasión en cada persona, y eso ayuda mucho a los migrantes. La gente se entrega de todo corazón al bienestar de los migrantes.

Es una invitación para mí personalmente, como misionera scalabriniana, a cumplir con el espíritu de nuestro fundador y acompañar a nuestros migrantes, apoyarlos, ofrecerles palabras de consuelo y fe, y la seguridad de que Dios está con ellos. Esta es nuestra misión en la Tierra y a pesar de las dificultades que enfrentamos personalmente o como sociedad, es una confirmación de que Dios me quiere aquí en este lugar, y yo soy su instrumento para estas personas.