Las panelistas de La Vida respondieron este mes a la siguiente premisa: Basándote en tus experiencias y en el entorno que te rodea, comparte una reflexión sobre el Adviento. En la imagen, un cielo nocturno estrellado recuerda que las hermanas, aunque a veces poco reconocidas en el "firmamento eclesial", brillan silenciosas llevando luz y esperanza en sus lugares de misión. (Foto: Unsplash/Atanas Dzhingarov)
¡Bienvenidas al tercer año de La Vida! Este nuevo panel está compuesto por 20 hermanas que provienen principalmente de países de América Latina como Argentina, México, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela, Puerto Rico y Brasil, así como de Estados Unidos, España y Japón. Conoce el panel completo aquí.
Las trayectorias de las panelistas van desde responsabilidades en ministerios educativos, pastorales, sociales, administrativos, contemplativos, digitales y comunitarios, hasta la participación activa de algunas de ellas desde sus lugares de misión
Juntas, compartirán reflexiones personales sobre la espiritualidad, la fe y los retos de nuestro mundo actual. Cada perspectiva aportará riqueza a este diálogo sobre la llamada que Dios les ha confiado.
Las panelistas de La Vida respondieron este mes a la siguiente premisa: Basándote en tus experiencias y en el mundo que te rodea, comparte una reflexión o meditación sobre el tema del Adviento.
Desde Japón hasta Argentina, las hermanas del panel de La Vida comparten cómo la espera es entrega, cómo lo pequeño gesta vida nueva y cómo las estrellas que guían su fe tienen rostro de mujer.
La Vida, testimonios de la vida consagrada
Ada Mabel Mier, religiosa de María Inmaculada, estudió Ciencias Religiosas en Roma, Italia, y se formó en la Escuela para Formadores en Morelia, Michoacán, México. Tiene una maestría en Desarrollo Humano por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (Iteso). En su congregación ha atendido directamente a jóvenes empleadas del hogar, actuando como intermediaria con sus empleadoras. Ha sido superiora local y maestra de novicias; y colaborado en la pastoral parroquial en Guadalajara, así como en asambleas y capítulos generales en su congregación. Actualmente se prepara para una misión.
"Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación" (Lc 21, 28)
Recuerdo que esta frase me llenó de consuelo el año pasado, al escucharla en la liturgia de la eucaristía.
El Adviento es, ante todo, un tiempo de esperanza. Los anhelos de salvación, de liberación y de expectación se ven cumplidos. Creo que la mayoría de los cristianos, al ver todo lo que sucede en el mundo —guerras, hambrunas, injusticias, desapariciones, fenómenos naturales como inundaciones, incendios, sequías, terremotos— anhelamos paz, justicia y quietud para la humanidad.
Pero también acecha la desesperanza: ¿dónde está Dios? O, como dice el salmista: "¿Es que Dios se ha olvidado de nosotros?" (Sal 77)
Entonces aparece esta hermosa palabra que llena el corazón de un anhelo renovado: "Cuando comiencen a suceder estas cosas: ¡cobren ánimo! ¡Levanten la cabeza! Se acerca su liberación".
El Adviento es eso: 'cobrar ánimo', renovar fuerzas y ponerse en pie. También es 'levantar la cabeza'; es decir, prestar atención a todo lo que pasa.
Una pequeña planta se abre paso entre las juntas de un piso de concreto, recordándonos que la esperanza del Adviento no es pasividad, sino entrega: levantar la cabeza y abrir los ojos a la vida que surge incluso en lo inesperado. (Foto: Unplash/Elisa Calvet)
No se trata solo de despertar los sentidos corporales, sino también los espirituales, que nos hacen trascender y nos ayudan a 'ver lo que no se ve', 'oír lo que no se oye' y 'palpar la cercanía de nuestra liberación'.
Desde que esa palabra tocó mi corazón, se dio un adviento en mi interior. Empecé a ver los sucesos del mundo como el anuncio gozoso de la liberación que se acerca.
Entendí que la espera no puede ser pasiva, que tenía que levantarme; es decir, no 'dormirme', sino caminar, trabajar o aportar, porque en esto todo cuenta.
Esa invitación de estar en pie, en guardia, con atención plena, es transformadora y totalmente contraria a la pasividad.
Por eso, la esperanza a la que nos invita el Adviento no es pasividad, sino entrega. No se trata de cerrar los ojos, sino de abrirlos con la cabeza levantada.
Levantamos la cabeza para prestar atención a los acontecimientos que nos anuncian la liberación, ese día maravilloso de la gloriosa manifestación de Dios.
Desde que pienso que 'el mal de este mundo' me anuncia un 'bien mayor', mi perspectiva ha cambiado. El Adviento no es solo un tiempo litúrgico, sino una actitud ante la vida. Mi desánimo se ha transformado en una espera gozosa de un acontecimiento constantemente pedido y deseado.
"El Adviento es 'cobrar ánimo', renovar fuerzas y ponerse en pie. También es 'levantar la cabeza'; es decir, prestar atención a todo lo que pasa. (...) La esperanza a la que nos invita no es pasividad, sino entrega": Hna. Ada Mier
Aurora Becerra Guzmán, hermana de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, es licenciada en Matemáticas con estudios en biblia y teología. Ha desempeñado su actividad apostólica en México, Estados Unidos y Japón, principalmente en la pastoral educativa y formación inicial. Actualmente forma parte de la comisión de espiritualidad y colabora en la comunidad parroquial de Mito, Japón, apoyando la formación espiritual de los latinos que viven en este país.
El Adviento es para mí una triple invitación: agradecer a Jesús que vino al mundo, permitirle que siga viniendo a través de mí y vivir de tal manera que cada día me prepare para su segunda venida.
Jesús vino al mundo para darnos a conocer el amor de Dios e invitarnos a ser testigos de ese amor. Su venida inauguró el primer Adviento. Aunque todo el pueblo de Israel lo vivía, pues los profetas hablaban de la espera del Mesías, algunos lo vivieron de manera particular. La Santísima Virgen María, san José, Isabel, Simeón y Ana fueron ejemplos de esta espera. Con su vida y su testimonio, nos invitan a vivir y celebrar cada año un nuevo Adviento.
Cuando yo era postulante, el hermano lasallista Pedro Álvarez, nos decía que el año litúrgico es como una espiral que nos invita a vivir cada año, con mayor profundidad y compromiso, el misterio del amor de Dios. "¡Arriba! ¡Cada año más arriba!", nos decía e insistía: "¡Que este Adviento no sea igual que el del año pasado, que sea mejor!".
Este año celebraré mi cuarto Adviento en Japón, lugar en donde actualmente realizo mi misión. Acá las celebraciones litúrgicas son solemnes, multiculturales y, sobre todo, sencillas.
El Adviento acá se inicia con el aseo general, la limpieza general de la parroquia, y la colocación de la corona de Adviento y del nacimiento, que generalmente solo tiene a la Santísima Virgen y a san José. Ellos, junto al pesebre, nos invitan a prepararnos para la celebración de la Navidad.
La Hna. Aurora Becerra Guzmán, de la Congregación de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, junto con la joven Ihssane Boubssila, musulmana originaria de Marruecos, participa en el paseo escolar al Festival del Iris en la ciudad de Itako, organizado por el Centro Internacional de Mito, donde ambas estudian japonés. (Foto: cortesía Hna. Aurora Becerra)
La Iglesia católica ha acogido la tradición budista del osōji, o gran limpieza. Los japoneses la realizan durante la última semana del año, involucra a todos y va más allá de la limpieza física del hogar, la escuela o la oficina. Esta limpieza es una invitación a eliminar todo lo que les impida recibir el nuevo año con un espíritu renovado.
La experiencia de compartir la fe en la parroquia y convivir con personas no católicas en la escuela, despiertan en mí el deseo de ser cada día un adviento para todos. Siento que Dios me invita a soltar mis seguridades y acoger mis limitaciones. Me llama a dejarlo actuar en mí para que su mensaje de esperanza y alegría llegue a todos.
También me siento invitada a orar por todas las personas, de diferentes religiones y estados civiles que viven y acompañan a quienes sufren por guerras, desastres naturales, discriminaciones, injusticias y muchas otras causas. Que su vida y entrega sea también un adviento para todos. Que su existencia sea la presencia y manifestación del amor de Dios en medio de esas dolorosas realidades.
"Este año celebraré mi cuarto Adviento en Japón.(...) La experiencia de compartir la fe en la parroquia y convivir con personas no católicas en la escuela, despiertan en mí el deseo de ser cada día un adviento para todos": Hna. Aurora Guzmán
Elsa Viviana Porcario ingresó a la vida consagrada en 2000 y desde 2017 anima un nuevo camino de consagración en la Fraternidad de Servidoras de los Más Pobres. Actualmente reside en Hipólito Yrigoyen, Salta, Argentina. Es docente, diplomada universitaria en Formación para Formadores y cursa la licenciatura en Educación.
En mi tierra, el Adviento se parece a esos amaneceres que llegan lentos, pero seguros, después de una larga noche. Nadie puede apurar el sol, pero todos podemos prepararnos para recibir su luz. Así también ocurre en la vida: hay cosas que no dependen de nosotros y que solo florecen si aprendemos a esperar.
Pero esperar no es cruzarse de brazos. Es un gesto activo, como el del campesino que prepara la tierra, aun cuando no vea la lluvia, o como el de la madre que organiza cada detalle antes del nacimiento de su hijo. El Adviento me invita a ejercitar esa espera que no desespera, porque se sostiene en la confianza. Esperar es aprender a vivir en clave de promesa, sabiendo que lo que está por venir, aunque tarde, será siempre un regalo.
Pienso en la caña de bambú, propia del lugar donde comparto mi vida y mi fe. Durante años permanece oculta bajo tierra, echando raíces que nadie ve. Quien la siembra podría creer que nada ocurre; sin embargo, en silencio y en lo escondido, la vida se va fortaleciendo y preparándose para sostener lo que vendrá. Y cuando finalmente brota, crece de manera sorprendente, alcanzando alturas increíbles en muy poco tiempo. Así también es mi espera, nuestra espera: en lo oculto, en lo que parece estéril, Dios va tejiendo vida nueva.
Desde abajo, el bosque de bambú nos recuerda que la vida se fortalece en lo oculto: como en el Adviento, la espera silenciosa prepara lo que crecerá con fuerza y sorprendente altura. (Foto: Pixabay)
Lo que más me cuesta muchas veces es esperar contra toda esperanza. Seguir apostando cuando no hay frutos, cuando nada parece cambiar y las fuerzas se agotan. El Adviento me recuerda, cada año, que lo importante también se forja en lo escondido, lejos de los aplausos y de las miradas.
El silencio de María es un buen ejemplo: "María guardaba todo en su corazón" (Lc 2, 19). Guardaba, escuchaba, esperaba sin anticiparse. Ella vivió el Adviento como nadie, con la paciencia de quien sabe que el amor verdadero nunca se improvisa, sino que se gesta paso a paso.
Hoy, en medio de las prisas y la inmediatez que todo lo ofrecen 'ya mismo', el Adviento me recuerda la belleza de lo lento. No se trata de perder tiempo, sino de dejar que el tiempo se transforme en un espacio donde puede nacer algo nuevo en nuestro interior.
La buena noticia es que no esperamos en vano, sino acompañados, sostenidos e iluminados. Cada vela que encendemos es como el bambú que después de años oculto se anima a brotar. Es un recordatorio de que incluso en la noche más oscura, el amanecer siempre llega. Y llega para encontrarnos con el corazón despierto, dispuesto y encendido.
"Lo que más me cuesta muchas veces es esperar contra toda esperanza. Seguir apostando cuando nada parece cambiar. El Adviento me recuerda que lo importante se forja en lo escondido, lejos de los aplausos y de las miradas": Hna. Elsa Porcario
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María Guadalupe Alfaro, religiosa de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, actualmente es vicaria y secretaria general de su congregación, en donde lidera procesos de formación permanente, impulsa la espiritualidad y coordina el equipo de comunicación. Tiene estudios en Ciencias de la Educación, Gestión Escolar, Teología Pastoral y Archivística. Su labor misionera se ha desarrollado en México, Bolivia y Perú, especialmente en pastoral educativa y acompañamiento a mujeres campesinas en Bolivia y grupos de infancia misionera. Reside en Ciudad de México.
Como bien sabemos, el Adviento es el tiempo litúrgico de preparación para celebrar el nacimiento de Jesús en el que se nos invita a vivir actitudes de esperanza, espera vigilante, conversión y gozo.
Al vislumbrarse este tiempo, me he puesto a pensar en nuestra realidad congregacional. Vivimos una disminución de personal y un aumento de hermanas mayores. También somos pocas las que sostenemos la misión, con todo lo que esto implica.
En este contexto me surgen algunas preguntas: ¿Cómo vivir un adviento congregacional? Como equipo de liderazgo, ¿cómo animar los procesos personales y congregacionales? ¿Y en qué clave hacerlo?
Creo que el Adviento es un tiempo para gestar la esperanza en lo pequeño y frágil, como lo fue el nacimiento de Jesús, quien nació en un pesebre, en una posada, acompañado solo por José y María. Aun en la pobreza y la fragilidad, su vida fue posible.
Por lo tanto, para nosotras es tiempo de descubrir los brotes de vida. Desde nuestro contexto veo llamadas e intuiciones del Espíritu Santo a vivirlo desde una clave de fe y no desde el derrotismo o la decepción. Las llamadas que surgen en mi interior son:
- A redescubrir lo esencial.
Dios se encarna en un pequeño. De la misma manera, la congregación pequeña nos invita a centrarnos en lo que es realmente esencial de nuestra vida consagrada, de nuestro carisma y de nuestras estructuras comunitarias. También nos llama a revisar nuestras formas de oración y a vivir con sencillez y en discernimiento personal y comunitario.
- A esperar en medio de la disminución.
El grano de mostaza es pequeño, pero se convierte en un arbusto grande. La disminución, entonces, es una llamada a la transición hacia nuevas formas de misión y a ser presencia significativa en nuestros espacios apostólicos.
El grano de mostaza es pequeño, pero puede crecer y dar fruto. La disminución de vocaciones en las congregaxciones invita a nuevas formas de misión y a ser presencia significativa en los espacios de servicio. (Foto: Pixabay)
- A preparar caminos en lo concreto.
Juan Bautista nos invita a abrirnos a nuevas formas de organizarnos y a nuevos modos de colaboración. Podemos hacerlo con corazón apasionado, sin caer en la tentación de sentirnos la voz que clama en el desierto cuando no obtenemos la respuesta que desearíamos.
- A desarrollar una espiritualidad de vigilancia y apertura.
No se trata de esperar pasivamente. Se trata de acercarnos a la realidad y discernir dónde Dios sigue naciendo hoy en nuestros apostolados y en la comunidad. También se trata de abrirnos a la novedad de las nuevas generaciones, conocer sus formas de relacionarse e intereses, y valorarlas. Es importante hacernos conscientes de que nuestras comunidades no son un museo, sino espacios abiertos, dinámicos y generadores de vida.
- Al silencio fecundo.
Acogemos a María como ejemplo de mujer que encarna la espera incluso en el desconcierto. Ella permanece firme al pie de la cruz y guarda en su corazón lo que tal vez no comprendía sobre Jesús. Su vida nos llama a acoger con fe lo que no comprendemos del todo en la comunidad, a escuchar profundamente y a orar los acontecimientos.
Nuestra misión como equipo de gobierno es animar a vivir un adviento congregacional como un tiempo de esperanza compartida, iluminando procesos.
"¿Cómo vivir un adviento congregacional? Cómo animar los procesos personales y congregacionales? El Adviento es un tiempo para gestar la esperanza en lo pequeño y frágil, como lo fue el nacimiento de Jesús": Hna. María G. Alfaro
Teresa Ortiz es eremita diocesana de la Diócesis de Valencia, España. Doctora en Teología por la Facultad de Teología de Valencia y licenciada en Antropología Social y Cultural por la Universidad Católica de Valencia, se desempeña como profesora asociada en la Facultad de Teología e imparte clases en el Instituto de Ciencias Religiosas y en el Máster de Espiritualidad. Disfruta realizando pequeños mosaicos de tema paleocristiano.
"No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante". Abrán contestó: "Señor Dios, ¿qué me vas a dar si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?". Abrán añadió: "No me has dado hijos, y un criado de mi casa me heredará". Pero el Señor le dirigió esta palabra: "No te heredará ese, sino que uno salido de tus entrañas será tu heredero". Luego lo sacó afuera y le dijo: "Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas". Y añadió: "Así será tu descendencia". Abrán creyó al Señor y se le contó como justicia. (Gén 15, 1-6)
De la fe de Abraham, Abrán, bebemos aún hoy. Es una maravilla mirar al cielo estrellado de la historia y reconocerme como una de las estrellas que él miraba. Soy promesa cumplida, somos promesa cumplida.
Cuando miramos con fe, cuando acogemos con esperanza la promesa que también nos hace Dios, las mismas estrellas que miraba Abrán se vuelven nuestra propia descendencia.
En este Adviento, en especial, quiero agradecerle a Dios por las estrellas que ha puesto en mi camino. Son las mujeres con las que estoy vinculada, mis hermanas en la fe. No son muchas. No son brillantes. No se les reconoce en el firmamento eclesial, pero me transmiten esperanza con su fe en Cristo, en especial en la noche que muchas veces vivimos. En la noche de este mundo, tantas veces falto de humanidad, los fuegos artificiales de los poderosos iluminan con su luz ególatra. Esa luz lo invade todo y no nos deja ver las estrellas, y menos aún las pequeñas y lejanas.
En la noche de este mundo, tantas veces falto de humanidad, las estrellas que guían la fe tienen rostro de mujer: hermanas de comunidad que, desde su servicio a otras mujeres en vulnerabilidad, transmiten esperanza, aunque no sean reconocidas en el “firmamento eclesial”. (Foto: Pixabay)
Todas las estrellas que animan mi fe tienen nombre de mujer. Hoy quiero señalarlas y reconocerlas.
Una es Desam. Ella está desvinculada de la institución eclesial. Se levanta a las cuatro de la mañana a trabajar, pero ora a Dios en lo oculto del día a día.
Otra es María, que por fin ha conseguido trabajo, después de tantos rechazos. A ella le brillan los ojos cuando habla de los niños de catequesis.
También está Mónica, madre de adolescentes a quienes ama con locura. Ella busca a Dios como tierra reseca.
Lola lidia con la ansiedad y la depresión, pero cada día ve a Jesús en sus pacientes.
Y, por último, Juana, una ermitaña que vive en el desierto de la ciudad. Ella cuida a su padre con alzheimer y me transmite pasión por la entrega incondicional a Dios.
Este Adviento quiero agradecer la fe que estas compañeras de camino y de vida me transmiten. Agradezco a Dios por este grupito de estrellas que, para mí, encarnan la esperanza. Ellas son mi descendencia cumplida.
"En este Adviento quiero agradecerle a Dios por las estrellas que ha puesto en mi camino: las mujeres con las que estoy vinculada, mis hermanas en la fe. No se les reconoce en el firmamento eclesial, pero me transmiten esperanza": Hna. Teresa Ortiz
