
La parábola del rico necio, óleo de Rembrandt, 1627. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Él le dijo: “Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Y les dijo: “Miren: guárdense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y les propuso una parábola: “Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: ‘¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha’. Y se dijo: ‘Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente’. Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?’. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios”» (Lucas 12, 13-21).
El evangelista Lucas nos trae en este mes de agosto para los Evangelios de los domingos varios pasajes en los que Jesús, aprovechando preguntas que le hacen, va a continuar enseñando en qué consiste el Reino de Dios y los valores que conllevan.
En este domingo, la pregunta se la hace uno de entre la gente y se refiere al reparto de la herencia. Muy seguramente este hombre tenía problemas con su hermano, quien no quería repartir la herencia de acuerdo con los criterios del pueblo judío, en el que la mitad era para el primogénito. Pero Jesús se deslinda de este asunto diciéndole que no tiene autoridad para ser arbitro entre ellos; pero, aunque no lo dice, sí tiene autoridad para hablarles de la forma de vida que él anuncia, donde la codicia no tiene cabida. Para esto se vale de una historia, la de un hombre rico que tiene una gran cosecha y está buscando la manera de almacenarla para sentirse seguro con su riqueza.
"El tesoro que Dios quiere es la capacidad de amarlo a él y al prójimo, el saber compartir y servir, el abrirse a las necesidades de los demás, respondiendo a ellas": teóloga Consuelo Vélez
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Fijémonos en tres detalles de esta historia. En primer lugar, Jesús explícitamente habla de un hombre ‘rico’. Varias veces, y en concreto Lucas, muestra la dificultad que tienen los ricos para entender el mensaje que Jesús anuncia. Por ejemplo, en las bienaventuranzas Jesús dice: “Ay de ustedes los ricos” (Lc 6, 24), y en el pasaje de otro hombre rico, este no acepta la propuesta de Jesús de vender sus bienes para repartirlos y prefiere irse triste (Lc 18, 18-23).
Efectivamente, la riqueza se convierte en una piedra de tropiezo para entender el Evangelio. Otro detalle del texto es que el hombre rico habla consigo mismo, preguntándose qué hará para cuidar su riqueza. El hablar consigo mismo puede mostrar lo ensimismado que está y lo difícil que es mirar más allá de sus propios intereses. Y, en tercer lugar, la historia explícitamente presenta a Dios diciéndole que esa misma noche se va a morir y le hace la pregunta que pone en crisis todos sus planes: “¿De quién será lo que has preparado?
Con esta historia Jesús afirma lo realmente importante para el Reino de Dios: atesorar ante Dios y no ante sí mismo. Y por el mensaje global del Evangelio sabemos que el tesoro que Dios quiere es la capacidad de amarlo a él y al prójimo, el saber compartir y servir, el abrirse a las necesidades de los demás, respondiendo a ellas.
Este Evangelio resulta muy propicio para nuestro mundo actual, donde el consumo y la búsqueda de riquezas y lucro domina el corazón de tantas personas, incluidas muchas de aquellas que dicen tener fe. ¡Qué importante sería no perder la sencillez que el papa Francisco recordó a la Iglesia, con la figura de Francisco de Asís, viviéndola con más radicalidad y compromiso. Solo un testimonio de libertad frente a las riquezas y de sensibilidad con la justicia social puede hacer creíble la Iglesia que vivimos.