
Jardín en el Monasterio Benedictino de Santa Escolástica, en Atchison, Kansas., Estados Unidos. (Foto: GSR/Helga Leija)
Hoy deseo enviar un largo y sentido shalom al pueblo que habla hebreo. Su significado profundo, "paz", va más allá de la ausencia de guerra e incluye el deseo de salud, seguridad, equilibrio psicológico y buenas relaciones con los demás y con Dios.
¿No es eso, acaso, lo que necesitamos urgentemente?
Me atrae la forma en que el pueblo que escribió la Biblia nos lo cuenta. Me refiero al lenguaje poético y figurado que varios autores bíblicos utilizan para que comprendamos con el corazón el objetivo casi único de nuestra existencia humana comprometida: ser shalom.
Los autores bíblicos nos dicen que, en los dos momentos clave de la historia de salvación —la creación y la resurrección—, el Abba estaba en el jardín trabajando en su obra maestra: el ser humano. Deseaba dialogar con aquellos que procedían de su misma vida y les preparó un jardín donde pudieran ser felices.
"Crear jardines para la paz de la que habla Jesús, el shalom, es colaborar en la restauración de la paz en las personas": Hna. Magda Bennásar
Siglos después, cuando las primeras comunidades cristianas proclaman que el Mesías y Maestro sigue vivo, también nos lo presentan desde otro jardín, un lugar de recreación, de resurrección, donde todo vuelve a empezar. A pesar de que la humanidad, en sus días de sombra, diera muerte a la luz, en ese jardín de la resurrección emerge el hombre shalom: íntegro, completo y equilibrado.
Por eso comprendemos que es en un jardín —un jardín interior— donde brota la vida.
Pero, ¿dónde y cómo encontramos ese jardín interior?
Los biblistas hablan de un manantial: un símbolo del Abba, la fuente donde descubrimos nuestro verdadero hogar en nuestro shalom interior.
El Evangelio de Juan lo ilustra con la mujer samaritana sedienta que va al pozo a mediodía, bajo el sol ardiente, a buscar agua. Allí, inesperadamente, se encuentra con Jesús, quien le ofrece un agua distinta: la del diálogo y la vida interior. "Si conocieras el don de Dios… Él te daría agua viva" (Jn 4, 10).
¿Será que es el diálogo con Él lo que calma la sed?
Este verano tuve una experiencia que, semanas después, sigue acompañándome. Estuve frente a un manantial en forma de cascada y me quedé escuchando el sonido del agua al caer. Poco a poco sentí que ese manantial me hablaba, como si resonara en mi propio jardín interior. Me arropó su murmullo y me contó su historia que también comenzó en un jardín —un lugar escondido y oscuro— entre las rocas en la alta montaña.
Tal vez su historia se parezca a la mía. En mi jardín ha habido tiempos de frío, incluso de hielo y bloqueo. También he experimentado el gozo de la intimidad, al vivir mi fidelidad a la alianza que hice hace años y que hoy deseo renovar. Ese manantial me recordó el lugar donde nació mi historia de encuentro con el agua de Jesús, mi manantial.
Al sentir esa paz fluir en mí, me di cuenta de cuánto anhelo que el mundo también pueda renacer y recuperar su armonía, su shalom. Hoy necesitamos una nueva creación: el resurgir de un ser humano más profundo, equilibrado y hermano de toda la creación.
Por lógica histórica, ese renacer ocurrirá en un jardín: primero, en nuestro jardín interior, para que después esa experiencia redunde en nuestros entornos.
¿Cómo podemos crear esos jardines con un manantial de agua que quita la sed?
Según mi experiencia, siempre limitada por mi formación y cultura, esos jardines interiores se generan cuando ayudamos a las personas a disfrutar de lugares de paz en la naturaleza: en el monte, en el mar, en el bosque, en un monasterio o en lugares de retiro. Allí, el silencio y la vida que bulle en la naturaleza despiertan algo profundo y producen un efecto reparador.
Advertisement
Crear jardines para la paz de la que habla Jesús, el shalom, es colaborar en la restauración de la paz en las personas. En Europa, donde ahora hay tanta violencia verbal y bélica, muchas personas vemos la urgencia de crear espacios alejados de las pantallas y del bombardeo continuo de malas noticias, para que podamos descansar y conectar con nuestro shalom interior.
El jardín, entonces, es un lugar interior y exterior. Es allí donde escuchamos el silencio que nos habla al corazón y donde encontramos el agua fresca del Abba que sacia nuestra sed.
Una mujer que participa en los retiros de silencio y palabra que mi comunidad ofrece compartía con nosotras estas hermosas palabras: "Cuando las escucho desmenuzar la Palabra y dejo que esta entre en profundidad, siento que me brota por dentro una especie de manantial de agua. Esa agua me llena, siento que me sacia y esa experiencia hace que las lágrimas corran por mis mejillas. Son lágrimas de gozo, porque en mi jardín interior va brotando el manantial que le da sentido a mi vida".
Esa experiencia de esta mujer es un ejemplo real de alguien que conectó con su shalom y con su manantial, es decir con su jardín interior.
El Tiempo de la Creación nos invita a transformar el mundo empezando por la transformación de nuestro jardín interior, donde brota el manantial.
Shalom para ti y para todos y todas las que dependen de ti.